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Día de costa, noche de compras

19 May

El olor del mar es algo que siempre adoro respirar. De pocas cosas siento tanta nostalgia como de estar a pocos kilómetros de distancia de esa fragancia que siempre me retrotrae a mis tiempos de infante. Persiguiendo el perfume que emana del agua salada di la vuelta a la isla -distancia pagable en taxi- e inicié mi recorrido por el sur en el Ocean Park.

Este parque temático, homenaje al azul y todo lo que dentro de él habite, tiene tanta cosa para ver que al llegar uno no sabe por donde comenzar. Un ligero vistazo al mapa da para entender que el paseo por las instalaciones puede ocupar un día entero, entonces si de aprovechar el tiempo se trata -entiéndase alcanzar el atardecer en la playa (playa!!!!)- lo mejor es definir prioridades y trazar plan de acción.

Una de las panorámicas desde el Ocean Park. El parque tiene dos grandes secciones que se comunican entre sí gracias a un teleférico y a un subterráneo que juega a ser submarino

Como me deleita la vida marina, inicié la caminata por el acuario. La fila era de al menos unas 200 personas, por suerte el asunto anda más rápido de lo que uno esperaría y en 20 minutos ya estaba en la primera piscina. Con tanta gente es poco probable ver en detalle cada tanque, así que sólo disfrute de los tiburones, rayas y tortugas, tan gigantes que son imposibles de perder.

La sala de los corales requiere atención: El cangrejo araña, con sus patas delanteras de metro y medio de longitud (sí, tiene más piernas que usted querido lector) es un espectáculo sin desperdicio. Para mí fue una oportunidad increíble porque intenté verlo en el acuario de Tokio (de donde es oriundo) y el sitio estaba cerrado por remodelación. Luego, si usted cree que los caballitos de mar son las criaturas más mágicas y lindas que ya vio, es porque jamás estuvo frente a un dragón de mar. Estos bichitos son increíbles. Para verlos en sus hábitats hay que sumergirse unos 20 metros en las costas australianas. El dragón foliado se asemeja a un caballito de mar con una cola mayor y un traje de fantasía propio de Carnaval, mientras que su posible primo, el dragón marino común, es una mezcla entre un mini-canguro y una hada encantada.

Yo decidí continuar a por las medusas, porque son de esas especies extrañas que uno no concibe tengan vida propia. Otra vez la gigantesca cola que se sortea en poco tiempo. En el espacio del Sea-Jelly lo esperará una sala a oscuras llena de tanques adecuados con juegos de luces y de sonido para que se dé banquete visual. A la salida puede jugar en la pared interactiva o tomarse algunas fotos en el muro con medusas proyectadas.

Los espectáculos de delfines y leones marinos son periódicos y antecedidos por una banda de hongkoneses que cantan y bailan (o al menos intentan) cumbia. No se pelan el siempre clásico «La cucaracha». El teleférico para desplazarse de uno a otro extremo del parque es aconsejable, así como los globos de helio para quién guste de la experiencia. Hay pandas, un pabellón exclusivo para peces dorados, y varias atracciones mecánicas de vértigo, incluyendo una montaña rusa cuyo recorrido dura dos minutos! (No apto para cardíacos).

Mi parte favorita del paseo es que sólo hay que pagar la entrada principal (que puede adquirirse en precio paquete con el tique del autobús para llegar desde el lado norte) para disfrutar de todas las instalaciones. Ahora si quiere jugar a alimentar a los animalitos en cautiverio como los delfines y demás, tendrá que pagar extra precio.

Cerca del Ocean Park, y bordeando la costa, dará con la playa. Todo mundo recomienda por primera opción ir a Repulse Bay. Dicen que su nombre viene de una batalla ocurrida par de siglos atrás, en todo caso, hoy está cercada por inmensos y lujosos edificios, y es frecuentada por los locales para pasar su domingo de relax.

Mientras más blanco mejor, ése es el lema. Y sólo para constar, la foto fue tomada a golpe de 5 de la tarde!

La orilla! el agua no estaba muy fría pero definitivamente no sumergiría más de mi pie en ella, no me pregunten por qué, falta de feelin que mientan

Y aquí es cuando uno termina de constatar que está en Asia y lejos del Caribe

Qué puedo decirles? Nunca estuve en una playa con todo mundo tan vestido. Hasta llegué a sentir que se trataba de un escenario artificial. Mujeres usando máscaras para evitar la luz del sol, hombres con pantalones y sacos de vestir arremangados y niños de traje completo. Es otra historia, ellos se protegen del sol en la misma proporción en que nosotros nos descubrimos para agarrar color. No había pescadito frito ni tostones, pero quizás sea mejor, como política de limpieza, evitar el comedero en la arena. Baños y duchas gratis junto con una cartelera de indicadores sobre las condiciones climáticas del día.

