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Modelando oficio

3 Dic

Típico estar fuera del país y andar cámara en mano lanzando fotos cual paparazzi porque en tierra ajena, todo es «novedad»,  y por qué no, todo es «exótico».

Tratándose de otro continente, la acción de apretar el disparador infinitas veces es aún más frenética, y quizás esto explique porque -a menos que nos ganemos la vida a punta de gráficas- no tomamos el retrato de un niño que corre por nuestras calles pero sí el que corre por cualquier otra capital.

Esto también podría justificar porque, recuerdos de niñez aparte, tengo escasas fotografías en Maracaibo. Siendo la ciudad donde nací y crecí, todo me parece cotidiano, sin trascendencia, no así otros lagos, otros puentes, otros soles, ni otros locales. Lo cierto es que a casi 15 mil kilómetros de distancia, lo exótico sería tener una foto de un vendedor de jugo de coco en el casco histórico, pero nunca me detuve a tomarla, ni siquiera a los «sansones» que sostienen el edificio Botica Nueva a metros del teatro Lía Bermúdez, y eso que estas figuras de mármol constituyen uno de los marcos de la ciudad.

Mas, en las adyacencias del Templo de la Literatura en Ha Noi (lugar donde se estableció la primera universidad de Vietnam) no pude evitar detenerme para tomar un retrato de un señor que en plena acera había instalado su tarantín de barbería. Espejo, tijeras, peines, afeitadoras y sillita. Al aire libre, sin mayores divisiones de espacio que las que los transeúntes marcaran, no me resistí a capturar la imagen. Pero no podía estar más equivocada, es un barbero? No!, un peluquero? No! es un modelo!

Varios de estos "barberos" despliegan sus negocios en una de las aceras del transitado Templo de la Literatura

Apenas concluyó el «clic» el señor me llamó para enseñarme un cartel dispuesto sobre su maletín -que infortunadamente no vi- informando que el peculiar modelo cobra un dólar por fotografía, tarifa que deja claro el target del negocio: extranjeros.

Horas más tarde, a la salida del Museo de Vietnam de la Revolución, en apenas dos segundos una vendedora me incrustó en el hombro sus tradicionales cestas de carga y me completó el look con su sombrero de cono. La señora se negaba a aceptar sus cosas de vuelta y sólo repetía «foto, foto, foto». Sin oportunidad a rechazar el extreme makeover, vino la consabida foto y, por supuesto, la respectiva paga.

Con tanto turista en la zona, es obvio que los locales entendieron que sus oficios pueden resultar exóticos, así que para qué seguir modelando de gratis?

En toda Ha Noi se repiten las mismas imágenes de vendedoras que utilizan las cestas para carga, vitrina y hasta cocina. La pregunta que me quedó sin respuesta: por qué es un negocio exclusivo de mujeres?

Café de comadreja

2 Dic

Empaque del café de comadreja que comercializa la marca vietnamita Trung Nguyen. La comadreja modelo posa sobre los granos de café, como para que no queden dudas del producto contenido

No es secreto que los venezolanos difícilmente pasamos el día sin al menos una tacita de café. Parte de nuestra cultura, es también rito indiscutible de nuestra cotidianidad. Marrón, negro, con leche, en cualquiera de sus presentaciones, siempre está presente.

A alguien escuché decir que «la cultura del té es mucho más amplia que la costumbre del café», y probablemente lo sea. En estos lares la primera cosa que colocan en cada mesa casi siempre es té o, en su defecto, agua caliente. Ciertamente, a esta desconocedora de las hierbas y sus sabores, elegir una entre las decenas de opciones de té que se despliegan en cada carta es una tarea mil veces más compleja que decidirme entre un marrón o un con leche para desayunar.

Siendo el café una tradición ajena a China, hay dos hechos concretos que cualquier amante de este grano no tardará de descubrir allí: una taza de café en la calle puede resultar tan cara como un almuerzo, y antes de conseguir un buen tinto, habrá probado montón de malos. Es por eso que una de las cosas que se agradece de Vietnam es el café. Ocupando el segundo lugar del ranking de los países exportadores del producto, es impelables entrarle a una tacita del preciado líquido.

