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Yo-Robot?

4 May

Topé con estos chicos en el tercer piso de un templo juguetero. En la mesa de más de un metro cuadrado buscaban piezas para armar robots miniaturas. La imagen de aquél "buscar una aguja en un pajar", sólo que ellos sí la encontraban, y no sólo una, varias!

Me gustan los juegos de video, el Lego y los rompecabezas. Logro entender el placer intrínseco en armar algo con las manos o vencer los retos de las aventuras que ofrecen las pantallas, ahora casi todas planas. Pero las jugueterías de Tokio me desconciertan. No son recintos para niños en edad, sino en corazón. Inmensos galpones que bien parecen templos al eterno placer de jugar, de divertirse.

Uno de los tantos recintos de arcade en el distrito electrónico de Akihabara

Es imposible salir de la ciudad sin al menos enfrentarse a un arcade por algunos minutos. Mi intento fue por atrapar con tenazas metálicas una heroína de manga con cabello tan violeta como el que suelo tener gracias a la magia de la química. Luego de seis intentos y de darme cuenta que había gastado en la traga-niqueles más de lo que podría costar la muñeca salí del lugar corriendo y sin mirar atrás. Era un edificio de seis pisos, todos dedicados a video juegos. La distribución desde el sótano hasta el último espacio era temática, así, la planta baja era sólo para traga-niqueles. Algunos al menos salían con un botín entre las manos.

La dimensión de las jugueterías y de la mercadería sólo me dejó pensando en una cosa: no basta la vida si el asunto se toma como coleccionista. Cuánto dinero, tiempo y espacio hay que tener para hacerse con cada pieza? Luego, viendo el movimiento de la clientela concluí que la oferta no es excesiva desde la perspectiva de la demanda.

Muro de afiches promocionales en uno de los pisos del templo juguetero Hakuhinkan Toy Park

Hay fanáticos, robots, figurines, controles, pantallas, trajes, mundos de fantasía, revistas. Un paraíso electrónico. Servicios eficientes y procesos altamente automatizados. Las máquinas distribuidoras de bebidas, tiquetes y muñecos han plagado la capital de Japón, el cosplay -que no es más que traer a la vida a personajes del mundillo del comic– invade aceras más allá de los límites de Harajuku o del Akihabara. Cuesta dar crédito a tanta afición por los circuitos, tecnología e historietas.

Un antropólogo local me comentó que la sociedad japonesa había logrado ciertos atisbos de perfección en su vida diaria, sin embargo, en su opinión, era momento de voltear la mirada a lugares como Suramérica para aprender de su calor y cadencia. Será? o será más bien que a nosotros, todos calentura, nos hace falta un poco de «Yo-Robot»? Quizás se anhela lo que no se tiene, quizás se lamenta lo que se tiene, quizás realmente se menosprecia lo que se tiene.

Una de las centenas de máquinas distribuidoras de Tokio. Hay de bebidas frías y calientes casi a cada centímetro de las calles, pero también usan esta variedad en algunos restaurantes para comprar el tiquete del menú y entregar directamente a la mesonera. Proceso automatizado!

Las geishas de la posmodernidad

23 Abr

Jóvenes, lindas y coquetas, con un aire mitad infantil mitad fantasía, estas chiquillas abundan en las aceras del barrio de electrónicos Akihabara o "Denki-gai"

Scarlett Johansson corriendo junto a Bill Murray y otros chicos calle abajo mientras son perseguidos por otro molesto grupo que dispara perdigones era la imagen más fresca que tenía en mi imaginario sobre lo que sería andar por Tokio una noche cualquiera. La escena de Lost in Translation daba cuenta de una convulsionada capital, encendida y poco convencional. Tanto lo es que la Johansson podría lucir opaca en medio de tanta estridencia, color y extravagancia.

Tokio no es famosa por una sola cosa, pero si hubiese un top ten, los electrónicos estarían compitiendo duramente por uno de los primeros puestos. La zona de Akihabara (más comúnmente llamada Akiba) o «Denki-gai» (traduce «barrio eléctrico») ha mantenido su fama durante más de 50 años. En principio, terminada la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en un mercado negro para comprar artefactos y partes de equipos de radio. Con los años es un sitio ideal para hacerse con cualquier aparato eléctrico o electrónico. Además de tiendas oficiales de marcas, existen grandes comercios de variedades y también otras que se promocionan por ser libres de impuestos para extranjeros, pero realmente devienen en una clásica trampa turística.

El imperio electrónico ha hecho espacio de convivencia con el universo del manga y del anime. La llamada cultura «otaku» ha invadido con fuerza cada esquina de la zona. No sólo hay decenas de lugares para compar revistas, historietas, muñecas, juegos y cualquier cosa más allá de su imaginación relacionada con la temática. Impresiona no sólo la cantidad de cosas que pueden encontrarse, sino también las formas. Abundan las heroínas virtuales con cabellos de colores y curvas de infarto en provocativas poses, vestidas en trajes de fantasía erótica o desnudas. Es posible comprar diminutas muñequitas o sets completos de estas porno-idolbarbie, como también son las protagonistas de quién sabrá cuantas millones de historietas.

