Dientes de dragón

2 Sep

Sé que resulta una soberana tontería, pero siempre he sentido debilidad por la gente que te deja con la sensación de haber hecho una buena compra, así haya sido el gasto más tonto en años.

Caminando por Insadong, una de las calles comerciales y más turísticas de Seúl, tropecé con estos chicos que atraían clientes gracias a un estribillo que a los extranjeros podía resultarnos incomprensible, pero suficientemente simpático.

Detrás de un mostrador, los tres vestidos de blanco, llamaban a cualquier transeúnte a punta de «Hello» o «Come here!». El público mayoritariamente debía ser turista porque, luego de caminar unos metros, uno descubre que si bien la publicidad del negocio es original, la venta resulta una suerte de franquicia en estas callejuelas.

El espectáculo es el making of de unos dulces llamados «Dientes de Dragón». La historia va cantada al mismísimo estilo de los Beastie Boys, pero lamentablemente yo me perdí toda la trama al no entender ni una pizca de coreano.

La hechura de los dulces resulta aún más atractiva que su artesanal musicalización: todo comienza con una pieza de miel, cuya dureza es probada golpeando las paredes y vidrios del mostrador. Luego de introducirla en almidón de maíz empieza la magia. Primero la agujerean al centro, después el aro es estirado hasta volverse una especie de collar. Más almidón de maíz y el collar se multiplica incesantemente en hebras más y más delgadas. Finalmente el chico termina con una madeja de hilos tan finos en sus manos que se asemejan a las telas de araña.

Ayudados por unos utensilios bifuncionales: pinza por un lado y cucharilla por el otro, colocan nueces en las vendas resultantes, y cierran a forma de grandes dientes, ciertamente podrían ser del tamaño de los que tendría un dragón.

Por supuesto que me fui riéndome a carcajadas y con mi caja de dientecitos. Sin embargo, confieso que por unos segundos me atrajo más el sistema de pago: la registradora no es más que una caja de acrílico en el mostrador manejada casi en exclusiva por los clientes, porque los chicos siempre tienen las manos llenas de almidón de maíz. El self service exige que la bandeja sea externa para que los compradores coloquen el dinero y tomen el vuelto, si fuera el caso.

Aunque no de mi autoría, les dejo un video porque, como dicen, hay imágenes que valen más que mil palabras. Ah! me refiero a la preparación del dulce, no a la posibilidad de tener el dinero de la venta al alcance de la gente.

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