Es muy común ver a los locales tomando café negro con hielo en largos vasos que más parecen de jugo u otra bebida. Como no resisto la idea del café frío, me lancé por el clásico, mi clásico: un marrón, porque en el menú vi, por vez primera en Asia, «brown» entre los tipos de café. Cuando me trajeron el pedido, no aprecié ninguna diferencia con el negro vecino, sin embargo al empezar a revolver, una textura gomosa al fondo y el repentino esclarecimiento del color me hicieron comprender que este marrón resulta de la mezcla con leche, pero leche condensada. Sonará extraño, pero juro que es el mejor café que he tomado en mi vida, y como da para repetir, no paré de tomar en cuanto sitio me encontraba.

El cafecito caliente en sus dos clásicas presentaciones: con leche condensada y tinto

El estilo tradicional de colado es distinto al nuestro. Ni media, ni greca, ni cafetera. Utilizan un envase, parecido a una taza metálica, que colocan encima de un plato -también de acero- que hará las veces de filtro. Esto va sobre la taza donde caerá el café colado. Dentro del recipiente de acero colocan el polvo y luego el agua hirviendo, y dejan filtrar. Mas, el método local convive con las máquinas, no es excluyente.

Aún más particular resulta un polvo único en el gremio, el café de comadreja. Dice la leyenda que décadas atrás, los granjeros de las plantaciones de café solían alimentar a las comadrejas con granos de café maduros. Después de la digestión, los roedores desechaban los granos que eran recolectados, lavados y tostados. Aseguran que este peculiar proceso devenía en un café con un gusto singular, casi de chocolate. La costumbre de antaño desapareció hasta que fue reimpulsada en tiempos recientes por productores locales.

Aunque hay quiénes afirman que por estos días no hay más comadrejas haciendo de las suyas en las plantaciones, y que la alteración del grano se realiza con encimas que le imprimen el mismo efecto que los jugos gástricos de estos pequeños mamíferos, la marca Trung Nguyen imprime en sus empaques la imagen del roedor y defiende la calidad y singularidad del producto afirmando que «hemos estado criando comadrejas en nuestras plantaciones de café, dándoles un ambiente saludable para que disfruten de su fruta favorita y continuamente produzcan el más maravilloso café en el planeta». Ardid publicitario aparte, eso de «producir continuamente» no puede ser una figura retórica…

La presentación más común: con cubitos de hielo en vaso largo

Ha Noi a pie

30 Nov

Postal de una de las callejuelas del casco antiguo de Ha Noi

En menos de dos décadas, los habitantes de Ha Noi han cambiado sus bicicletas por motos. El sonido que predomina en el centro de la ciudad es el ronroneo de los motores. Decenas y decenas atraviesan las calles, y otras tantas ocupan las aceras como estacionamiento. La fila infinita de máquinas apiladas una junto a la otra se asemeja a las piezas de dominó que armamos en culebrilla, consecutivas, para luego de un tirón dejarlas caer en sincronía.

Aclaré en reiteradas ocasiones que la moto es el vehículo oficial de la ciudad, pero además es el medio de carga por excelencia, si no observen al vendedor de sombreros, y como él es fácil tropezar con el de cochinos, pollos, perros, vacas y pare usted de contar

La ciudad está viva. Llena de ruidos y de olores. «La antigua gran dama de oriente», así la describe el Lonely Planet. Llena de contrastes, con días vibrantes de comercio y noches de té y conversa.  El casco antiguo es el corazón de la capital de Vietnam, y está definido por callejuelas, comercios y restaurantes.

Aunque las angostas aceras permanecen tapiadas por las motos y cruzar una calle puede ribetes de vida o muerte, me dispuse a caminarla. Comencé el recorrido sugerido de 3 kilómetros y medio en el Templo Ngoc Son, erigido sobre el lago Hoan Kiem para honrar a un general, un estudiante y una tortuga, sí, una tortuga.