Escuché a un japonés de no más de 30 años decir que este mundo otaku es el de los eternos niños que transpolan en las historietas, juegos de video y muñecos sus fantasías infantiles. Desconozco como puede explicarse semejante fenómeno, pero lo que es un hecho es que es un fenómeno con arrastre. Además de las tiendas de más de 3 pisos de mercancía, hay esparcidas por doquier máquinas temáticas para comprar pequeños figurines con monedas.

Cada una de estas cajitas tiene un tema. Entre 200 y 300 yenes por muñequito, es cuestión de elegir su tema, colocar las monedas, dar vuelta a una perilla y recoger su coleccionable

Los templos dedicados a los juegos de video son de proporciones faraónicas y es inevitable caer en la tentación de quemar algunos yenes en las traga-niqueles. La imagen de filas de personas fumando y tomando alguna cosa, adheridos a consolas de video a las 5 de la tarde es de las cosas más bizarras que creo que haya visto hasta la fecha. Es atracción de grandes y chicos, incluso más de grandes que de chicos. Hay lugares en los que apenas permiten la entrada a mayores de edad, y no se hagan mente, no hay nada fuera de orden: sólo máquinas y máquinas. Juego y mundos fantásticos. Una realidad ficticia que parece más real que la real para centenas de personas.

Mi momento de euforia fue cuando vi una réplica de 1,60 de Mazinger Z, aquél robot gigante operado por el guapo (entonces me lo parecía) Koji Kabuto que, como todos los héroes, trataba de salvar el mundo de los malvadísimos ataques del Doctor Infierno. La euforia disminuyó un poco cuando vi que el gigante que tenía al frente era para conmemorar los 40 años de la primera edición del seriado. Cuatro décadas, quien diría.

Todas andan a la caza de clientes, papeles en mano, entusiasmando a los transeúntes a un rato de relax junto a ellas

Es tan fuerte la pasión por el costume que la realidad comenzó a imitar a la ficción. Así no van a faltar en las aceras adolescentes vestidas con trajes clichés de empleadas domésticas, marineras, niñas y pare usted de contar. Todas tienen rostros infantiles y usan medias de colegiala con mini falda acampanada y largas colitas en el cabello, así como toques pasteles que las suavizan aún más el look. Hacen publicidad a centros de masajes y a los «maid cafes». Estos últimos son cafés con la particularidad de que su personal, sólo femenino, está completamente en personaje, es decir, todas lucen estos vestiditos de fantasía, hablan en agudos decibelios y hacen puchero combinado con mirada de «gato con botas».

El más famoso de estos centros, según la Lonely Planet es el @home Café. Dividido en dos escenarios, el primero es una barra y el segundo un espacio para que las chicas canten, bailen y hagan concursos con los visitantes. Al llegar usted escoge a cual de los dos ambientes va e inmediatamente es informado de sus opciones. En el caso de la barra -el que yo tomé- le corresponde pagar sólo por la visita, además de elegir un plan que puede ser sólo tomar algo, jugar con la maid «de su preferencia» o tomarse una foto con ella. Opción C: todas las anteriores. El sitio es totalmente rosado, lo más cursi que pueda imaginar. Todas dan la bienvenida y despedida a coro en sus agudos tonos de voz. Las opciones de tomar o comer son tan dulces como la atención de las chiquillas. A lado y lado tenía chicos que habían optado por un juego con su maid. No puedo negar que la escena era un poco deprimente: muchachos de unos 20 años pagando por jugar una suerte de damas con motivo Hello Kitty con una chiquilla que sólo sonreía y hacía puchero.

Las fotos exigen pose. Traen a su puesto un catálogo de fotos de las niñas para que elija una. Luego lo llaman y ella coordina la pose que -no se hagan mente- es infantil, no provocativa. Le dan la opción de usar orejitas de gata o conejo, u otros accesorios. El contacto físico está expresamente prohibido. No es un sitio para tocar o pasarse de simpático, es para jugar y distraerse un rato. Los chicos llegan, juegan, se retratan con ellas, hablan un rato y se van con un barajita más en su álbum de fotos. Mis vecinos de barra tenían, cada uno, sus respectivos estuches de fotos donde, a ojo por ciento, podrían haber unas 300 imágenes. No puedo contabilizar cuanto dinero había allí ¿invertido?.

A medida que veía la escena no podía sino recordar otra película, aquella de Memorias de una geisha. Mientras más observaba a las chicas y a sus seguidores venían a mi cabeza las lecciones que Mameha daba a Sayuri sobre el deber ser de una geisha que iba de complacer a sus clientes con música y juegos. Servirles el té, escuchar sus conversaciones y lanzar ocasionalmente gestos de sensualidad que no pueden confundirse, ni por error, con invitaciones a un mínimo contacto físico. Lejos de los elegantes kimonos de seda y las altas sandalias de madera, estaban frente a mi esta especie de geishas de la posmodernidad envueltas en trajes de fantasía con cientos de metros de encaje y detalles rosados.

La sorpresa de despedida fue un juego de palitos para comer envueltos en un empaque rosado con la bandera de Venezuela impresa. Confieso que fue un gran obsequio. A la salida, los más entusiastas podían comprar recuerdos del café o trajes de fantasía para tener su propia maid en casa.

Como yo no fui al segundo ambiente a jugar Moe Moe Janken (una especie de piedra, papel o tijera), aquí les dejo un video para que vean de qué va la experiencia.