
En la entrada del mercado algunos se anticipan a la venta y ofrecen cantidad de productos. Este señor vendía animales disecados en su carrito: varias gallinas y un perro volvían a casa tras no ser adquiridos por las mareas de clientes que cada fin de semana frecuentan el lugar buscando excentricidades
No comparto ni un poco ese gusto por la estética roja y dorada, con algunos trazos amarillos, que fomenta la China iconográfica en los extranjeros. Aunque he visto un par de buenos usos de esos muebles enormes, cuadrados y rebozantes de color en algunas salas de conocidos, no me siento tan confidente de incorporar una de estas piezas a mi casa.
Siendo más pragmática, decanto por las cosas más sencillas, con colores fuertes pero sin brillo de laca, y antes que antigüedades prefiero cosas de mi tiempo. Quizás porque sí creo en las energías de los objetos, o tal vez porque no creo en las historias de muebles que superan siglos sin ataques de termitas. Pero si algo tiene a favor la China contemporánea entre los turistas y expatriados es su antigüedad, y no son pocos quiénes intentan llevar a casa un poco de esos 5 mil años de historia y existencia.
El mercado de Panjiayuan es uno de los sitios para hacerse con antigüedades chinas en Pekín. Funciona a toda máquina los fines de semana. De lunes a viernes sólo abren algunas secciones. Desde las tempranas 5 de la mañana, vendedores de todos lugares abren las puertas de sus puestos o extienden sus mercancías en los pasillos del galpón al aire libre que es precedido por una cola de carros que va a dar hasta la avenida a poco más de un kilómetro de distancia.
En las afueras comienza la vendimia de jade, piedras, artículos de madera. Los hombres jugando mahjong en la acera le imprimen un ambiente aún más local a la escena.

Algunos vendedores exponen sus mercancías en el piso, en tanto que otros ocupan los casi 3 mil puestos registrados en las 5 hectáreas de feria
El mercado apenas cuenta 16 años de actividad en el sitio. Abarca unas 5 hectáreas y alberga a centenares de vendedores distribuidos por etapas en función de su mercaduría. Libros, cuadros, muebles, joyería, accesorios, artículos de masaje, espadas, cuchillos, recipientes de comida y cocina, jarrones e infinidad de pinturas están a la venta por precios no marcados que subirán o bajarán dependiendo de la fluidez de su mandarín y de su experiencia en negociación a la chinesa.
Réplicas idénticas de cuánta pintura famosa conoce o desconoce son ofertadas a precios módicos echando por tierra cualquier esperanza de antiquismo en el lado pictórico. Sin embargo, algunos esperanzados no tienen dudas sobre las fechas de aniversario de escaparates gigantescos o los clásicos jarrones esmaltados. Para otros todo es una mera farsa pero nadie tiene por qué saberlo en casa cuando le explican a la visita sobre el uso que la Dinastía Qing le daba a su armario.
El concepto de «pieza única» es desconocido entre los expositores. Por lo que rara vez encontrará algo que no se repita de un puesto a otro con frecuencia de producción frenética y masiva.
Pero hasta el más ávido y ateo puede errar en su tino al momento de distinguir falsificaciones sobre piezas artesanales. Un par de años atrás un amigo se aventuró a comprar unas pinturas en el Panjiayuan movido por el completo convencimiento de estar adquiriendo unos cuadros simpáticos y baratos, sin aspiraciones a poseer artículos de coleccionista.
Al iniciar su proceso de mudanza debió pasar una inspección oficial para garantizar que entre sus cosas no hubiese ningún objeto de valor histórico o patrimonial. Para su sorpresa, los menospreciados artes, de 30 dólares cada uno, no pasaron la revisión y debieron permanecer en el país por su valía. Será que, cuando de promesas de antigüedades se trata, toca desconfiar hasta de la autenticidad de las falsificaciones?
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