El llamado «pase amistoso» es una construcción de unos tres pisos de alto. Una vez atravesada, comienza el proceso de extranjería para abandonar territorio chino y adentrarse en Vietnam. Este cruce es, según el Lonely Planet, el cruce más transitado entre ambos países.
Los trámites de salida transcurren sin mayor novedad y el puente limítrofe debe cruzarse a pie. Sellado el ingreso a Vietnam, toca tomar un transporte para llegar a un puesto de camionetas que tienen a Ha Noi por destino. Sin nada que ver en el poblado de Dong Dang -que da la bienvenida a Vietnam-, inicia el recorrido de 164 kilómetros hasta la capital del país.
La vía es angosta, un canal de ida y otro de vuelta. Pese a la distancia, el camino no se completa en menos de tres horas. Buena parte del trayecto transcurre flanqueado por plantaciones de arroz, interminables, complementadas por las imponentes estampas de búfalos, quiénes se proyectan como manchas marrones en aquellos horizontes verdosos.
En medio de las cosechas se alzan algunos esporádicos edificios de no más de tres o cuatro pisos. Todos angostos, sólo llevan por ventilación los amplios balcones frontales. A los costados no hay ventanas ni puertas. Las antiguas estructuras, con sus decoraciones externas, se va repitiendo hasta llegar a la capital.
El conductor de la camioneta avanza rápido y furioso. Pasa camión tras camión sin el menor desparpajo. Por segundos es posible creer que juega a «gallina» con los automóviles que vienen en sentido contrario. Nunca recorta velocidad, nunca espera, ni siquiera cuando una manada de búfalos toma el asfalto por sorpresa.
Estudiantes en sus bicicletas pedalean en el escaso hombrillo, y aunque para el ojo foráneo parece un asunto de alto riesgo, es obvio que para ellos es una tarde cualquiera en sus vidas. Un atrevido motorizado con dos pasajeros repite, sin éxito, las arriesgadas piruetas del chófer de la camioneta de transporte público. El saldo? un casco despedazado.
Luego de adelantar, cual Mad Max, cuanta cosa con ruedas -o sin ellas- se atravesara en su camino, el chófer -casi pariente de algún conductor de camioneta caraqueño- hará una parada de más de media hora sin explicaciones ni motivos, en medio de la nada. Claro está, que una vez a bordo de su Max 5 personal, volverá a pisar el acelerador hasta el fondo para, nuevamente, zig zaguear sin tregua en aras de dejar atrás a los que durante su receso tuvieron la osadía de adelantarle. Y es que el hombre es el ejemplo de todo lo que no se debe hacer: hablar por teléfono al manejar, avanzar en curva, acelerar en curva, no ceder paso, no esperar, no utilizar luces de cruce, no sobrecargar de personas el vehículo.
En medio de situaciones no aptas para cardíacos y horizontes de verdes infinitos cae la temprana noche. Ha Noi aparece ante mis ojos con un tráfico endemoniado. Más motos que bicicletas, más motos que autos en realidad. La autopista es un enjambre en el que los motorizados predominan de lejos sobre los carros, las bicis y los rickshas.
De entrada recordé nuestra Francisco Fajardo o la ilustra Libertador, pero al quitarme el traje de pasajera y ponerme el de peatona, descubro que cruzar una calle requiere la destreza y la precisión de un acróbata del Cirque du Soleil. No hay forma de contar las motos, ni las que andan, ni las que están estacionadas. Ha Noi tiene unos 4 millones de habitantes, y desde la acera es fácil concluir que todos andan en dos ruedas.
Ya que nunca logro cargar mis videos por problemas técnicos, les dejo una pequeña muestra que encontré colgada en YouTube…
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