En menos de dos décadas, los habitantes de Ha Noi han cambiado sus bicicletas por motos. El sonido que predomina en el centro de la ciudad es el ronroneo de los motores. Decenas y decenas atraviesan las calles, y otras tantas ocupan las aceras como estacionamiento. La fila infinita de máquinas apiladas una junto a la otra se asemeja a las piezas de dominó que armamos en culebrilla, consecutivas, para luego de un tirón dejarlas caer en sincronía.

Aclaré en reiteradas ocasiones que la moto es el vehículo oficial de la ciudad, pero además es el medio de carga por excelencia, si no observen al vendedor de sombreros, y como él es fácil tropezar con el de cochinos, pollos, perros, vacas y pare usted de contar
La ciudad está viva. Llena de ruidos y de olores. «La antigua gran dama de oriente», así la describe el Lonely Planet. Llena de contrastes, con días vibrantes de comercio y noches de té y conversa. El casco antiguo es el corazón de la capital de Vietnam, y está definido por callejuelas, comercios y restaurantes.
Aunque las angostas aceras permanecen tapiadas por las motos y cruzar una calle puede ribetes de vida o muerte, me dispuse a caminarla. Comencé el recorrido sugerido de 3 kilómetros y medio en el Templo Ngoc Son, erigido sobre el lago Hoan Kiem para honrar a un general, un estudiante y una tortuga, sí, una tortuga.
Completamente bordeado por las pantanosas y relajadas aguas del lago, el templo conserva -entre sus principales atractivos- una tortuga disecada que, en vida, pesaba unos 250 kilos y alcanzó 2,1 metros de longitud. El ejemplar murió en 1968, y los lugareños aseguran que sus parientes consiguen pervivir en el contaminado lago, punto neural de la alborotada metrópoli. Ronda el misticismo en torno a ellas, pues dice la leyenda que su estirpe desciende de una tortuga sagrada que en el siglo 15 recibió, de manos del rey Le Loi, la espada que empuñó contra sus agresores. Verdad o mentira, ha pasado una década desde que tomaron la última foto validada de uno de estos reptiles nadando en el lago, y algunos biólogos locales convienen en que es la imagen de la única sobreviviente. Pese a la oscuridad de las aguas, la gente sigue admirando el lugar en espera de avistar a un descendiente de la tortuga sagrada.
Dejando atrás el lago «de la espada retornada» (nombre en castellano), avanzo en una calle sepultada bajo ventas de zapatos. Un horizonte de cuatro cuadras -lado y lado- de sandalias, tacones, deportivos y botas se despliega tomando lo que las motos dejan de acera.
El camino continúa atravesando comercio tras comercio. El casco histórico parece una gran tienda por departamentos y sus calles, las secciones. Así, luego de pasar por las tiendas de seda, vienen las de joyas, seguidas por las de los altares y la de los billetes falsos, entre otras ofrendas, para quemar en honor a los ancestros, la esquina de los arreglos mortuorios, la zona de las hierbas junto al cruce de los herreros. Más adelante el mundo de los juguetes, tras el cual comenzarán a aparecer los acrílicos, pinturas y souvenirs. Los dispendios de licores, tabaco y café surgen justo antes de alcanzar un mercado callejero de comida.
En la calle Thanh Ha las verduras y frutas conviven con otros alimentos secos. El punto más exótico es, como siempre, la sección de pescadería. Sólo que aquí, a falta de peceras, buenas son cestas, y así langostinos y otras especies marinas llaman la atención de los compradores desde el suelo. Lo más extraño en esta parada? para mí la escena de la descuartizadora de sapos en plena acción, y una suerte de lombricilla acuática que se vendía en cantidad.

