
El plato fuerte de la noche, al centro, se llama Bulgogi, y los acompañantes, son conocidos como Banchan (pequeños platos de vegetales o tipos de kimchi)
Otra noche de lluvia en Seúl. El pronóstico de la semana es una eterna precipitación, por suerte no estoy en la playa. Las gotas aumentan y disminuyen con una irregularidad completamente incalculable, así que es imposible e imperdonable abandonar la guarida sin un paraguas.
Luego de dar una fugaz revista al Centro Sejong para las Artes, intenté infructuosamente visitar el Museo de Arte de Seúl. En lo que puede considerarse un milagro de las ciencias de la comunicación, logro comprender a una empleada que, a punta de sonidos y señas, me explica «cerrado hasta el 7 de septiembre». Quedó en una suerte de delayed, repitiendo mentalmente las señas y chequeando los panfletos, y ¡bingo! descifro que están desmontando una instalación de Auguste Rodin, y preparándose para estrenar una exposición llamada Media Seoul City.
Así que no será por esta vía que, por ahora, sepan de este edificio. Lo más que puedo contar es que reposa sobre un jardín increíble, adornado con varios juegos de luces y que está ubicado a unos metros del Palacio de Deoksugung que suma allí casi 600 años de historia para contar.
Un poco, mucho, descorazonada, me dispongo a cenar. El asunto se vuelve una verdadera cita a ciegas, sólo que en ese momento todavía no me doy cuenta. Elegir el restaurante sigue siendo un acertijo a menos que se decante por algo occidental.
Pero ¿qué caso tiene ir a Corea del Sur para comer pasta carbonara o pollo de KFC?, empieza el tín marín. En un callejón de la avenida, que resulta más parecido a un pasadizo secreto que a un lugar público, las ofertas comienzan a figurar, todas incomprensibles. Hay un sitio repleto y con cola de gente en espera. Me asomo por una ventana y ¿qué creen? la especialidad de la casa es puerco con cerveza, no puerco a la cerveza, sino puerco, plus, cerveza.
Algo tendrá el sitio, pero con tanta gente en fila yo sigo mi camino. Surge de la nada un restaurante que dice estar en la zona desde 1950. Sin embargo, la oferta gastronómica no debe haber variado mucho en esas décadas porque el menú no tiene más de ocho platos, uno más enrevesado que el otro y sin foto.
La carne frita es lo más cercano a un tiro al suelo. En menos de cinco minutos instalan una cocina eléctrica en medio de la mesa y comienzan a traer un ballet de platitos con ¿aperitivos? y empieza la cita a ciegas. Es que uno siente que está en un programa para encontrar enamorado y hay que ir adivinando de que va el soltero del día. Con los palillos voy tomando las menudencias de las tacitas para descifrar que es cada cosa.
Cada uno más picante que el anterior, me decido por unas vainitas que extrañamente saben a pescado, pero no tienen kilos de pimientos, como los demás vegetales. Pronto noto que «extrañamente saben a pescado» es una observación desafortunada. No saben como tal, son pescado, sólo que por tener menor tamaño que las vainitas no había notado que me estaba comiendo un cardumen de estos animalitos, acompañado por una que otra legumbre.

Una de mis víctimas: comí en cantidades industriales estos mini peces camuflajeados entre las vainitas
¿Qué otras cosas habré comido sin saber?, que más da. Llega el plato fuerte: un caldero de carne con cebollín, al que le agregan ajos enteros y huevos. La cocción es simultánea con la cena, así que va comiendo que va cocinando. No será carne frita, pero hasta mejor sabe.
Mezclo la carne con el arroz y me siento satisfecha. La noche anterior, mi cena no pudo ser más sorpresiva. En otro restaurante, ante la imposibilidad de decodificar el menú, mi cara empezó a mutar y a expresar tanta crisis que un señor en la mesa de al lado se apiadó de mi y me extendió sus palillos para que probara su comida a ver si me gustaba y así pedía lo mismo.
No sólo no me importó comer de los palillos de un desconocido, sino que le agradecí repetidamente, y por supuesto: imité su plato. De entrada, para variar, no tenía idea de que estaba masticando, pero minutos más tarde lo descubrí: señores, el cuello del puerco no sabe nada mal.
Hola Paula. Esta debe ser época de lluvia en Corea del Sur. Me acuerdo porque cuando el Mundial de Fútbol 2002, el Comité Organizador decidió adelantar la fecha de inicio (mayo) para evitar la lluvia. Sin embargo, hago esta comparación: «La lluvia en Corea del Sur es un espectáculo para ver y disfrutar; mientras que aquí es un caos». ¿Estoy en lo cierto? Y de la comida, pues qué bueno saber que vas probando distintos platos de la gastronomía coreana. Suerte y éxitos.
No te creas, lluvia es lluvia, y aquí es de verdad imprevisible, sólo que la limpieza y organización en esta ciudad es increíble… saludos!
Ay Paulita creo que yo en tu lugar o ya me hubiera dado gastritis o estaría flaquísima por no comer… Diosss espero no te den culinarias sorpresitas desagradables Saludos un Abrazo
Lo peor es que lo que estoy es más y más gorda jejejeje besos!!