Reincidir

27 Mar

Entonces. Volví a la peluquería como quien vuelve a fumar luego de jurar -tras un horrible episodio de bronquitis- que abandonaría el vicio: una tarde de domingo cualquiera sin mucho para hacer, arrastrada por el marasmo y olvidando los efectos desagradables registrados en el espejo tras el mal paso del secador, digo de la bronquitis.

Durante mi breve estadía en Caracas hace tres meses cumplí con el obligatorio trámite de reconciliarme con las tijeras y el olor a químicos que, por extraño que parezca, tiene un encanto indescriptible. La peluquera observó mi cabello con la mirada científica de quien evalúa un vestido manchado, casi insalvable. Abstraída por un par de minutos se lanzó a toda máquina con el diagnóstico, clínico, implacable.

– Quemado. Mal uso del agua oxigenada. Hay que eliminar al menos dos dedos de puntas para recuperar el resto. Más corto atrás para dar volumen. Más largo adelante para enmarcar el rostro. No, no te va el flequillo corto, te alarga el rostro, mejor algo más largo, a un lado que pueda dar balance y garantice la movilidad.

Con tamaña dedicación, y sabiendo que si en algo los venezolanos somos buenos es en asuntos de belleza, está de más contar que salí de allí escuchando en mi cabeza a Roy Orbison cantándome «Pretty woman don’t walk away…«. Quizás poseída por los buenos recuerdos, o tal vez porque la credulidad es una característica innata en las mujeres -no importa cuántas veces reneguemos de ello- crucé el umbral de la peluquería en Beijing llena de optimismo.

La primera parte de la cita terminó sin complicaciones. A la hora del secado, Jhon -así me contó que se llamaba- se detuvo a contemplar mi cabello por unos minutos sin decir palabra. Fue allí que, a través del espejo, reconocí la mirada abstraída, la observación científica, el destello de interés.

Es un corte inusual – en inglés, porque aún no llego a inusual en mi vocabulario chino. – Hay intención de volumen, no cortaron de forma recta. Dónde te hiciste esto? 

Los ojos brillaban con curiosidad. Cuando le conté que en Venezuela, pestañeó varias veces y sin mirarme, continuó,

Hmmm, está asimétrico, hay caída, hay capas, hay volumen, y el flequillo no cubre toda la cara. Es un buen trabajo. 

Tras la validación de lo para mi obvio, encendió el secador y con la pericia de quien reconstruye la escena del crimen, armó cada capa del corte que recién había estudiado. Veinte minutos más tarde me dio su tarjeta para que preguntara por él la próxima vez. Claro que habría una próxima vez, tal aparición me había devuelto la fe.

Volví con la confianza con la cual entraría a casi cualquier peluquería de Caracas, pero Jhon, el elegido, no estaba más entre nosotros, o al menos entre ellos, los peluqueros. Un «él no trabaja más aquí» me cayó como el choque de realidad que siempre aparece en cada etapa de nuestras vidas para demostrarnos que la ingenuidad es una condición que nunca se pierde.

Ya allí, cerré los ojos y esperé por lo mejor. Apenas vi la forma en que Iván, el nuevo peluquero, tomaba el secador y supe que era demasiado tarde para huir. Los siguientes diez minutos fueron una confirmación de que los milagros son milagros precisamente porque no se repiten de forma previsible.

Cuando estaba por irme, volví a preguntar por Jhon. Las miradas cómplices me dejaron claro que, al igual que mi cabello, él no había salido en buenos términos de esa peluquería. Ésta vez mientras abría la puerta y enfrentaba la masa que se congrega al caer la tarde en el barrio de expatriados, volví a escuchar a Roy Orbison, pero esta vez en medio del solo de guitarra sólo me decía «Mercy!«.

Notal al pie de página: Hay progresos, 90 % del diálogo fue en chino.

2 respuestas hasta “Reincidir”

  1. Nélida mayo 30, 2012 a 8:10 AM #

    Pobre peluquero, qué le habrán hecho?

    • Pau mayo 30, 2012 a 4:07 PM #

      Eso me pregunto yo… que rabia…

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