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Perros estereotipos

3 Mar

Soy de esas personas que quieren llevarse a casa cuanto perro callejero abandonado pillan en el asfalto pero que, irónicamente, no tienen reparo en devorar unas costillitas asadas cada vez que tiene oportunidad. Sí, padezco de doble moral e hipocresía animal, también tengo suficientes años cumplidos para reconocerlo públicamente. Por supuesto tengo perro, y claro, lo trato como al hijo que no tengo. Esperaban otra cosa?

Dicho esto queda tácito que cuando me mudaba para China soñé despierta con toda clase de pesadillas perrunas como que no iba a poder sacar nunca a Burbuja del apartamento o que podían quitármela apenas pisar el aeropuerto o que alguien la secuestraría para hacer un par de pinchos. Estereotipos que comienzan con «los chinos comen perros» pueden imbuirle a uno toda clase de miedos que cruzan, a velocidades temerarias, los límites de lo racional hacia la tierra del cualquier cosa.

Cierto que el anecdotario animal aquí puede ser harto difícil de digerir, pero la cosa es que remitiéndonos estrictamente al mundo de los perros en China es más lo que transita nuestras cabezas que cuánto ocurre realmente. No he visto bárbaros destazando canes en las calles, ni tampoco a personas golpeándolos a mansalva y sin contemplación. Una vez, sí, tuve la desgracia de contemplar como unos señores se divertían dejando a su crecidito pastor alemán «jugar» con una tortuga que, escondida en su caparazón, daba vueltas por doquier según mandaba la inquieta voluntad de las patas y hocico que le acechaban con frustrada curiosidad.

Hago estas consideraciones a propósito de haber leído un post hace poco que versaba sobre el decreto que regirá en Shanghai -el centro económico de China- a partir del próximo 15 de mayo: quien tenga más de dos perros en casa deberá pagar multa por el segundo. El autor del post afirmaba que ciertamente notaba a los chinos en extremo cariñosos con sus mascotas perrunas, pero también acotaba que en su vecindario los canes no ladraban y que al preguntar le comentaron que se debía a que le cortaban las cuerdas vocales para no hacer ruidos. También agregaba otro hecho «curioso»: en los parques alquilan perros por un día para que las familias puedan disfrutar de la compañía por una tarde sin las inconveniencias de la convivencia.

En mi cuadra los perros sí ladran, juegan, y desfilan en el jardín con chaquetas Adidas y zapatos Converse. Cierto que hay alquileres de mascotas como el de una chica de 25 años que anunció en un site mayormente frecuentado por expatriados que ponía en renta su Golden Retriever de dos años por el módico precio de unos 80 mil bolívares fuertes (al cambio) y un depósito previo de 2 millones. Cerraba su clasificado diciendo que «todos amamos a los perros, así que sea comprensivo, no lo golpee». Por la foto del aviso se me dio que lo que realmente estaba alquilando sería su propia compañía, pero el punto es que sí existe el servicio, así como la posibilidad de cortar las cuerdas vocales a caninos ruidosos.

Exclusividades chinas? no. Entre dueños de mascotas que son denunciados por la incomodidad que los ladridos producen en su vecindario la cirugía se convierte en un procedimiento recurrente en varios países, incluso en Estados Unidos (nuestro habitual ejemplo para denotar la normalidad de las cosas… «si pasa en Estados Unidos, es normal!»). La oferta de mascota por un día o perros de servicio también está disponible en otros continentes, así que lo único curioso quizás termina siendo la rapidez con que la sociedad china incorpora, a brazos abiertos, a un mejor amigo en su familia, el viro es a una velocidad tal que en occidente todavía no nos enteramos y continuamos repitiendo estos perros estereotipos.

Vida de perro en Pekín (1 de 2)

9 Nov

No fueron pocas las personas que me advirtieron que traer un perro a China encabezaba la lista de las peores ideas. También me insistieron que considerara las inconveniencias de sumar una mascota a mi proceso personal de adaptación.

Palabras más, palabras menos, todos convenían en que Burbuja -mi poodle de tres años- no debía tomar aquél avión conmigo. No les quité razón, pero dejando de lado la incertidumbre, no repensé  nada. Burbuja, alias Bubú, tenía su pasaje comprado.

Por aquellos días previos al vuelo, busqué por doquier pistas sobre el traslado de animales. La información era escasa y contradictoria. Incluso fui al Consulado de China en Caracas, y cuando pregunté a la funcionaria sobre las normas de aduana pera ingresar un perro, me miró llena de asombro y espetó «nosotros no manejamos esa información».

– Si el Consulado de China no maneja información sobre qué trámite debe cumplirse para ingresar un perro a China, a dónde debo ir?

-Ahhh eso puede preguntarlo en la oficina de cuarentena del aeropuerto de Pekín.

-Entonces, debo llegar a Pekín para saber que papeles debo tener para llevar a mi perro?

-Sí!

Comprenderán que salí convencida de estar protagonizando un programa de cámara escondida, pero para mi desconcierto, la realidad es que sólo en Pekín sabría, con absoluta certeza, qué haría falta para completar satisfactoriamente la mudanza de Bubú, y si era necesario o no cumplir un período de cuarentena.

