El regreso: Tragicomedia en tres actos

17 Ene

Acto I

Despedida

Todo comienza con el embalaje. Tamaño crimen cometen las aerolíneas cuando fijan límites de peso a nuestros equipajes. Reducir 28 años de pertenencias en una maleta que no sobrepase los 23 kilos implica una capacidad de síntesis que roza en los linderos del arte. Pero la medida no es extensiva a todos los países, y así es como en esta ocasión, regresar a China desde Brasil garantizó a su narradora, de éstas y otras peripecias, 41 kilos más de carga. La mala noticia es descubrirlo un día antes de abordar el avión cuando ya no hay más harina Pan, ni ron venezolano, ni chocolates El Rey, ni las trescientas cosas que un día fueron parte de tu vida pero ya no tienes posibilidad de reencontrar. Lo único que queda es correr a un supermercado y hacer una compra nerviosa de café brasileño, especias, cremas corporales, champús e hilo dental. Pero ni la atacada más histérica de último minuto alcanza para llenar esos 64 kilos que la aerolínea te autoriza, así que la inconformidad humana se hace presente una vez más y si antes lamentabas el poco espacio, ahora te irrita el amplio cupo.

Paquetes más o menos, tienes que llegar al aeropuerto con unas cuatro horas de anticipo. Pasar 25 horas en un avión, bajo el rótulo de «clase económica», no es de las experiencias más confortables así que por lo menos hay que garantizar el pasillo o ventana de la preferencia. Indistintamente de la variedad de rutas, a China no se llega de Latinoamérica sin hacer escala, sea en Europa, sea en Estados Unidos, sea donde sea. Mi vuelo de retorno se detendrá unas horas en Madrid. Llegué al aeropuerto de Sao Paulo convencida de que durante esos 180 minutos de escala no podría bajar del avión, según una información dada por otro viajero. Esta matriz de opinión, desestabilizadora por supuesto (y qué más si no podía ser?), fue desmentida, sonrisa por medio, por el operador de la aerolínea que realizó el check-in.

Finalizado el registro en menos de diez minutos, compruebo que faltan unas 3 horas y 50 minutos para abordar, y es que claro, cuando llegas con antelación todo es rápido y sobra el tiempo; cuando vas sobre la marcha, tienes 150 personas en fila y los segundos se acaban a la velocidad de la luz. Cafés más, cafés menos, los últimos sabores del sur son debidamente aprovechados. Después sólo habrá ese tempero particular que si antes no distinguía, ahora me basta oler para decir «China».

Obvio que con tanto tiempo de sobra, se vuelve imperceptible el hecho de que la fila para el abordaje y sus trámites, entiéndase inmigración, se ha vuelto enorme, y si antes no había prisas, al ver la serpiente de viajeros, el estrés se asoma sin timidez. Hora de embarcar. Colas, despedidas, lágrimas, máquinas, revisiones, artículos de metal, líquidos, laptops, pasaporte, sellos, lágrimas, nostalgias, lágrimas, boarding pass, nostalgias, asientos, equipaje de mano, chinos pasando por encima, rabietas, libros, abrigos, más lágrimas y el avión despega.

La última vez que tomé el vuelo, sólo que en dirección contraria, vi cuatro películas seguidas en la pantalla del asiento y después de tener la visión cruzada y la cabeza mareada, aún faltaban tres horas para aterrizar. Esta vez el propósito era simple: dormir. Digamos que cumplí mi meta en un 15%, es decir, dormí hora y media apenas. Siendo una aerolínea china, la comida no decepcionó. Como las opciones eran noodles y arroz, yo probé las frutas y el pan. Tres películas después, me abracé a Morfeo, justo en el momento en que la azafata anunció el pronto aterrizaje en el aeropuerto de Barajas, que oportuna!

Acto II

El Antiguo Continente

Viaje en el tiempo. Despegamos un domingo a las 7 de la noche, y después de diez horas en un avión, despuntaban las 9 de la mañana del lunes en Madrid. Sólo una máquina de rayos X en funcionamiento para los equipajes. Imaginen la fila, es para preguntarse qué se traen en el Antiguo Continente? La funcionaria repetía instrucciones en castellano a un vuelo repleto de chinos, lo cual -como comprenderán- no facilitaba en nada el trámite. Sin comprender porque era incomprendida, levantaba más y más su tono de voz en aras de que su mensaje fuera captado, pero claro que la estrategia fracasó, y la fila nunca aligeró.