Si continúa camino en taxi o autobús, siempre por la costa, pronto llegará a la zona del Stanley Market. Decenas de tienditas que funcionan en callejones estrechos y populosos operan hasta las 10 de la noche y venden desde accesorios hasta ropa de confección local. Vale la pena husmear. El muelle es una postal plausible, como también tomarse un par de cervezas en uno de los bares de la calle que lleva el mismo nombre de la zona. Si el clima está con usted, será una delicia pasar el rato en las mesas del bulevar. Yo llegué tarde, pero también es recomendable echar un vistazo al Museo Marítimo de Hong Kong que funciona hasta las 6 de la tarde.

Una desde Stanley. A la derecha de este parador está el mercado, mientras que lo que se divisa al fondo es el muelle, junto al cual están los bares, restaurantes y el Museo Marítimo

En caso de que el Stanley Market le haya despertado el apetito consumista, contará con la suerte de que en Hong Kong es fácil conseguir mercados nocturnos. El de la calle Temple ubicado en Yau Ma Tei es conocido como el mercado de hombres porque sus puestos de ropa sólo ofrecen moda masculina. Se extiende por kilómetros gracias a que las tiendas -al aire libre- van juntando calles y aceras sin parar. Si comienza a caminar a través de los callejones de este mercado de pulgas, rápidamente se perderá entre joyas, recuerdos, carteras, ropa, zapatos y detalles. Para cuando repare estará frente a una decena de carpas de adivinadores de oficio, algunos con cartas de tarot, otros con pájaros que toman su fortuna de una caja de papelillos y unos más con un estudio cuasi científico de su rostro o manos. También podrá escuchar improvisados karaokes callejeros. Para aderezar la caminata vaya a la calle de la comida que lleva por nombre Woo Sung y está cerca de la estaciones de metro JordanYau Ma Tei. Cervezas y variedades de platos con mariscos y peces están a disposición de los comensales que quieran disfrutar de la vibra nocturna de la calle hongkonesa.

La Woo Sung street es ideal para parar y tomarse algo. Además de tener cerca el mercado de la calle Temple, también tiene el mercado nocturno de damas que queda en Tung Choi. Si está en la zona y es fanático deportivo no deje de ir a las tiendas de Mong Kok que tienen todo lo que un fanático que se respete necesita, incluidas ediciones especiales de las camisetas de fútbol de México y Argentina. No, no había una vinotinto... algún día!

Una de las ventajas para andar por la ciudad es que el metro funciona sin parar y lo lleva de un punto a otro del mapa, cruzando incluso la bahía. Las transferencias son cómodas y no tendrá dificultad para hacerse con los boletos. Así que camine, compra, beba y disfrute sin preocuparse por la hora que en la ciudad la noche parece siempre joven.

Mi cena: Langostinos al ajillo acompañados con cerveza San Miguel, una delicia!

Sí hay vida más allá del Caribe

13 Oct

 

El color del agua no da lugar a dudas de que el Pacífico sí puede ser tan o más paradisíaco que el Caribe

 

No recuerdo la primera vez que vi el mar. Fue el Caribe, eso sí. Confieso con vergüenza que hasta hace nada para mí sólo había un concepto de playa: el aprendido en mis viajes familiares de niñez desde occidente a oriente.

Luego entendí que no en vano medio mundo ha sufrido los embrujos de nuestro país, la costa venezolana no será única, pero como se las trae. Hecho este preámbulo que deja claro mi fervor patrio acuático, procedo a contar que finalmente puse los pies en aguas del Pacífico, y qué aguas!

Filipinas es una nación extraña, y extraña es un adjetivo incapaz de describir tanta complejidad. Siete mil ciento siete islas, ése es el país. Imaginen lo que sufren los niños en la escuela para dibujar su mapa. Algunas islas son tan pequeñas que ni siquiera figuran en la carta. Con una historia llena de conquistas, intentos frustrados de democracia, reconquistas, pugnas internas y nuevos gritos independentistas, la sociedad no puede ser menos que diversa.

