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Laowai

7 May

Una de las cosas que se hacen más evidentes a quien pasa un tiempo en China es que extranjero siempre es extranjero. El asunto físico no es la única razón, pero sin dudas es una de las más determinantes. Mi caso no es el más representativo, no he intentado nunca asimilarme, no hay forma de que tome agua caliente, el té no es lo mío y el qipao -vestido tradicional chino- no es apto para las caderas latinas.

Veo a otras personas que están más abiertas a que la experiencia asiática quede reflejada en su cotidianidad, pero no importa cuanto hagas o dejes de hacer, aquí eres laowai (老外), jerga en mandarín para decir «extranjero». Hay quiénes lo ven como una palabra despectiva, mas en la práctica define a alguien diferente, que vino de afuera, desde otro lugar donde la gente es diferente.

Ser diferente puede ser genial, como puede ser incómodo. Todo depende del día, el momento o la circunstancia. También depende si metes en la ecuación cuánto tiempo llevas siendo diferente y cuán lejos está ese lugar de donde sale la gente que es como tú.

El fin de semana salí a un almuerzo tardío. De esos de media tarde. A falta de apuros, fui pedaleando, con la tranquilidad que ofrece un sábado perezoso y sin compromisos. Mientras aguardaba en un cruce, un grupo de locales me abordó en mandarín para preguntarme donde estaba la estación de metro más cercana. Era obvio que los lentes de sol me estaban, sin querer, camuflageando, porque un chino nunca preguntaría, en mandarín, una dirección a un extranjero.

Respondí, no sólo porque sabía donde estaba la estación más cercana, sino porque mi precario aprendizaje me alcanza para completar esas pequeñas oraciones de supervivencia. Tan corta era la sentencia que alcancé a decir un par de orientaciones más antes de ser descubierta.

Cuando mis interlocutores notaron mi acento, se vino la risa colectiva y el comentario obligatorio:  «es un laowai!«. Las carcajadas aderezaban los espontáneos «le preguntamos a un laowai!» que salían en las pausas para tomar aire.

El chiste me hizo el día, no porque pasara por china, sino porque, por un extenso minuto, dejé de ser diferente.

Ah, es conmigo

1 Mar

Kekoukele o "sabrosa y divertida", así es la Coca Cola en China

Ya escuché a alguien decir que una de las ventajas de vivir en China es que puedes volver a bautizarte. El asunto va más allá de aquella transformación que muchos sufren al mudarse a un país donde nadie nunca escuchó de ellos. Este completo anonimato es, para algunos, un sinónimo de «volver a nacer» o de «reinvención». En China, debido a la diferencia fonética y escrita que supone el mandarín, toca, además, «achinesar» la identidad. El mismo proceso funciona, a la inversa, para quiénes han ido a morar en nuestras latitudes.

Este sencillo detalle te traduce para los locales. Aquí nadie se salva, si quieres rodar en la boca de los nacionales, tienes que producirte en mandarín. No es un asunto sencillo. Existen empresas dedicadas a confeccionar identidades chinas para las grandes marcas internacionales que quieren incursionar en este mercado. La clave es juntar los caracteres de forma que el resultado suene parecido a la identidad de pila y que, a la vez, tenga un buen significado para adentrarse en la voluntad de los consumidores. Se habla de Coca-Cola como un ejemplo exitoso: no sólo su traducción suena muy similar sino que además es la bebida «sabrosa y divertida».

En la vida cotidiana, muchos extranjeros no se complican a más y sólo hacen la traducción fonética, en tanto que otros si juegan un poco más con su nueva identidad. También hay quiénes optan por sustantivos simpáticos como «mariposa», «flor» o «gato volador». Yo? no fui de nada. Me quedé tan Paula como siempre fui, y nunca me fue muy necesaria la transformación. Pero nunca hay nuncas y, cuando me inscribí en la Universidad unos días atrás, la funcionaria exigió un nombre en caracteres para completar el trámite. Pedí asemejar el asunto lo más posible sin mucha creatividad y pasé a llamarme «Baola», que pronunciado de otra forma puede entenderse como «estoy lleno». Fácil.

El primer día de clases resultó que -por increíble que parezca- otra Paula, venezolana, estaba inscrita en la institución, y la funcionaria sugirió un cambio inmediato de nombre para evitar confusiones. Imposibilitada a hacer algo productivo con mis apellidos, negada a llamarme «conejo» o «árbol bonito» y presionada por la fila de gente que esperaba tras de mi para arreglar otros asuntos, acepté un experimento que intenta -de forma poco exitosa- parecerse a mi segundo nombre.