Superado el evento, baño? primera mano a la derecha. Nuevamente fila. El sanitario sólo tenía cuatro privadas, y la mitad estaba inoperativa. Parece una postal venezolana, no? cómo que no podemos negar la herencia de la Madre Patria, que de la emoción la pongo en mayúsculas. Veinte minutos después, hay hambre así que estando la tierra del jamón serrano que mejor desayuno que un panecillo relleno con ese manjar de los dioses. Como es de esperarse, no escasea el jamoncillo en el self service y al momento de pagar, sorpresa!, muy España pero el precio parece de importación, es que con lo que caro que es uno termina sintiendo que está en Nueva Zelanda comprando el sánduche (seh, ya sé que la RAE prefiere «sándwich»).

Pero la felicidad de comer jamón serrano es de esos placeres que para mí no tiene precio. Después de alimentar mi felicidad, o sea mi estómago, sobran otras dos horas de hacer nada. Qué mejor plan que dar vueltas por las tiendas para descubrir que con impuestos o sin ellos, todo está carísimo y en euros, qué es una redundancia. Hora de embarcar. Fila, chinos pasando por encima, rabietas, boarding pass, sellos, chinos pasando por encima, rabietas, chinos pasando por encima, rabietas, equipaje de mano, chinos pasando por encima, asientos, instintos asesinos, libros, abrigos, cansancio y el avión despega.

Dormir, dormir, dormir, el objetivo se cumple en 50%. La otra mitad del viaje transcurre gracias a dos películas, en extremo aburridas. Nuevamente noodles o arroz? frutas y pan! Abordamos casi al mediodía del lunes, y diez horas más tarde, nos preparamos para aterrizar a las 6 de la mañana del martes. Si a Sabina le robaron su mes de abril, a mí me robaron el lunes.

Acto III

Ni hao

Frío, frío y más frío. La recepción es con un termómetro marcando -8 y, para colmo de inviernos, toca abordar un autobús en la pista de aterrizaje. Filas, chinos pasando por encima, inmigración, pasaporte, sellos, revisión, máquinas, tren, carrito porta maletas, equipaje, ascensor, taxi, ni hao, apartamento, nostalgias, y comienza el año nuevo en China.

Abrir las ventanas de casa es uno de esos actos tan simples que, desde mi estadía en Pekín, adquirieron importancia incalculable. Luego, el invierno apenas comienza, lo que limita las opciones para salir a pasear por la metrópoli.

El desfase horario hace estragos. Yendo medio día adelante en el tiempo, los primeros días transcurren entre un sueño hipnótico, insomnio agudo y hambre descontrolada e irritante. Que manía de sentir que se estuvo de juerga toda la noche y que son las 8 de la mañana cuando en realidad son las 5 de la tarde y te has obligado a no dormir durante el día para tratar de ajustar el reloj personal. Luego de cinco días intentando aterrizar de cuerpo y alma, finalmente llega una noche de sueño pleno.

Superado el jet lag (que en inglés o castellano es igual de molesto) y de vuelta a los días sin quesos de mano y sin pan francés, me tranquiliza que por lo menos esta vez traje conmigo un poco del sabor del trópico encapsulado en las maletas para comenzar con toque criollo el año del conejo, que, según el calendario chino, representa la diplomacia, la gentileza y favorece el romance.

Un desayuno cuasi criollo, con arepas y café brasileño, para despedir el año del tigre y empezar el año del conejo aquí, en la China!

4 respuestas hasta “El regreso: Tragicomedia en tres actos”

  1. Romy enero 18, 2011 a 3:45 AM #

    Que bueno te quedo eso de los «chinos pasando por encima» me lo imagine clarito. Supongo que será cuestion de acostumbrarse para no extrañar tanto las arepas, aunque yo que me confieso arepa-adicta no se que haría sin ellas

    • Paula Ramón enero 18, 2011 a 10:26 AM #

      Sip, nosotros somos caribeños y tropicales, y ellos, un poco apresurados para todo! Yo insisto que lo más difícil para mí no son las arepas sino el plátano, de verdad que extraño el sabor, así como los quesos tipo telita o guayanés, son sabores que de verdad hecho mucho de menos. La arepa aquí es una maravilla porque el pan que consigo cerca de casa es MALÍSIMO, sin embargo, es posible vivir sin ella, doy fe! jajajaja

  2. Blanca enero 18, 2011 a 8:19 AM #

    Pobre Paulita!!! que trajín para llegar!!! Por lo menos te llevaste algo rico de aquí para compensar tanto sinsabor!!! Feliz año nuevo del conejo!!!

    • Paula Ramón enero 18, 2011 a 10:27 AM #

      Pues sí, re acostumbrarse cuesta! mil gracias Blanquita! igual para ti!

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