Para los venezolanos no sería muy difícil sentirse en casa. Quizás sea el signo de haber compartido la suerte de haber sido colonia española o tal vez producto de las latitudes, pero los rostros, colores y sabores no se hacen tan distantes. También puede resultar una conclusión manipulada por los seis meses previos en Beijing. Mas para quiénes creen que se debe a un intento desesperado de buscar pares en Asia, les cuento que en tres ocasiones me preguntaron si era nativa.

Luego de tres horas de vuelo, una noche en Manila, otros cuarenta y cinco minutos en avión hasta la ciudad de Kalibo, dos horas de autobús en dirección al puerto de Caticlán, finalmente allí tomamos un bote que en cinco minutos nos depositó en nuestro destino: Boracay. Según las guías turísticas esta isla es la joya del archipiélago.

No es fácil decidirse entre tanta diversidad, y las condiciones geográficas alejan aún más las islas. Así que mis días corrieron en la playa blanca de Boracay. De un lado la arena cuyo color da nombre a esta costa, y del otro una calle cruzada por motorizados, transportes ingeniosos y mercado de abastos. Comprenderán que me refugié en la arena. Las aguas cristalinas, calmas y calientes son perfectas para nadadores tan inútiles como yo. Si usted es de esos que no se defiende ni en estilo perrito, encontrará allí un verdadero paraíso. La transparencia es tal que, con el agua al cuello, aún podrá ver los pececitos que intentan alimentarse de sus pies.

Aunque ésta es la temporada de lluvias, la suerte estuvo de nuestro lado y un sol radiante se mantuvo estoico durante toda la jornada espantando nubes negras que sólo pudieron hacer de las suyas un par de madrugadas.

La playa es extensa, distribuida implacablemente entre posadas que se mantienen a metros respetuosos de la orilla que va y viene en función de los cambios de la marea. Resultan insoportables los comerciantes que merodean todo el lugar ofreciendo lentes, Rolex (sí, Rolex!), perlas -de seguro tan falsas como la ética de nuestra administración pública-, sombreros, y toda clase de viajes y promociones turísticas. Pero el detalle es superable si no tiene problemas en repetir 85 veces al día «No, thanks».

No es ésta temporada alta, pero el tránsito de personas es considerable. Pese a la masa, es prácticamente imposible encontrar una botella o un papel en el suelo. Carteles a lo largo de la playa exponen dos ordenanzas que deben ser cumplidas: prohibido lanzar basura y fumar en la orilla. Sin policías ni vigilancia, se respeta. Una división de bambúes marca el área de mar que es para sentarse, acostarse, leer, tomar sol, beber o jugar. Comer y cualquier otra cosa es hacia el otro lado, aún con la vista en el mar y a escasos metros de él. Esta suerte de frontera me terminó pareciendo una idea perfecta que mantiene en orden el lugar.

Con variadas opciones de alojamiento, los precios rondan entre los 30 y 60 dólares la noche si no se busca lujo excesivo. Después de todo, en semejante escenario, la posada sólo sirve para cambiarse de ropa y dormir.

Las ventas no varían mucho de las que estamos acostumbrados a ver en los parajes costeros. Accesorios, tatuajes temporales y permanentes, comidas y bebidas, recuerdos al estilo «I love Boracay», equipos para actividades acuáticas, y baratijas inútiles que resultan verdaderas trampas cazabobos.

 

Los paisajes por cobrar que sirven como fondos de postales instantáneas y personalizadas de la isla

 

Las únicas variantes que yo encontré fueron unos castillos de arena y otras figuras gigantescas con las coordenadas de tiempo y espacio que servían de fondo para una instantánea personalizada, y la reiterada oferta de masajes, manicure y pedicura. Perdóneme quien se haya cambiado el esmalte de las uñas a la orilla del mar, pero yo hallé el tratamiento muy bizarro. Los masajes son una constante en Asia, y al parecer no basta para relajarse un rechoncho y brillante sol pintando las nubes de malva en su vertiginoso descenso al horizonte azul. Cada cinco minutos llegará una señora que, casi a ritmo musical, le ofrecerá «body massaaaage».

– No, thank you

– Maybe you only want a foot massaaaaaage

-No, thank you

-Maybe you’ll want it lateeeeeeeer

-No, thank you

Entre uno y otro intento frustrado, logrará, con Piña colada en mano -a 2 x 1 por el Happy Hour del restaurante de atrás- disfrutar del atardecer que deja en pañales a los ocasos de Barquisimeto, que no en vano es conocida por ser la ciudad de los crepúsculos. Al final del día, con certeza afirmará que sí hay vida más allá del Caribe.

 

El atardecer en la playa blanca de Boracay