
Una de las primeras tiendas que me topé en el recorrido era el vívero "El jardinero de mi esposa". No sé si era el mismo dueño del restaurante "La receta secreta de mi ex esposa"
Esta mañana la lluvia cedió y un sol enérgico, demasiado la verdad, se posicionó de tal manera que corrí a la calle, y sin paraguas. Inicié mi caminata de 3,5 kilómetros pasando al frente de la puerta principal del Palacio de Gyeongbokgung. Para los ociosos: no medí la distancia, de eso se encarga el pana que describió en la guía del Lonely Planet los circuitos para andar a pie.
Al norte de la ciudad, la estructura real está allí desde 1394. Quemado durante las incursiones japonesas de siglo XVI, fue reconstruido casi 500 años después. Vuelto a destruir parcialmente durante la ocupación nipona diez décadas atrás, continúa en fase de restauración. Con áreas verdes y varias exhibiciones, este marco de la capital luce como un buen punto para iniciar cualquier tentativa turística. (Eso no lo dijo el de la guía, es puuuura creatividad criolla).

La entrada principal del Palacio de Gyeongbokgung. La foto es pésima pero el sol era tal que yo la tomé a ciegas
No he caminado ni tres cuadras cuando comienzo a derretirme por el sol, pero bueno, sigo atravesando una calle de galerías artísticas, combinadas con restaurantes y cafés. La cosa realmente parecía una competencia en términos de vegetación, infraestructura y ambiente acogedor.
Creo que ni el Parque del Este hay tanto verde como en esta avenida que conecta con otra calle repleta de restaurantes y tiendas de accesorios. El lugar ideal para comprobar que Seúl es harto más cara que Pekín. Debe haber dinero en estas vías porque un par de zarcillos de plástico no se baja de 10 dólares, y eso es una oferta, o al menos eso dice el letrerito en inglés.
Avanza el calor y desaparece la acera: está en remodelación, de la vida real, no de ésas a las que nosotros estamos acostumbrados en Caracas que más bien es simple destrucción. Aquí no sólo la arreglan, sino que mientras duran los trabajos, colocan una alfombra verde para que la gente pueda caminar sin destruirse los zapatos.
Con tanta subidera y bajadera, y ante una amenaza de lluvia, desisto de internarme en el túnel de árboles de Samcheong Park, y avanzo a la próxima recomendación: El Museo del Búho.
Ubicado en una vereda angosta, el espacio tiene apenas una sala. Funciona en la zona desde hace siete años, y la iniciativa es de una señora llamada Myeong-Hee Bae, quien al saber que yo era de Venezuela me pidió que registrara mi exótica visita en un libro. Esta ama de casa ha pasado toda su vida coleccionando lechuzas en todas sus presentaciones. Tiene más de 3 mil piezas, y a cambio del pago de la entrada ofrece una bebida.
Continúo andando en busca de la competencia de esta abuelita: El museo del Pollo. Sí, la noble ave tiene su espacio reservado en la caminería. Colina arriba y colina abajo, el intento fue inútil, justo hoy estaban cambiando la exposición. Tremenda curiosidad me quedó, porque francamente ¿de qué puede ir un montaje de pollos?.
Anyway, otro atisbo de lluvia amenaza mi calor y por supuesto no veo un vendedor de paraguas en metros a la redonda. Lo que sí veo es un puestecito de información para turistas perdidos (o sea unos chinos y yo), aprovecho las ventajas del primer mundo y pregunto donde queda el fulano Museo Internacional de Joyería, porque camina que camina y naaaaada.
Me dan mi mapita, con rutita pintada y todo, y las nubes negras desaparecen en tanto avanzo por una callejuela a un lado de la avenida. Entre tiendas que parecen sacadas de un pueblo de artesanos, aparece un frente tapizado en hojas de metal. Finalmente el Museo Internacional de Joyería. La foto la debo porque el reflejo del sol en las láminas plateadas complicaba demás la tarea.
Ésta resultó otra colección privada, que suma cuarenta años de compras. El dueño no me considera tan exótica porque su trabajo lo llevó a Suramérica hace años, y hasta balbucea algunas palabras en español en su escritorio adornado con un Botero en miniatura.
Después de ojear enormes collares y zarcillos imposibles de llevar, vuelvo a la calle y a la inclemencia del mediodía. Hora de almuerzo. Aparece ante mis ojos un nada simpático cartelito que reza «Dog Menú». Tomo la respectiva foto y evito la respectiva cara de susto.

Supongo que en serio sirven perros de plato fuerte, sobre todo por la expresión del modelo que figura en el letrero
Termino el descenso de la colina, que bien pudo ser equivalente a una sesión de spinning en un sauna, y apenas cruzo el umbral del hotel, el sol desaparece y estalla una tormenta, con efectos especiales incluidos. Increíble, no se puede tener más suerte. Realmente que tino porque ahí se fueron las únicas cinco horas de sol de toda la semana en Seúl.
Paulita definitivamente es un mito aquello de que «China es baratísimo», pero sigo pensando que su cultura es enigmática y atractiva
Sí, claro, creo que hay más que pensar sobre este lado del mundo… de eso no hay duda…
Al menos algo quedó claro. Cuando resuelves la fachada de las calles y la seguridad,sólo así es cuando puedes darle cancha a que la gente vuelva sus colecciones personales (sean éstos búhos o pollos) un asunto turístico.
Sííííí, imagínate que yo pudiera ganarme la vida exponiendo mi colección de latas de Coca Cola jajajaja hasta eso me lo roban en Venezuela!!!