Una veterinaria le explicó a mi mamá que debía llevar los certificados de las vacunas, además de un certificado de salud emitido por un médico y sellado por el Ministerio de Agricultura y Tierras. En una semana estuvieron listos los papeles que, además, fueron traducidos al inglés, para evitar problemas de incomunicación, claro.

Yo descubrí en el momento que un perro que no supere los 6 kilos -incluyendo su caja de transporte o kennel- puede volar en la cabina, así que la compra del kennel fue guiada por el factor de peso, literalmente. También fue necesario comprar un tranquilizante para que pudiera pasar el viaje durmiendo.

En el aeropuerto de Maiquetía sellaron los certificados de vacunación y salud, y comenzó la travesía. Cruzó casi 15 mil kilómetros en 24 horas, durante las cuales nunca salió del kennel, se mantuvo entre dormida y apenas si masticó algo de comer y tomó líquido. Terminado el viaje, nos retuvieron en el departamento de cuarentena del aeropuerto de Pekín para explicarnos que era necesario dejarla 40 días en aislamiento preventivo. Lágrimas de nada valieron y Bubú partió a la cárcel perruna.

Les presento a Burbuja, alias Bubú, durante sus días de cuarentena. La foto fue tomada una semana antes de la salida de la cárcel!

Buscando alternativas para verla durante su encierro me tropecé con el primer intento de corrupción que viera en esta etapa asiática. Una organización me garantizaba liberar a Bubú a cambio de pagarles el doble del monto que debía cancelar por sus impuestos de entrada. Sea por la cantidad de dinero o por el temor a involucrarme en problemas apenas de entrada, no hubo acuerdo. Mientras, me confortaba con noticias de los funcionarios del departamento que me aseguraban que el único problema de la peluda era su pésimo comportamiento. «It’s a naugthy dog» fue la frase oficial!

Infinidad de veces pensé lo peor, dada la fama de los chinos, pero ahora puedo contar que nada malo pasó durante su cautiverio. No sólo alimentan y chequean a los animales, sino que también tienen derecho a paseos semanales en las instalaciones que están en las afueras de la ciudad. Cuando volvimos a vernos, lucía perfecta: ni un gramo más, ni uno menos. No estaba sucia ni herida y brincaba de la felicidad apenas salió de la jaula.

Para comenzar la vida citadina, es necesario pagar mil kuáis en impuestos de entrada (equivalente a mil bolívares fuertes), y otros mil por impuestos anuales durante su registro en la Policía, trámite obligatorio para las mascotas que viven en la capital.

Su vida desde entonces transcurre sin anomalías. Al principio pensaba que había horarios determinados para salir a pasear, pero sólo aplican para perros de mayor tamaño, elemento que quizás explica que sólo veamos canes pequeños en las calles.

En la ciudad hay cualquier cantidad de tiendas de mascotas y clínicas veterinarias, cuya variante es que por no hablar chino -como en la mayoría de los casos- se paga caro, entiéndase doble y hasta triple de la tarifa por consultas y medicinas que cancelan los locales. Existen las mismas marcas de alimentos, así como juguetes, galletas y accesorios de todo tipo. También hay parques temáticos sólo para ellos, de los cuales aún no hemos podido disfrutar por el temor de esta servidora a los hábitos antisociales de Bubú.

Vale decir que el proceso de adaptación de la peluda pasa por hacer enemigos y no amigos. Ya ha protagonizado dos peleas callejeras de las cuales ha salido triunfante y campante, es decir se ha abalanzado sobre dos congéneres del conjunto residencial, uno de ellos de unos aproximados 10 centímetros de alto y 100 gramos de peso.

Lógicamente hay excentricidades chinesas en la relación perro-hombre, como la moda de transformarlos en otros animales: osos pandas, tigres y hasta tortugas. Según un reportaje publicado meses atrás en la prensa local, por un nada módico precio, algunas agencias se encargan de dar estos «exóticos» looks a los perros. Por supuesto, aseguran que los litros de pintura utilizados en la transformación no son tóxicos ni generan daños de ningún tipo en el animal, que como siempre, tiene voz pero nadie la entiende.

A comienzos de junio de este año, este perro-tigre, junto a otros cuatro peludos transformados en pandas, fueron la atracción principal de la inauguración de un parque para mascotas en Zhengzhou, provincia de Henan. (ChinaFotoPress)

Estos perros-pandas fueron los acompañantes del perro-tigre y los ganchos publicitarios del nuevo parque temático (ChinaFotoPress)

En Pekín, las peluquerías caninas cobran entre 7 dólares (por teñir una oreja) hasta 300 (el extreme makeover), trabajos que duran, en promedio, medio año. Es justo reconocer que estas tendencias no son práctica exclusiva de la China contemporánea -para muestra vean al desafortunado perro tortuga ninja-, pero sí reflejan el cambio social y económico del país famoso en nuestros predios por comerse de cena a los mejores amigos del hombre.