Chinese way

13 Ene

Si tuviera que hacer un top de las curiosidades occidentales más frecuentes sobre mi vida oriental, no cabe duda que la número uno sería el trabajo o en qué ocupo esas ocho horas laborales que antes transcurrían entre cónclaves del Psuv y sesiones del Congreso, que al caso son la misma cosa.

La segunda pregunta más frecuente es si tengo amigos locales. La verdad sea dicha, no, no tengo amigos chinos más allá del intérprete y su novia. A quiénes rápidamente deducen que la frialdad asiática es la causa, les lanzo otra rotunda negativa. Todavía desconozco si esa frialdad asiática es mito o realidad, mas reconozco que no hablar la misma lengua, ni trabajar con el mismo alfabeto, enfría cualquier vida social y limita el encuentro cultural.

Debido a estas consideraciones, pensé que el año acabaría sin una velada casera local. Pensé mal. El intérprete se encargó de darnos una bienvenida hogareña que, siendo en diciembre, podría considerarse una despedida del primer año asiático. Y qué mejor forma de decirle adiós a la primera etapa de este complejo momento, que hacerlo a la chinese way?

La cita quedó para una tarde de domingo y, frío aparte, atravesamos la ciudad en metro, literalmente de un extremo a otro, para llegar al vecindario del intérprete. Edificios bajos se abrían a la vista en recovecos sin tanta pompa y neón. Aunque apenas eran las 6, no quedaba más rastro de luz solar. Desde que empezó el otoño los días no pasan de diez horas, pero como son largas las noches. Al comenzar a subir las escaleras, comenzamos a ver un mar de números estampados en las paredes. Esta especie de Sudoku accidental está armada por los teléfonos de cerrajeros que ofrecen sus servicios en avisos pintados directamente en los, todavía blancos, muros.

Sólo entrar a la casa y la hospitalidad china comienza. La atención es tanta que uno se siente confundido con alguna celebridad, porque es que ni los flashes faltan en el evento. No es más que sentarse en la sala-comedor para que la comida empiece a desfilar por la mesa. Las cenas en China arrancan temprano, quizás sea por eso que pese a toda la harina que come esta gente, la balanza no está entre sus preocupaciones recurrentes.

Manzanas, ciruelas, mandarinas (cuyo nombre en castellano, según vine a entender ahora, surgió de «mandarin orange», o sea naranja china señores), son las convidadas a estrenar el banquete. Sonrisas van y vienen en el apartamento, que aunque pueda considerarse pequeño, abarca suficiente espacio para la familia de tres integrantes. Sé tanto de etiqueta china como de polo acuático, mas Fabiano (el invitado estelar de la noche) se encargó de recordarme, unas cincuenta veces, que rehusar comida o bebida es muestra de desprecio y genera indignación en el anfitrión, entiéndase los padres del intérprete, un casal que no llega a los 50 años.

Siendo así, la primera fase, la frutal, fue rápidamente completada. No sería tan sencillo con la segunda: carne, puerco, pollo, pescado y vegetales en cualquier cantidad de presentaciones. La bebida? tuve suerte de principiante, el intérprete me compró jugo de coco, pero mi suerte fue sólo de principiante, es decir de comienzo, porque su madre y su novia me hicieron tomar el néctar a toda prisa para luego empezar con una cerveza caliente servida en el mismo vaso. Sin embargo, era sólo cuestión de mirar al lado para entender que iba en góndola, para los hombres la selección es, aún, más «especial». Al invitado de la noche le reservaron el alcohol particular de la casa: una garrafa de cinco litros que contenía caña clara aderezada por caballitos marinos, algún tipo de serpiente, estrella de mar, jengibre y (bombos por favor!) pene de tigre. Que viva el machismo chino!

A su situación, ya desafortunada, se agregó otro detalle para ensalzar su importancia: cigarros, pero no cualquier clase de cigarros. Los primeros cinco fueron de una de las marcas más costosas del mercado, conforme el convite avanzaba, la valía -no la cuantía- de la nicotina disminuía. Así, el homenajeado sujetaba en una mano la comida, y con la otra fumaba y brindaba cada vez que su anfitrión sonreía y decía «campei», o sea, cada tres minutos. De nuevo pensé «que viva el machismo chino!».

Mi caso entonces no era tan lamentable, y por fortuna, para cuando no cabía una pieza más de comida en mi organismo, llegó el té de jazmín. Yo que no tomo té casi nunca, agradecí con toda sinceridad el digestivo, sobre todo porque detrás de la tetera aparecieron, directamente de la cocina, otros tres platos humeantes: huevos, tomates y más vegetales. La mala noticia es que ninguna de las mujeres olvidaba que mi cerveza caliente con esencia de coco seguía intacta en el cristal, por lo que tuve que adelantar el trámite.

Como se imaginarán había postre, pero nada tan duro como la cena, sólo caramelos y más frutas, que por supuesto comimos. Luego vino el momento de las fotos familiares: un set inolvidable seguido por la entrega de presentes. Exagerado? sí, pero quién no agradece tanta hospitalidad estando a casi 15 mil kilómetros de casa? … después de todo, como que sigue siendo mejor que sobre, a que falte.

2 respuestas hasta “Chinese way”

  1. Blanca enero 14, 2011 a 9:36 AM #

    Ay Pau!!!! que lindos!!!! todo ese despliegue es muy dulce!! lo que sí estuvo duro fue el licor de los hombres…cuidado y procreas un chinito…jajajaja

    • Paula Ramón enero 16, 2011 a 11:59 AM #

      Lo triste es pensar en dónde terminan los tigres… jajaja

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