Completamente bordeado por las pantanosas y relajadas aguas del lago, el templo conserva -entre sus principales atractivos- una tortuga disecada que, en vida, pesaba unos 250 kilos y alcanzó 2,1 metros de longitud. El ejemplar murió en 1968, y los lugareños aseguran que sus parientes consiguen pervivir en el contaminado lago, punto neural de la alborotada metrópoli. Ronda el misticismo en torno a ellas, pues dice la leyenda que su estirpe desciende de una tortuga sagrada que en el siglo 15 recibió, de manos del rey Le Loi, la espada que empuñó contra sus agresores. Verdad o mentira, ha pasado una década desde que tomaron la última foto validada de uno de estos reptiles nadando en el lago, y algunos biólogos locales convienen en que es la imagen de la única sobreviviente. Pese a la oscuridad de las aguas, la gente sigue admirando el lugar en espera de avistar a un descendiente de la tortuga sagrada.

Dejando atrás el lago «de la espada retornada» (nombre en castellano), avanzo en una calle sepultada bajo ventas de zapatos. Un horizonte de cuatro cuadras -lado y lado- de sandalias, tacones, deportivos y botas se despliega tomando lo que las motos dejan de acera.

Zapatos, zapatos y más zapatos! Un paraíso femenino!

El camino continúa atravesando comercio tras comercio. El casco histórico parece una gran tienda por departamentos y sus calles, las secciones. Así, luego de pasar por las tiendas de seda, vienen las de joyas, seguidas por las de los altares y la de los billetes falsos, entre otras ofrendas, para quemar en honor a los ancestros, la esquina de los arreglos mortuorios, la zona de las hierbas junto al cruce de los herreros. Más adelante el mundo de los juguetes, tras el cual comenzarán a aparecer los acrílicos, pinturas y souvenirs. Los dispendios de licores, tabaco y café surgen justo antes de alcanzar un mercado callejero de comida.

En la calle Thanh Ha las verduras y frutas conviven con otros alimentos secos. El punto más exótico es, como siempre, la sección de pescadería. Sólo que aquí, a falta de peceras, buenas son cestas, y así langostinos y otras especies marinas llaman la atención de los compradores desde el suelo. Lo más extraño en esta parada? para mí la escena de la descuartizadora de sapos en plena acción, y una suerte de lombricilla acuática que se vendía en cantidad.

Venta de frutas y verduras en el mercado callejero sobre la calle Thanh Ha

El sangriento rincón donde descuartizan a los sapos. Los que aún están vivos se encuentran amontonados en la red junto al envase turquesa

Para quién quedó con ganas luego de ver a los sapos, justo al lado hay montón de otros animalitos que pronto serán comida

La caminata termina lanzándome a un mercado callejero de imitaciones que bien parece una venta de pulgas. Por lo menos siendo fin de semana, cierran la vía al tráfico dejando a los compradores concentrarse sólo en los tarantines. Es posible pertrecharse de ropa y accesorios de marcas originales en las tiendas de marcas extranjeras que también plagan la ciudad, irónicamente capital del país que medio siglo atrás se batió en guerra contra el imperio. Si Ho Chi Minh viviera…

Finalmente llego al Teatro de Títeres del Agua Thang Long. La compañía ofrece unas cuatro funciones por día, y la demanda es tal que toca comprar las entradas con antelación. Cuentan que la tradición nació en el delta del Río Rojo en el siglo 11. Los títeres son de madera y están barnizados. Durante todo el espectáculo danzan en una piscina que hace las veces de escenario. Lo que comenzara centurias atrás como una ofrenda espiritual en las cosechas de arroz, es hoy una de las principales atracciones de la capital. Acompañados de música, la historia se narra en vietnamita, pero la presentación de la obra es doblada al inglés y francés.

Y como ya había pasado mucho tiempo sin comer, por supuesto que llega la hora de la cena. Aunque ya dije que la cocina vietnamita se convirtió en mi sazón predilecta, debo confesar que mis mejores degustaciones no fueron en los gourmets de Ha Noi. Paradójicamente, comienzo a creer que se vuelve regla gastronómica que el mejor nombre del menú es lo que peor sabe y lo que anuncia un plato incomible termina siendo una delicia. Así, los langostinos en caña de azúcar no eran la entrada soñada, pero el arroz negro con huevo y coco en hoja de banana resultó un postre de antología.