No sólo no tenía idea de cómo me llamaba cuando entré a mi salón de clases, sino que mucho menos sabía escribirlo. Y claro, recuerdan sus primeros días de clase en cualquier lugar? toca presentarse a la clase, no es? He pasado algunos escenarios graciosos en estos años, pero pararme frente a un grupo de adultos y preguntarle a una completa desconocida -mi profesora- «cómo es que me llamo?» clasifica, de lejos, para el top ten de mis situaciones absurdas.

Como quien cambió el tono de su celular y no contesta las llamadas con rapidez porque no reconoce la música, así me quedo yo cada vez que toman la lista. En blanco, cuando algún compañero de clases se acerca a hablarme, y casi fingiendo demencia cuando me piden leer o responder preguntas. No puedo evitar quedar unos segundos sin entender qué pasa hasta que recuerdo y capto que, en efecto, es conmigo.

Pero todo tiene dos lados, y éste no es excepcional. El positivo? ya aprendí a trazar los tres caracteres que me identifican en el mundo escolar. El negativo? después de tanto esfuerzo, la certificación al final del año se la va a llevar otra que no soy yo.

Matemáticas en carácteres

14 Feb

Dicen que los periodistas no saben sacar cuentas. No es mi caso. O al menos eso creía. El exámen de suficiencia de chino (HSK, por sus siglas en pin yin) es el encargado de certificar, de forma oficial, el dominio de este idioma. Cada uno de sus seis niveles exige mayor preparación y confiere un grado más alto de fluidez en lectura, redacción y comprensión.

Diría que estoy en el medio de la carrera, porque llevo días sumergida en carácteres, ejercicios y oraciones para presentar la prueba en su tercer nivel. Hago simulacros cronometrados a diario, y comienzo a creer que la parte más amenazante es sacar cuentas.

Recuerdan esos problemas, medio matemática, medio lógica, que daban un sinfín de oraciones articulando entre sí números y ecuaciones para luego establecer una pregunta cuya solución partía de enfrentar los datos ofrecidos? Pues aprendí que una cosa es sumar y restar en tu idioma, otra es hacerlo en carácteres.

– Excepto unos pocos estudiantes, el promedio de notas de la clase de Pedro es bueno, 15 personas tienen un promedio de 80 puntos, tres veces la cantidad de alumnos que tienen un promedio de 60 puntos.

Pregunta:  Cuántos alumnos tienen promedio de 60?

A. 3

B. 45

C.5

Fácil, cierto? pero dígamos que en carácteres, para cuando llego a la pregunta ya mezclé todos los datos que aporta el problema.

Pero algunas tienen una lógica que no conseguiría descifrar ni en español.

A mi papá le gusta la ópera. Él, hace 30 años, creía que la ópera era muy interesante. En aquella época él tenía 15 años. Ahora todos los días quiere ver algún programa de televisión relacionado con la ópera.

Pregunta: Su papá tiene cuántos años ahora?

A. 30

B. 40

C. 50

Alguien tiene la respuesta?

El ejemplo

17 Dic

Ya he dicho que no considero sencillo estudiar mandarín. Frustración es el sentimiento. Pasar tres horas por día en la escuela, cinco veces por semana, sin contar las dos horas diarias de práctica de caracteres,  para no conseguir pedir una Coca-Cola en un restaurante es -y aquí coincidirán conmigo- frustrante, a lo menos.

Las clases grupales tienen claras ventajas. Si faltas, la lección continua y es tu obligación ponerte al día por cuenta propia. Debes perder el miedo al rídiculo y soltarte a decir, delante de otros, oraciones y hasta párrafos. Lo más vergonzoso puede ser que, quizás, estos otros tengan mejor dominio del asunto del que tú logres demostrar. Pero hablar ayuda, y cómo no, hablar siempre ayuda.

Sin embargo, un día comencé a notar que parece casi un hecho de comprobación científica que en mis aulas para la mitad de los alumnos lo más difícil no parece ser la gramática tarzanesca de «yo Jane», ni tampoco los cinco tonos que complejizan el simple acto de completar una oración al estilo «quiero agua». Lo más difícil parece ser construir ejemplos, por lo general, salidos de la vida diaria.

Y es que a punta de usar el verbo «ser» o la partícula que denota futuro, todos terminamos conociendo la vida cotidiana de todos. Así, vamos sabiendo que la novia de uno de los chicos no se da bien en la cocina, mientras que una de las chicas tiene un marido que disfruta ir de compras, al igual que todos se enteran que mi perra poodle pelea con sus perros vecinos siempre que tiene oportunidad.

