Particularmente yo visité la Expo Shangai con algo de expectativa. 4 mil 200 millones de dólares fueron invertidos en la feria universal que prevé recibir entre 70 y 90 millones de personas a lo largo de este año.
Mucho se dijo y se escribió de la competencia internacional por deslumbrar a los asistentes con pabellones atractivos y que atendieran a la consigna central del evento: Mejor ciudad, mejor vida.
Luego de pagar cerca de 150 bolívares fuertes por mi respectiva entrada, comencé la travesía en la inmensidad destinada para el despliegue de la exposición.
No es posible dejar de felicitar a los chinos porque una construcción de semejantes proporciones, más la adecuación a la ciudad para facilitar la recepción de turistas locales y extranjeros, no es cualquier cosa. Tampoco hay que menospreciar el esfuerzo de los países que se tomaron en serio la convocatoria y erigieron innovadoras piezas arquitectónicas.
Sin embargo, al empezar a caminar es fácil entender el éxito del evento para los nacionales. Es tan costoso para los chinos salir de su país, que recorren frenéticamente los pabellones para tomarse fotos con fondos de paisajes inalcanzables: playas paradisíacas, exóticos desiertos, montañas entrañables y sabanas infinitas.
Además compran unos pasaportes de juguete, souvenirs de la feria, y hacen largas filas para que un funcionario selle la visita en cada país, bueno, en cada simulacro de país.

Los asistentes parecían más deslumbrados por obtener un sello en su pasaporte falso que por las atracciones de los pabellones
Los miles de visitantes diarios también aguardan pacientemente hasta 3 y 4 horas para dar revista a las instalaciones más populares como la de Inglaterra, Estados Unidos o Alemania, en tanto que al pabellón chino, el más grande y notorio del lugar, sólo es posible ingresar con reservación previa.
Por supuesto que apenas yo entré, corrí a la sección C en busca de la representación tricolor. Tristemente debo confesar que era el único sin cola para entrar, mas hay que ser justos, al día siguiente volví y sí había fila.
Dejando a un lado la polémica de quién se quedó con los millones de dólares que se destinaron para la construcción nacional, no hay mucho más que decir que es como cualquier otra obra patria: improvisada y por no dejar. Es que ni siquiera hubo creatividad para definir un tema propio como sí lo hicieron los demás participantes. Nosotros sólo invertimos el eslogan central que los chinos escogieron para la feria, y lo dejamos en “Mejor vida, mejor ciudad”.
Nunca ubiqué ese sitio especial para los niños que, según los portales oficiales bolivarianos, estaba causando furor en la Expo. Lo que sí vi fue un auditorio que exhibía películas nacionales sin una mínima reseña de lo que allí se proyectaba. También paseé por un patio lleno de hamacas típicas. Ningún chino parecía entender muy bien de que iba el artilugio, pero no paraban de reírse y de retratarse sobre la novedad.

Debido al desconocimiento de los chinos sobre cómo usar las hamacas, los organizadores tuvieron que colocar estas graciosas advertencias
Caminé hacia lo que parecía la tienda del pabellón, pero “La Quincalla” estaba como cualquier otra homónima en el país: vacía. Luego supe, por el portal oficial del pabellón, que posteriormente la abrieron, junto a un restaurante para ofrecer comida típica. Es una verdadera pena porque, según reza el site, allí iba a conseguir lo que no, el día previo a dejar mi terruño: Harina Pan y chocolate venezolano.
A la salida, la infaltable estatua ecuestre de El Libertador daba la despedida. Lo que probablemente nadie me crea es que en ningún espacio de la instalación se hizo alusión al presidente Hugo Chávez. Ni una foto, texto, discurso, palabra, mensaje, nada, nadita, el Comandante no figura en los 3 mil metros cuadrados del recinto. Supuse que se trataba de una conspiración del Imperio o de un intento de magnicidio.
Quienes tampoco figuraron fueron los espectáculos prometidos para celebrar nuestro día en la Expo. El 5 de julio se esperaba un concierto de la Orquesta Nacional Juvenil, bajo las directrices de Gustavo Dudamel, entre otras atracciones, pero todo fue pospuesto sin nueva fecha. La razón extraoficial es que diferencias internas impidieron los ajustes necesarios para poder cumplir con el compromiso internacional.
Personalmente, yo salí satisfecha de la instalación. Mis expectativas se cumplieron. Nuestro pabellón es una cabal muestra de la Venezuela que conozco, de ese país que muy bien supo definir José Ignacio Cabrujas décadas atrás, ese en el que todo se hace “por ahora y mientras tanto”.
Genial , profundamente genial y me gusta corroborar lo que ya se ha dicho y ya se sabe por estos lados
Amiga, excelente la idea de este blog. Me encanta, es muy interesante conocer las cosas cotidianas de allá, tan distintas a lo que se conoce por estos lados. Me da la sensación que leo una novela por capítulos. Saludos, por acá te extrañamos.
Que te puedo decir Paula? Parece que la bulla no llega más allá de América. En lo que sí insisto es en que me encanta tu blog, además no hay que esperar un mes para que escribas…Saludos!!!!!
Bueno, pues sí, Venezuela es Venezuela donde sea, de eso no hay duda, no logramos hacer nada de forma organizada y ajustada. Gracias por los comentarios!!! 🙂
¿Y dónde están los reales?
En el pabellón nop!
idiosincrasia que llaman