La salsa de Tokio

26 Jul

Imagen del bar de música bailable que ya cuenta 14 años sonando en Tokio

Soy una salsera tardía. Como cualquier adolescente que se precie, tuve mis momentos sectarios con la música hasta que -consecuentemente con lo que todos mis tíos predijeron- terminé abdicando en mi terquedad anglosajona y aprendí a bailar. Mis años en Caracas nutrieron este capricho caribeño, tanto que sólo a 15 mil kilómetros de distancia vine a notar que no escucho unos tambores en el Mp3 de forma alguna, para mí era tan frecuente oír salsa por doquier que nunca llegué a sentir nostalgias de ritmos bailables como para sintonizarlos en casa.

Asia es otra cosa, pero otra cosa que no escapa de la salsa. En cualquier capital hay al menos un reducto dedicado a la cadencia que ha contagiado almas y caderas durante décadas. Será que nos gusta decir «salsa» como afirmaba Jerry Seinfeld en un capítulo de aquél viejo sitcom acerca de nada, o que es muy difícil resistir a la voracidad de una buena percusión.

Yo decanto por la segunda. Eso puede explicar cómo, teniendo apenas tres días en Tokio, una noche fue destinada para visitar el recomendado Salsa Sudada. Situado en una de las callejuelas de Roppongi, distrito conocido por su oferta en comida, bares y vida nocturna, no es tan fácil llegar dirección en mano.

Si pregunta a alguno de los promotores que pululan en las inmediaciones de la estación de metro que lleva el mismo nombre del barrio, es más probable que le inviten a otros lugares a que le indiquen las coordinadas. Por suerte, «es más probable» y no «completamente seguro», así que algún alma caritativa le dará las señas, no sin antes recomendarle ampliar su perspectiva y visitar otros establecimientos.

Debajo de un bar de deportes, con una entrada poco sugestiva, y con un hola de por medio, encontrará la entrada de este bar que ya contó 14 veranos en la capital nipona. Vamos que es un hecho que luego de lidiar el día entero con un inglés maltrecho, decenas de «arigato» acompañados de reverencias, y la clásica sonrisa de no-entiendo-una-palabra, escuchar un «hola» te lleva psicológicamente a un estado de comodidad irrefutable.

Paga entrada, a cambio un trago. Tal como en otros bares de salsa que he visitado por estos senderos, la selección musical encaja en esas etiquetas «latina» o «caribeña» que nacieron, años atrás, para enamorar a un público internacional en Estados Unidos. El asunto bien podría resumirse en «cualquier cosa que te haga mover la cadera».

Los japoneses parecen tener menos gracia para el baile que los chinos, pero es una mera observación de un par de noches de tragos. Alguien explicó este fenómeno diciendo que los chinos tenían más facilidad para repetir a la perfección las indicaciones, pero carezco de autoridad para dar explicaciones antropológicas al respecto.

Todo mundo ríe, no falta la camisa de cayenas acompañada con la boina blanca y los pantalones caqui de aquél que quizás creció viendo Miami Vice y pensando en ese impuesto estereotipo del Caribe que va de flores y colores intensos. Tampoco falta la chica que cree que mientras más retuerza las caderas -sin ritmo alguno- más acertada está, como también están presentes los estudiantes fajados de la clase de salsa casino que nos hacen sentir a los caribeños que algo nos hemos perdido a lo largo del camino.

Un risueño tokiota se acerca a nuestra mesa. Trata de decir alguna cosa pero los grados de alcohol en su organismo traban aún más su carente inglés. Mas, estamos en los tiempos de la tecnología, de la vida virtual, de la comunicación que no para. Toma su celular touch y comienza a digitar trazos. La máquina nos traduce en tiempo real: «Noiva?«.

Increíble, el hombre en apenas dos segundos consiguió un diccionario japonés-portugués y está preguntando si somos pareja. Pide unas cervezas para brindar, y continúa escribiendo, palabra tras palabra.

Diversão… felicidad… alegria … todos… dançar … muito prazer … obrigado…

No para de sonreír y de intentar transmitirnos emoción. Siendo de Suramérica, para él es inaceptable que permanezcamos en la mesa en lugar de saltar a la pista. Nos presenta a un amigo. Un chico en apariencia mayor que se defiende en portugués o español dependiendo al lado que mire. Un japonés que vivió en Caracas y Brasil, con recuerdos del metro caraqueño y de Oscar D’León. Sale a bailar y las caderas le responden a ritmo de samba, en tanto que los pies acompañan a Marc Anthony y su «Valió la pena».

Luego de resumir su experiencia personal, con todas las reverencias y solicitudes de cortesía del caso, me pide acompañarlo en una canción. No quería pero aplicó la estrategia del «no he querido molestar» -con cara de ofendido y herido. En otros países valdría un nabo, pero en Japón, con tanta educación, uno siente hasta cargo de conciencia de despreciar alguna cosa.

Fui. Di más vueltas que en una montaña rusa. Sólo vueltas y vueltas y más vueltas. Quiénes me conocen saben que las vueltas no son mi especialidad, así que pueden reír sin parar recreando la escena. Tres minutos y medio más tarde, yo no podía caminar en línea recta. Completamente mareada y muerta de risa, le escuchaba decir con un dejo de orgullo:

Aquí hay que dar vueltas, a la gente le gusta dar vueltas.

En efecto, yo quería dar una vuelta: la vuelta a la mesa.

El diálogo auspiciado por el diccionario digital del celular touch continuaba en el mismo orden de ideas. Nuestra noche estaba por terminar, en tanto que llegaba otro personaje a la escena: la niña que se sabe todas las coreografías y más que bailar, hace un performance cual aspirante a cantante de banda de merengue.

La última pieza de la noche fue la ya legendaria «Llorando se fue» que marcó la época de la Lambada. Estando en un bar de salsa en Tokio, tomando cerveza mexicana y hablando portugués con un japonés, abrazamos esas licencias que nos da la globalización para despedir la noche caribeña bailando, a paso de samba, esa sonada canción originaria de Bolivia.

2 respuestas hasta “La salsa de Tokio”

  1. casinoviembre julio 26, 2011 a 6:06 PM #

    Los profes del instituto cervantes me invitaron a ir al «Salsa Caribe», al final no fui. Ahora tengo curiosidad.

  2. Pau agosto 3, 2011 a 5:58 PM #

    jajajaja debiste ir!!! aunque la única vez que fui a mi no me gustó mucho… en cambio fui a uno en Shanghai que me pareció excelente!

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