De tanto presentar frases sobre nuestras no tan movidas rutinas cotidianas, parece que en algún punto el cerebro se detiene cuando te piden armar una oración con fórmulas tipo «ni esto ni lo otro, quiero aquello», y vamos que en mandarín, conjugar es un verbo que no existe.

Pero fuera de la traba mental que más de una vez padezco y veo reflejada en mis compañeros de clase al momento de ejercitar, están los ejemplos del manual. Es decir, los que el libro usa para explicarnos cada asunto. Esos te hacen pensar, casi sin duda, que no entendiste nada de nada y que no estás ni ahí cuando de mandarín se trata.

En la lección de numeración el diálogo esencial se desarrolla entre un vendedor y un potencial cliente. El hombre comienza negociando una bicicleta, y al no poder bajar más el precio, claudica y confiesa no tener más dinero. Acto seguido -quién sabe por qué- pide el teléfono del vendedor, para luego cambiar, de forma inexplicable, a la compra de unas medias.

Frases como «El bolígrafo de su hermano mayor no es caro», «A los japoneses que les gusta cantar, también adoran hablar» o » Él tenía una linda pieza de ropa» -muy útiles en la vida diaria, si me permiten la ironía- abundan en los libros de texto, ni que decir de la infalible presencia del tema postal. «Esta estampilla no es vieja», «Hay cajas de correo en la esquina» o «El correo no está en frente de la universidad», que protagonizan la mayoría de las primeras veinte lecciones.

Los condicionales no son tan complejos en mandarín. Pero cómo demostrarlo a partir del ejercicio propuesto por el libro es un acto de creatividad pura y dura. Construir una historia a partir de los gráficos requiere tanto esfuerzo narrativo que a mitad de la práctica todo mundo está inmerso en complicaciones verbales y temporales, y nadie repara en que el asunto sólo iba de usar un condicional.

Ni tan diferente, ni tan cultural

29 Jun

Clases de chino. Extractos.

Caso 1: Cómo explicar cambios físicos o emocionales

La gramática del mandarín es sorprendentemente sencilla. Si se le compara con nuestro complejo español no toma mucho tiempo concluir que si no estudiáramos nuestra conjugación verbal desde que tenemos memoria, probablemente nunca nos atreveríamos a aprender una lengua tan enrevesada y con tantos ires y venires.

Más allá de la simplicidad, estudiar mandarín sí implica aprender fórmulas. Las marcas temporales van antes del verbo, las interrogaciones exigen partículas, palabras de medida atendiendo al objeto, tiempo verbal definido por otras añadiduras y pare usted de contar.

Una vez aprendido cómo emplear adjetivos en preguntas, afirmaciones y negaciones, la complejidad del discurso comienza a aumentar. De ese básico «eres delgado» al «estás más delgado» hay apenas un paso: un cambio de palabra.  De «estás más delgado» a «ahora estás más delgado» hay otro paso más: la inclusión de un verbo.

Pregunta: Profesora, entonces puedo decirle a una chica para piropearla «Ahora estás más flaca!»?

Respuesta: Si le dices «ahora estás más flaca» estás afirmando que antes estaba gorda, definitivamente es un insulto, nadie quiere oír que antes estaba gorda. Si estaba muy gorda, entonces podría (nótese el condicional) ser un halago. Lo mejor siempre será decirle «Estás más delgada!», porque para nosotras aquí en China nunca se es suficientemente «delgada».

Los representantes del género masculino perdieron, automáticamente, interés en el resto de la conversación que prosiguió sobre cómo las mujeres engordamos con los años y difícilmente retrocedemos en la balanza. Mientras hacían mutismo absoluto, las representantes del género femenino se lanzaron sin cortapisas a una enumeración de cuántos kilos han acumulado en los últimos años. De cómo los tiempos pasados siempre fueron mejores y cuán arduo e inútil puede ser anhelar el cuerpo que a los 20 se mantiene casi por ósmosis.

Caso 2: Cómo hablar de una coincidencia

En mi humilde experiencia, una buena manera de aprender vocabulario es incorporarlo inmediatamente a frases o hipotéticos diálogos. Cuando se estudia mandarín gracias al pinyin -romanización de la lengua gracias a su fonética- verá que la entonación puede implicar cinco cosas diferentes (es aquí donde muchos sufrimos sin parar) como también verá que algunas palabras, pronunciándose igual, significan cosas distintas.

Quizás bajo la premisa de cuán confuso puede ser memorizar centenas de palabras, la profesora pide varias oraciones a medida que cada verbo, sustantivo o adjetivo se va incorporando a la lista. En esa lista interminable de vocabulario diario, nos encontramos con «qiao«, traducido como «coincidencia», «azar», «casualidad».