Arroz negro no es algo que uno fácilmente pediría de postre, y menos si viene con huevo, pero es una combinación perfecta para terminar la cena

Después de la cena, aún queda ánimo y espacio para probar la famosa cerveza local. Bia Hoi (birra en vietnamita) es conocida como la más barata del mundo, y no dudo que lo sea: una jarra generosa cuesta apenas 0,66 bolívares fuertes. Es posible ver las garrafas en cualquier callejuela pero hay zonas pobladas de mini bares que la tienen como su plato fuerte. Estos locales se despliegan en las aceras con pequeños taburetes de plástico que los frecuentadores van agrupando en rondas conforme se van instalando.

La fiesta comienza temprano, por lo que mi primer intento de probar la Bia Hoi fue en vano, los toneles ya estaban vacíos. Este formato de local es postal común en el casco histórico, así que no cuesta conseguir otra esquina. Cerca de la catedral en la calle Nha Tho, otro montón de estos sitios son bombardeados de personas que en la perspectiva del peatón pueden parecer hormigas, debido a lo bajas que son las sillas. Me hago espacio y en menos de tres minutos descubro que no será una noche de Bia Hoi, sino de té frío con limón acompañado por semillas de girasol como pasapalo. Una vista 360 me permite comprobar que todo mundo está tomando té y conversando entre tanto devoran bolsas de semillas de girasol. El piso va quedando cubierto por las cáscaras de decenas de chicos que noche, tras noche, acuden a esta esquina con tan singular forma de divertirse.

La costumbre es plausible, si consideramos que la mayoría se desplaza en moto por la ciudad. De cualquier manera, para quiénes se pregunten cuántas horas pueden pasar unos chicos tomando té y comiendo semillas, les cuento que no muchas, sobre todo porque a la medianoche termina la rumba y los jóvenes, cuales cenicientas, deben tomar sus carruajes y retornar a casa. Faltando unos diez minutos para las 12 la policía arriba a los locales, uno a uno, para recordar que -por decreto- las santamarías de la noche se bajan a esa hora. Cada quien sigue su camino y los dueños de los locales recogen, en un santiamén, sillas, vasos y conchas. La alharaca de esta exótica ciudad cesa, hasta un nuevo día.

De las imágenes más comunes del centro de la ciudad: los mini bares. El formato también se repite para ventas de comida callejera

Rápido y furioso

26 Nov

El lado chino del llamado "pase amistoso" o Huu Nghi Quan en vietnamita

El llamado «pase amistoso» es una construcción de unos tres pisos de alto. Una vez atravesada, comienza el proceso de extranjería para abandonar territorio chino y adentrarse en Vietnam. Este cruce es, según el Lonely Planet, el cruce más transitado entre ambos países.

Los trámites de salida transcurren sin mayor novedad y el puente limítrofe debe cruzarse a pie. Sellado el ingreso a Vietnam, toca tomar un transporte para llegar a un puesto de camionetas que tienen a Ha Noi por destino. Sin nada que ver en el poblado de Dong Dang -que da la bienvenida a Vietnam-, inicia el recorrido de 164 kilómetros hasta la capital del país.

La vía es angosta, un canal de ida y otro de vuelta. Pese a la distancia, el camino no se completa en menos de tres horas. Buena parte del trayecto transcurre flanqueado por plantaciones de arroz, interminables, complementadas por las imponentes estampas de búfalos, quiénes se proyectan como manchas marrones en aquellos horizontes verdosos.

En medio de las cosechas se alzan algunos esporádicos edificios de no más de tres o cuatro pisos. Todos angostos, sólo llevan por ventilación los amplios balcones frontales. A los costados no hay ventanas ni puertas. Las antiguas estructuras, con sus decoraciones externas, se va repitiendo hasta llegar a la capital.

