En un ejercicio de entrevista y escritura, para no perder la costumbre, comencé a averiguar sobre la juventud china: sus prioridades, sus intereses, sus perspectivas. Para tratar de comprender un poco más qué ideas se adueñan de sus cabezas, empecé a leer «Beijing Doll. A novel».
El título resume 223 páginas de angustias adolescentes, narradas por una chica en sus tempranos 17 años. El libro fue publicado cuando esta chiquilla sumaba apenas 20 primaveras, y no sólo en mandarín, sino en inglés, español y hasta catalán, sin embargo, fue cuestionado y vetado en su país natal unos meses después de su lanzamiento.
Aunque la presentación del trabajo me hacía pensar que a continuación leería una cruel y encarnizada historia de presiones, complicaciones y trastornos producto de crianzas represivas y verticalizadas, a medida que fui avanzando en las páginas no noté mayor diferencia entre los reclamos de Chun Sue (como se rebautizó la autora) y cualquier adolescente que yo conociera en mi vida.
Quién no se sintió incomprendido por sus padres o por la escuela o por la sociedad? quién no sintió que era diferente al resto, que tenía un destino más trascendental que el de sus relativos o que no podía desarrollar sus intereses sin cortapisas externas?
Chun Sue se enfrenta a sus padres porque quieren lo que cualquiera: que su hijo concluya la educación básica con buenas calificaciones para ingresar a una universidad con reputación. A falta de lograrlo, la incorporan a una escuela técnica, de la que ella decide retirarse y en cambio, pasar los días entre la cama, la tienda de discos, torrenciales experimentos por encontrar el romance de película, e intentos amateurs de trabajar para revistas de música. Marca cada etapa de depresión o fracaso con un cambio de color de cabello y sufre a morir con cada conclusión amorosa. Todo esto antes de la mayoría de edad.
Como para cualquier adolescente, el rechazo del que se cree «el amor de la vida», una temprana y errática iniciación sexual, algún fracaso estudiantil y hasta que los padres bloqueen la computadora desencadenan en tragedias griegas difícilmente superables a corto plazo.
Un extraño concepto de rebeldía, la visión de la poesía como un vehículo para expresar pensamientos depresivos y el cliché del rock and roll como la música de los chicos malos aderezan el papel.
A medida que me adentraba en el cuento que comprendía tres años de experiencias, llegaba a la conclusión de que lo único desgarrador de la historia de Chun Sue es la soledad o la incomunicación. Que una historia promedio de adolescente ensimismado e incomprendido se vuelva libro, reciba críticas y sea vetada en el país, sólo me hacía pensar en cuán cerrado podía ser el mundo para estos chicos quienes ni siquiera expresan tímidos acercamientos políticos en sus historias, sólo buscan lo que cualquiera hace con el pana del liceo: hablar tonterías y ser escuchados.
Según leí después en algunos trabajos locales, el debut literario de Chun Sue no era algo sin precedentes, sino parte de un boom narrativo originado por adolescentes que entrando en la adultez, querían contar y ser contados.
Existe, acorde a lo que pude leer, un esfuerzo e interés de algunos jóvenes en abrir historias al mundo y en tiempo real, pero no sobre política ni sobre ideales nacionales y carentes de cualquier atisbo contestatario, quizás será por ello que según Sue (quien ahora tiene tan sólo 27 años), la suya es una generación de jóvenes «siempre furiosos y nunca comprometidos».
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