El sangriento rincón donde descuartizan a los sapos. Los que aún están vivos se encuentran amontonados en la red junto al envase turquesa

Para quién quedó con ganas luego de ver a los sapos, justo al lado hay montón de otros animalitos que pronto serán comida
La caminata termina lanzándome a un mercado callejero de imitaciones que bien parece una venta de pulgas. Por lo menos siendo fin de semana, cierran la vía al tráfico dejando a los compradores concentrarse sólo en los tarantines. Es posible pertrecharse de ropa y accesorios de marcas originales en las tiendas de marcas extranjeras que también plagan la ciudad, irónicamente capital del país que medio siglo atrás se batió en guerra contra el imperio. Si Ho Chi Minh viviera…
Finalmente llego al Teatro de Títeres del Agua Thang Long. La compañía ofrece unas cuatro funciones por día, y la demanda es tal que toca comprar las entradas con antelación. Cuentan que la tradición nació en el delta del Río Rojo en el siglo 11. Los títeres son de madera y están barnizados. Durante todo el espectáculo danzan en una piscina que hace las veces de escenario. Lo que comenzara centurias atrás como una ofrenda espiritual en las cosechas de arroz, es hoy una de las principales atracciones de la capital. Acompañados de música, la historia se narra en vietnamita, pero la presentación de la obra es doblada al inglés y francés.
Y como ya había pasado mucho tiempo sin comer, por supuesto que llega la hora de la cena. Aunque ya dije que la cocina vietnamita se convirtió en mi sazón predilecta, debo confesar que mis mejores degustaciones no fueron en los gourmets de Ha Noi. Paradójicamente, comienzo a creer que se vuelve regla gastronómica que el mejor nombre del menú es lo que peor sabe y lo que anuncia un plato incomible termina siendo una delicia. Así, los langostinos en caña de azúcar no eran la entrada soñada, pero el arroz negro con huevo y coco en hoja de banana resultó un postre de antología.

Arroz negro no es algo que uno fácilmente pediría de postre, y menos si viene con huevo, pero es una combinación perfecta para terminar la cena
Después de la cena, aún queda ánimo y espacio para probar la famosa cerveza local. Bia Hoi (birra en vietnamita) es conocida como la más barata del mundo, y no dudo que lo sea: una jarra generosa cuesta apenas 0,66 bolívares fuertes. Es posible ver las garrafas en cualquier callejuela pero hay zonas pobladas de mini bares que la tienen como su plato fuerte. Estos locales se despliegan en las aceras con pequeños taburetes de plástico que los frecuentadores van agrupando en rondas conforme se van instalando.
La fiesta comienza temprano, por lo que mi primer intento de probar la Bia Hoi fue en vano, los toneles ya estaban vacíos. Este formato de local es postal común en el casco histórico, así que no cuesta conseguir otra esquina. Cerca de la catedral en la calle Nha Tho, otro montón de estos sitios son bombardeados de personas que en la perspectiva del peatón pueden parecer hormigas, debido a lo bajas que son las sillas. Me hago espacio y en menos de tres minutos descubro que no será una noche de Bia Hoi, sino de té frío con limón acompañado por semillas de girasol como pasapalo. Una vista 360 me permite comprobar que todo mundo está tomando té y conversando entre tanto devoran bolsas de semillas de girasol. El piso va quedando cubierto por las cáscaras de decenas de chicos que noche, tras noche, acuden a esta esquina con tan singular forma de divertirse.
La costumbre es plausible, si consideramos que la mayoría se desplaza en moto por la ciudad. De cualquier manera, para quiénes se pregunten cuántas horas pueden pasar unos chicos tomando té y comiendo semillas, les cuento que no muchas, sobre todo porque a la medianoche termina la rumba y los jóvenes, cuales cenicientas, deben tomar sus carruajes y retornar a casa. Faltando unos diez minutos para las 12 la policía arriba a los locales, uno a uno, para recordar que -por decreto- las santamarías de la noche se bajan a esa hora. Cada quien sigue su camino y los dueños de los locales recogen, en un santiamén, sillas, vasos y conchas. La alharaca de esta exótica ciudad cesa, hasta un nuevo día.
Todo muy pintoresco mi pau..pero los de los sapos es asqueroso!