El conductor de la camioneta avanza rápido y furioso. Pasa camión tras camión sin el menor desparpajo. Por segundos es posible creer que juega a «gallina» con los automóviles que vienen en sentido contrario. Nunca recorta velocidad, nunca espera, ni siquiera cuando una manada de búfalos toma el asfalto por sorpresa.

Estudiantes en sus bicicletas pedalean en el escaso hombrillo, y aunque para el ojo foráneo parece un asunto de alto riesgo, es obvio que para ellos es una tarde cualquiera en sus vidas. Un atrevido motorizado con dos pasajeros repite, sin éxito, las arriesgadas piruetas del chófer de la camioneta de transporte público. El saldo? un casco despedazado.

Luego de adelantar, cual Mad Max, cuanta cosa con ruedas -o sin ellas- se atravesara en su camino, el chófer -casi pariente de algún conductor de camioneta caraqueño- hará una parada de más de media hora sin explicaciones ni motivos, en medio de la nada. Claro está, que una vez a bordo de su Max 5 personal, volverá a pisar el acelerador hasta el fondo para, nuevamente, zig zaguear sin tregua en aras de dejar atrás a los que durante su receso tuvieron la osadía de adelantarle. Y es que el hombre es el ejemplo de todo lo que no se debe hacer: hablar por teléfono al manejar, avanzar en curva, acelerar en curva, no ceder paso, no esperar, no utilizar luces de cruce, no sobrecargar de personas el vehículo.

En medio de situaciones no aptas para cardíacos y horizontes de verdes infinitos cae la temprana noche. Ha Noi aparece ante mis ojos con un tráfico endemoniado. Más motos que bicicletas, más motos que autos en realidad. La autopista es un enjambre en el que los motorizados predominan de lejos sobre los carros, las bicis y los rickshas.

De entrada recordé nuestra Francisco Fajardo o la ilustra Libertador, pero al quitarme el traje de pasajera y ponerme el de peatona, descubro que cruzar una calle requiere la destreza y la precisión de un acróbata del Cirque du Soleil. No hay forma de contar las motos, ni las que andan, ni las que están estacionadas. Ha Noi tiene unos 4 millones de habitantes, y desde la acera es fácil concluir que todos andan en dos ruedas.

Ya que nunca logro cargar mis videos por problemas técnicos, les dejo una pequeña muestra que encontré colgada en YouTube…

La frontera en tres platos

25 Nov

Ese pequeño punto rojo que se ve al fondo es la bandera de Vietnam ondeando en la frontera. De esto lado, China

La primera vez que vi uno de esos tradicionales sombreros vietnamitas fue en la película Pelotón. Aún muy niña, grabé en mi cabeza a Vietnam como un lugar verde, y lo relacioné con dos imágenes muy claras: el asesinato del noble sargento Elías y el sombrero beige en forma de cono.

Dicho esto, no resulta difícil imaginar que el «Non la» (nombre del sombrero en vietnamita) fuera la primera cosa que llamara mi atención en las calles de Dongxing, ciudad al sur de China en los límites con Vietnam. Como todo centro poblado de frontera, en la zona (perteneciente a la región autónoma de Guangxi) es usual sentir una fusión de culturas y de países. Restaurantes, idiomas, sistemas de escritura y, por supuesto, atuendos. De un lado a otro corren las vendedoras pertrechadas con estos sombreros y sendas cestas de idéntica forma que penden de una vara de madera equilibrada en un hombro. Ofrecen a todo mundo cigarrillos, frutas y brazaletes de madera. Al caminar las cestas, cargadas con cualquier cosa que pueda imaginar, se balancean en perfecta sincronía con sus pasos, al punto que de sólo verlas podrías escuchar la música que les marca el ritmo.

