Los fines de semana vuelve la pregunta de siempre… qué hacer? revistas llenas de anuncios y fotos anticipan fiestas, celebraciones, piscinadas, DJs y comilonas. De todas, ésta última siempre termina siendo la actividad favorita y seleccionada. El cine compite arduamente, pero dada la imposibilidad [incapacidad] de entender el diálogo en otra cosa que no sea inglés o español, las opciones en la gran pantalla son limitadas.
Esto explica por qué los planes de ver el nuevo estreno local -a propósito de los 90 años del Partido Comunista- «The Founding of a Party» fueron sustituidos por entretener a las papilas gustativas con comida típica de la sureña provincia de Yunnan.
Media hora de vueltas por la ciudad para dar con la dirección -aún en la fase de perdidas clásicas- de un restaurante ampliamente recomendado en un reportaje de la sección de viajes del New York Times que una amiga sugirió como plan provisional de fin de semana. El centro del texto iba de las alternativas gastronómicas que ofrece Pekín. La capital reúne, entre sus anillos, restaurantes cuyos menús representan las delicias y tradiciones de las variopintas regiones de China.
El asunto es que cuando se trata de ese impulso go local, justamente el incoveniente es no ser so local y no lograr entenderse debido a las barreras que forzosamente impone la lengua. Así, bajo un sol de 34 grados centígrados, preguntar en cada esquina «Zhe ge di fang zai nar» se vuelve una tarea agotadora.
Lo logramos. Dentro de un edificio hotelero, el recomendado restaurante se «escondía» en una suerte de patio trasero. Buena iluminación natural gracias a un techo repleto de tragaluces que filtraba la luz solar a través de paneles de tonalidades verdosas armando un ambiente eco-natural, con la redundancia de tal combinación.
Réplicas plásticas de plantas colgaban por doquier dando un toque de viñedo al lugar que iba de la mano con los manteles verdes que cubrían las mesas de madera al estilo campestre. El menú? en mandarín pero con fotos. Así que aplicando la máxima de una imagen vale más que mil palabras, empieza la señaladera de platos atendiendo criterios meramente físicos y superfluos.
Como es un hecho comprobable que los chinos se destacan con las berenjenas en cualquiera de sus presentaciones, yo opté por escoger un plato de berenjenas en julianas con cara de guiso. El resto de la selección fue de costillitas, pimientos con tocino, hongos y el infaltable arroz blanco.
Todo iba de perla hasta que las anheladas berenjenas llegaron a la mesa. Lejos de ser la legumbre cortada en julianas, lo que venía en el plato era un tipo de insecto. Un grillo con alas que variaba en tamaño sin sobrepasar los tres centímetros. Tostados, sin mayores condimentos a la vista, y coronando una cama de lechugas, fueron servidos los bichitos cuyos ojos y antenas sobrevivieron intactos a las inclemencias del aceite.

La calidad de la foto es pésima, pequé en no cargar cámara así que la resolución del celular no ayudó. Sin embargo da para hacer la presentación oficial de los grillos que en menú lucían como berenjenas. Olvidé decir que ese día en la mañana fui a la óptica a cambiar los lentes, no pude evitar pensar cuan ajustada era la fórmula...
Tengo un serio problema en comer cosas con ojos. Siento que me miran con reproche. Mas, estando ya en la mesa (y por petición -errónea- propia) no quedó más que probar. Lo desagradable no fue que carecieran de sabor, sino la textura de un cuerpecito rostizado que se desmenuza en la boca. A distancias incalculables de la carnosidad de la berenjena, los insectos eran tan secos y duros como paja.
Lo realmente peor de todo el asunto es que no tuve forma de averiguar el nombre del bicho ni si se trataba de una delicatessen de la región.
Qué ricura! menos mal que no eran cucarachas
En la foto se veían como tus berenjenas, que nostalgia… 😦