Profesora: Tienen que usar la palabra para explicar que algo fue por azar, coincidencial. Un evento nada planificado y que por mera suerte se dio. Ejemplos de un evento calificable como «qiao»? Bueno, voy a un parque y casualmente me encuentro allí a un amigo que hace mucho tiempo no veía. Ejemplos del uso negativo de la palabra? un caso completamente desafortunado e imprevisible? Voy a una fiesta y me encuentro a mi reciente ex con otra! Qué falta de suerte!.

Allí la mujer se lleva las manos a la cabeza y mira al suelo como si recreara el momento, suspira y apunta «qué mala suerte!«. El género masculino nuevamente se sumerge en el silencio de quien no comprende tanto tiempo dedicado a una palabra, mientras que el género femenino aporta una espontánea y unísona risa desencajada que revela la clara empatía de quien entendió la lección: no sé si la del uso de «qiao» pero definitivamente sí la de que universalmente es una pasada de la mala fortuna ir a una fiesta y encontrar al reciente ex con otra.

Del fin y los medios

31 Mar

Y estamos en la clase de mandarín. Dale que dale con que «shí» no es igual que «shì», y por supuesto nada tiene que ver el otro «shi». Y que si le agregamos un «de» unas palabras más adelante, la cosa se fue a pasado. La profesora pregunta cosas de la cotidianidad en su idioma. Literalmente siento las neuronas hacer conexión y después de unos segundos de proceso doloroso de decodificación entiendo lo que me pregunta. «Cuánto tiempo toma llegar a la escuela desde su casa?»

Miro a Fabiano como si el contacto visual facilitara la confección de una respuesta que demuestre que seis meses de lecciones no han sido en vano, pero vuelvo a sentir la conexión dolorosa de las neuronas que logran codificar parte resumida de mis pensamientos y percibo en él la misma sensación, hasta que sale una respuesta de ambas bocas sin un ápice de sincronización: «15 minutos».

Fabiano intenta continuar la conversación en inglés, pero a esta altura del partido, la profesora no acepta e insiste que contestemos en mandarín, incluso si no sabemos, pues claro que sabemos decir que no sabemo en mandarín, eso lo tenemos dominado. Nuestro top five de oraciones viene a ser algo así:

5. Cuánto cuesta? (Duo shao qian?)

4. Al taxista. Puede darme la factura por favor? (Qing ni gei wo fapiao?)

3. Xie xie (gracias)

2. No comprendo. (Wo bu dong)

1. No puedo hablar mandarin (Wo bu hui shuo han yu)

En mi caso, además hay una candidata a recibir mención especial y es «bing de», que se traduce «frio». Fue, de hecho, conocimiento aprehendido de Sergio, un venezolano que anduvo por estas tierras previamente y tal era su frustración cuando le servían agua, té y hasta la cerveza caliente, que la única palabra que se filtró plenamente en su cerebro fue «bing de».

Limitaciones aparte, proseguimos con la clase y los balbuceos. La profesora insiste en que tenemos que hacer caligrafías de caracteres para memorizarlos y poder traducirlos. Cuando coloca hojas frente a nosotros y nos pide que comencemos a escribir cinco veces cada caracter es inevitable pensar que uno está reeditando el preescolar, sólo que sin éxito. Luego el dictado. Saber que estás nervioso por tener que escribir entre tres y cinco palabras te hace dudar sobre tus capacidades mentales. Otro intento de responder en inglés, otro regaño en mandarín. Finalmente la profesora suelta en inglés una recomendación de cuidado: «si quieren mejorar su mandarín es mejor que se separen, así dejan de hablar en español. Se va cada uno a un bar a hablar con locales, así practican». Un consejo radical? ni tanto, dos semanas atrás nos dijo entre risas que debíamos buscarnos un novio y novia chinos en pro de nuestro aprendizaje lingüístico.

Analfabeta

22 Feb

Mi primera lección de caracteres. Ni siquiera estoy en la fase de "mi mamá me mima"

Debí aprender a leer hace unos 25 o 26 años. Como la mayor parte de mi infancia, no recuerdo ni una pizca de ese proceso, sólo tengo algunos trazos en mi memoria de mi mamá explicando a la maestra de primer grado que yo ya sabía leer y escribir. No sé cómo fue, qué fue lo primero que aprendí, si costó mucho trabajo ni como eran mis primeras grafías.

La cosa es que yo no tenía una mínima idea de cómo era esa sensación de cuando se está empezando a descifrar las primeras letras, a desentrañar las palabras y, claro, las oraciones. No la tenía, hasta ayer cuando comencé las clases de caracteres. Puede sonar increíble, pero demoré entre 3 y 5 minutos para entender una sentencia tan simple como «Un año es 365 días», así, «es 365 días», no «tiene 365 días». Imaginen lo que demoré para traducir y comprender «De estos cinco libros, éste es el que más me gusta».