La postal más común de la zona. El aperitivo de estar a punto de entrar a Vietnam. Cómo verán en esas cestas cabe cualquier cosa, incluso se puede prender un fogón y asar unos pasapalos

No paraba de contemplar sus menudas figuras hasta que en un restaurante otra estampa cautivó mi sorpresa. Peces, moluscos y cretáceos a la venta, frescos, vivos, a un lado de las mesas, como ya es costumbre. Escoger el menú era cuestión de señalar la pecera e indicar la cantidad. Luego de ignorar a los pulpos miniatura y sentenciar a los langostinos a la muerte por caldero, el mesero se sintió en libertad de ofrecer un extraño animal de caparazón duro y patas arañosas. ‘Un cangrejo gigante con cola’ pensé a la primera, pero no, realmente nunca vi nada parecido. Con un poco de traducción, me explicaron que se trataba de un «Heo», pero no importa cuántas veces busqué la palabra, no encontré una foto de un ser vivo con ese nombre de pila.

El menú! Podrán decir que es excesivamente gráfico, pero por lo menos no exige hablar mandarín ni cantonés

El supuesto "Heo" en su fase viva, del otro lado no era más que un gran caparazón

Primer plato: El cretáceo vuelto comida. El fin no justificó los medios

Descuartizado, el cretáceo (supongo) llegó a la mesa vuelto un amasijo entre gris y amarillo con vestigios de lo que alguna vez fueran sus patas. Es justo decir que el sujeto murió en vano, puesto que no podía tener peor sabor. Sus restos descansaron en paz en el plato, fue imposible comerlo, menos cuando al lado destacaban los langostinos, ahora sonrojados y al ajillo. El café pos almuerzo fue sustituido por un té, y el postre por una caminata junto al río que separa a China de Vietnam.

Si bien al sur, pero no tanto como para probar los famosos «noodles cruzando el puente» (plato tradicional de la vecina provincia de Yunnán), o para degustar en casa el dim sum cantonés, me limité a desayunar unos noodles de carne, que como sabrán, no es más que una sopa con espagueti y trocitos de carne condimentada con cuanta especie tenga a bien servirse cada comensal. Yo, que como Mafalda odio la sopa, no eché más que cebollines picados. Mis prejuicios aparte, la opción resulta económica y completa para primera ración de un día frío como los que ya comenzaban a despuntar en la ciudad.

Segundo plato: Noodles de carne, un desayuno completo!

La carretera hacia el sur de China premia con panorámicas verdes y de horizontes azules, marcados consecuentemente por formaciones rocosas de diversas formas, tamaños y colores. Los llamados «karst» del sur del país figuran en la lista del patrimonio mundial de la Unesco, y sorprenden felizmente al ojo que durante meses ha tenido las moles de concreto de Pequín como vista principal.

Una visual de las formaciones rocosas del sur conocidas como "karst". Desde la carretera es posible verlas aparecer una tras otra de lado y lado del asfalto (Foto tomada de http://www.panoramio.com/photo/800056)

Al arribar a Pingxiang, reaparecen las grúas de construcción que, evidentemente, no paran de esparcirse por el país. Sin embargo, la vegetación siendo una constante de la visual.

Un modesto restaurante vietnamita es la última parada gastronómica antes de completar el camino a Huu Nghi Quan o, en castellano, «paso amistoso», el más concurrido de los tres cruces fronterizos que comparten China y Vietnam. Sin el menor conocimiento de cantonés y un mandarín indecente, la elección de platos termina siendo decisión de la casa.

El local no exhibe en peceras lo que minutos más tarde será comida, pero si expone una amplia selección de animales macerados en alcohol. No me sorprendieron las serpientes, pero confieso que tanto bicho dispuesto en frasco no es el mejor aperitivo.

Mientras apreciaba la exhibición, comenzó a llegar el botín. Más langostinos, más noodles, pez asado, ensaladas y los mejores rollos primavera que en mi vida haya comido. No quedó espacio ni voluntad para el café o para el postre. Luego de reconfirmar mi novísima pasión por la comida vietnamita, el banquete sólo invitaba a una cosa: recorrer los 20 kilómetros faltantes para cruzar el puente fronterizo que desemboca en Dong Dang, el pueblo limítrofe de Vietnam, ubicado a 164 kilómetros de la capital, Ha Noi.

Tercer plato: Uno de los mejores banquetes de comida vietnamita y la antesala a Ha Noi