Hay historias que parecen tejidas con una sarta de ironías imprevisibles en la coyuntura. Podría ser el caso del circuito de arte 798 ubicado en el distrito Dashanzi de Pekín. El espacio fue concebido, elegido y construido hace casi 60 años gracias a la cooperación que la entonces Alemania del Este brindó a la naciente República Popular China, bajo claras recomendaciones de la Unión Soviética.
Edificado para atender la demanda de componentes electrónicos del triunfal Ejército de Liberación del Pueblo, el complejo de fábricas operó desde 1957 hasta mediados de la década del 90, cuando el país vivía otra realidad producto de las reformas económicas impulsadas en los años previos.
A partir de entonces el espacio entró en desuso y en la mira de colectivos de artistas plásticos que buscaban nuevos lugares en la ciudad para establecer sus estudios y exposiciones. En el nuevo milenio se consolidó la mudanza y comenzaron a funcionar de forma permanente algunas galerías. Puede pensarse que nada menos chic que una factoría, pero mirando en detalle es poco probable conseguir lugar más apropiado para dar rienda suelta a la vena creativa que esos interiores de sabana cubiertos por altos techos.
Una década es poco, pero en el reloj chino es mucho. Así para la fecha el cuadrado de dos avenidas por cuatro calles se ha consolidado como un sitio de obligada referencia para los fines de semana y como una parada turística contemporánea. Poco a poco se ha ido cubriendo de esculturas y otras marcas, cafés con sus mesas de primavera y verano, así como piezas para la interacción y el registro fotográfico, sin embargo permanece el diseño arquitectónico primario, ese Bauhaus aderezado por tuberías externas que continúan emanando vapores o líquido, el sello industrial que lejos de afear el recinto le imprime un toque nada despreciable si consideramos que hay quien compra muebles nuevos y le aplica técnicas de envejecimiento para «embellecerlo».

Lleno de tiendas con diseños funcionales y memorabilia de antaño, el 798 es un centro de compras dominguero por excelencia
En la práctica el 798, erigido por y para el momento histórico cuyo apellido no era otro que socialismo, es en la actualidad un centro de compras que ha sido abandonado por algunos artistas al considerar que el asunto ha virado más comercio y menos propuesta. Al tiempo que se consolidaba la referencia, algunos tomaron sus maletas y se lanzaron hacia la villa de Caochangdi, a 30 minutos -sin tránsito y en automóvil- del centro, y hoy, para la capital, sinónimo de arte sin memorabilia.

Las esquinas del 798 son escenarios espontáneos de miles de postales cada día. Aquí la modelo posa junto a un maniquí de una tienda cuyo sello personal es poseer decenas de esqueletos disecados de animales. Qué venden? joyería...
Controversias aparte, el llamado distrito de arte de Pekín sigue siendo un lugar agradable para caminar un rato, sólo enturbiado por la -absurdamente- permitida circulación de vehículos en las calles internas. Es posible ver exposiciones, interactuar con algunas piezas, hasta ver los vagones de un tren como recuerdo de pasados más trabajosos, satisfacer la voracidad consumista y, sin duda, tomarse algo en la terraza del Coffee on the roof, donde la mesa preferencial está abrazada por la espontaneidad de las ramas de un inmenso árbol. Chicas: no vayan en falda que el piso es de vidrio!
Me encanta ese barrio. A veces parece un rincón que no es parte de Pekín. Me encanta ver a la gente diferente. Beber un te con bolitas de tapioca que hacen en un puesto delicioso.
Gracias por el reportaje.
empiezo a añorar china. tanto.
Sí, yo sé que hay críticas de quiénes piensan que priva lo comercial sobre lo artístico, sin embargo a mi me parece agradable para pasar el rato, eso sí, sacaría a los carros sin pensarlo dos veces…