Analfabeta, uno termina sintiéndose completamente analfabeta al enfrentarse al mundo de los trazos. Si el pinyin – sistema para escribir mandarín acorde a su fonética usando el alfabeto latino – es un verdadero desafío mental, reconocer y memorizar los primeros caracteres es una tarea desafiante que premia con la alegría de haber acertado el significado de una frase, así sea después de 15 minutos de emplear agudamente las neuronas para el menudo análisis. También acontece ese efecto de quien ve la luz de las letras: voy por la calle mirando con detenimiento para ver si en ese mundo de rayones reconozco alguna cosa con sentido para mi, porque esos rayones comienzan a tener sentido para mi (suena cursi, pero es verídico).

Es común escuchar a la profesora de mandarín intentando estimular a los alumnos con aquello de que la gramática es sencilla, fácil de digerir. Afirmación que no carece de certeza. A diferencia del español, donde la conjugación es un arte que ni los nativos muchas veces logramos dominar, el mandarín no tiene modificaciones en sus verbos. Los tiempos son marcados con algunas partículas o empleando adverbios o complementos temporales. No hay mayor precisión que el contexto de cada conversación, ni siquiera da para distinguir si se habla de una ella o de un él sin ayuda del preciado contexto, elemento indispensable para un diálogo fluido en este idioma.

La parte más difícil de aprender a hablar mandarín es la entonación, desde mi punto de vista, por supuesto. Con cuatro tonos y uno neutral, una misma palabra puede tener cinco significados que sólo serán diferenciados por el acento que se utilice. Y vaya que da trabajo aprender a pronunciar cuando se está acostumbrado sólo a la plana tilde que nos enseñan desde niños.

Volteando la situación, no es de sorprender que la gente vea con asombro cuando uno garabatea algunas palabras en español o inglés en una libreta, o que mientras estampamos en un comprobante de pago la inmensa firma personal que solemos tener, los siguientes en la fila de la caja se rían y susurren. Es la misma impresión que me genera verles escribir raudos y veloces esos trazos enigmáticos.

Hace días me reía de mi horno lleno de etiquetas para no confundir las funciones porque todo está en caracteres. Es comprensible que en China yo viva «Lost in translation», no estoy esperando que la línea blanca venga en cinco idiomas, pero mirando desde el otro lado el asunto, esta tarde reparé en que todas las caminadoras del gimnasio tienen los tableros en inglés. Así, cuando algún local no es bilingüe se ve incapacitado para resolver un problema del tipo «mensajito en la pantalla pidiendo que oprimas el botón rojo para anular el ciclo anterior». Estando en su país tienen que entender el alfabeto latino para poner a andar una caminadora. Como nadie puso etiquetas en las funciones, quienes no son angloparlantes observan y observan sin lograr comprender porque no pueden hacer funcionar la máquina como de costumbre, y luego de apretar sin lógica cuánta tecla encuentran, abandonan la misión o desconectan la máquina. Ya pensaron? en operar el control del televisor con todo escrito en caracteres? les juro que, a veces, hasta aumentar el volumen es una empresa dura.

Etiquetas aparte, en este cambio de perspectiva es fácil concluir que igualmente de complicado ha de resultar para ellos el dominio del inglés o del español como está siendo para mi el mandarín. Pero le echan pierna, y de tal manera que no son especímenes raros los que van por ahí incorporándose a puestos de trabajo o de formación académica que exigen como requisito parlar con fluidez otros idiomas. Ya incluso en una ocasión en el aeropuerto comenzamos a hablar tonterías en voz alta sobre la gente alrededor, como es costumbre, total «quién nos va a entender en español?», pues ni más ni menos que el pana de al lado que, muy pequinés él, entendía con claridad cada palabrita que salía de nuestras bocas.

La profesora de chino me cuenta que hizo sus pininos con la lengua de Cervantes -cuyo Don Quijote ya fue llevado al cine en versión chinesa- pero que lo abandonó debido a la complejidad, mas tiene como meta incluir el idioma en la formación de su hijo quien a los 4 años está creciendo en un mundo bilingüe: aprende sus primeras palabras en inglés y en mandarín.

Esta vía de aprender nuevas lenguas no luce para ellos como una mera actividad extracurricular, sino como una necesidad para quien quiere ampliarse horizontes, aunque la suya va siendo, de lejos, la lengua más hablada del mundo, como ya he dicho, en China las proporciones adquieren nuevos significados.