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Zaijian China

12 Dic
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Una llama pasea por Sanlitun Village, el centro comercial más concurrido en las noches de Pekín

Exámenes de chino, bloqueo sistemático de Internet, trámites burocráticos, un nuevo cachorrito en casa, compras de última hora y la preparación de la mudanza me mantuvieron alejada de este espacio. No relate como habría querido mis últimos días en China. En realidad, las cosas bizarras que tanto llamaban mi atención al comienzo de mi estadía no lo eran más (curioso, si contamos que horas antes de partir al aeropuerto vi una llama (sí, el animal) paseando por el shopping más hip de la capital).

Una amiga contaba unos días atrás que la experiencia China es similar a un masaje: duele al comienzo pero luego quedas con la sensación de que valió la pena. Y sí, vale la pena. Tres años no son suficientes para entender mucho, mucho menos para dar cátedra, pero son útiles para reconocer lo mucho que ignoramos al no mirar a ese lado del mundo que transcurre en caracteres.

Solemos resumir nuestros viajes contando lo aprendido. Es un resumen que no consigo hacer con claridad, no me siento la misma persona que salió de Caracas con dos maletas un abril cualquiera, y no lo digo porque regresara con tres maletas, dos perros y cinco kilos a más.

Nos gusta contar. En números todo se comprende mejor. También conté las horas de vuelo, los lugares que conocí y los caracteres que aprendí. Pero no pude contabilizar las botellas de vino, los platos que cociné, los amigos, ni las horas que pasé en el mundo virtual intentando matar nostalgias.

Salí de Pekín el sábado pasado. La semana pasada era mi casa, hoy es una ciudad lejana.

Todo viaje cambia. Todo viaje moldea. Cuando llegué a China no sabía decir «hola» en mandarín. No sólo aprendí a despedirme en lengua local, sino también a saludar a mi nuevo destino en su propio idioma. Zaijian China, Oi Brasil.

Cenicienta estudia como atrapar a su Prince Charming

24 Jul

El asunto con Cenicienta es que ella no buscaba un Príncipe Azul. Sí, está apesadumbrada por sus problemas con la malvada madrastra y las terribles hermanastras. Y, claro, cuándo se entera de la gala para las casaderas del pueblo también quiere sumarse a la fiesta. La magia se pone de su parte y en un santiamén esta face to face con el hombre que va a acabar con todos sus infortunios. Y cómo el Encantado es un Príncipe, hace de todo para encontrarla y casarse con ella apresurando un escueto «y fueron felices para siempre».

La suerte de Cenicienta ha inspirado sueños en todos los rincones del mundo durante quién sabe cuánto tiempo. Con los años aprendemos que Santa, el Niño Jesús, Papá Noel o el mote de su preferencia, no existe y dejamos de esperar sus regalos en Navidad. Nos reímos de esa época, cuándo éramos capaces de creer que alguien entraba en nuestras casas a regalarnos cosas -y no a robarnos-, pero miles de mujeres durante décadas han continuado creyendo en un cuento de niños: La Cenicienta.

Muchas esperan ser descubiertas, y no por cualquiera, sino por el Prince Charming: ya saben, cabello Pantene, rubio, alto, fuerte, amoroso, con una estrella en el final de su sonrisa, y claro, Príncipe, bien Príncipe, casi Rey.

Si bien la original quería ir al baile para ser descubierta, nuestras contemporáneas Cenicientas postean anuncios, a falta de hada madrina hacen toda la magia por sí mismas, y en China incluso han dado un paso más, están comenzado a tomar clases sobre cómo encontrar a un hombre millonario, salir con él y, si todo se da bien, ser la esposa perfecta.

La semana pasada la agencia de noticias Xinhua reportó que la Escuela para Mujeres Huizhi, en Chengdú, al sur de China, ofrecía cursos para triunfar en el objetivo de atraer, cazar y casar a un ejemplar millonario.

Aulas de no más de 20 participantes tienen por norte explicar cómo se triunfa, no en el amor, y sí en el cálculo de un futuro pago. La nota no hablaba del currículo de las profesoras, definidas como «expertas en relaciones personales», ni dónde o por quién obtuvieron tamaña credencial. Lo que sí mencionaba el artículo era que los cursos iban desde los 1.000 dólares hasta los 3.000, y que a pesar de los altos precios, la demanda seguía en alza.

Los redactores lanzaron las dos caras de la historia: por un lado la divorciada que en las clases entendió porque fracasó, y la soltera veintiañera que abandonó el taller por no estar de acuerdo en claves como «ignorar los affairs de un hombre rico» y «cambiar nuestra apariencia y gustos para complacerlos a ellos».

Viendo los foros sociales sobre la vida pequinesa para extranjeros, no es de extrañar que estas escuelas estén proliferando en China. Sólo en una de las páginas transitadas por extranjeros en la ciudad, hay 117 anuncios de chicas buscando «rubios», «sólo extranjeros», «italianos», «hombre perfecto para casarse», «hombre para establecerse», «Mr. Right». También hay 136 de hombres extranjeros buscando «mujer para divertirme», «compañía para este fin de semana», «chica delgada y con mente abierta», «una relación abierta», «un matrimonio que dure por 1 o 2 años».

Después de todo, parece que compaginar voluntades sí puede ser una misión que requiere clases, consejo profesional y una buena estrategia. Pero también, como decía el piropo, quizás sea hora de «buscar tu príncipe negro porque los azules se acabaron«.

La vida después de meter la pata

17 Jul

No sé el resto de la humanidad, pero no suelo dedicar ningún minuto del día a pensar en la importancia de mis dedos, y menos aún si se trata de los dedos del pie. Claro que son importantes, pero la mayor reflexión a la que puedo llegar acerca de órganos y sus funciones parece estar influenciada por tamaño, así en más de una ocasión podré haber comentado sobre riñones, extremidades, corazón o cérebro. Pero dedos? qué va.

Mi perspectiva cambió luego de tropezar con mi cama y quebrar un dedo del pie: desde hace dos semanas, 80% de mis conversaciones giran en torno a un hueso, porque fue apenas el segundo metatarso el que se quebró. Mi rutina está supeditada a un dedo, y es un dedo el que me ha hecho rodar por la casa en una silla, andar de muletas y experimentar sensaciones varias que van desde el básico dolor hasta los repetidos calambres, pasando por una curiosa necesidad de apoyar mi pie en el suelo, necesidad que puedo identificar con la claridad del conductor cuyo carro le pide pasar de una marcha a otra.

Esta vez opté por una clínica internacional. Y escuchar el diagnóstico en inglés en China cuesta caro, el precio pareciera subir de forma proporcional a la buena atención. El momento grato del día fue topar con una doctora que hizo parecer la consulta como un café con amigas.

Como estas semanas transcurren en «modo Tortuga», es fácil comenzar a ver la ciudad y a sus habitantes con otros ojos. Así como uno no repara en dedos, también es comprensible no detenerse a pensar en cuán friendly es una ciudad con las deficiencias físicas.

Si en la Beijing contemporánea un extranjero puede que no llame mucho la atención, un extranjero con muletas o una bota plástica que cojea en una acera cualquiera parece tan exótico como tropezar con Lady Gaga en una carnicería a las 10 de la mañana. Las miradas redondas y casi sin parpadear caen sin el menor disímulo. Algunos sonríen y gesticulan como si quisieran darme ánimo y yo apenas pienso que me gustaría tranquilizarles y decirles «no voy a morir, es sólo un dedo».

La perspectiva sobre las personas con alguna deficiencia física ha cambiado desde hace unos 20 años en China, y aunque su gran capital muestra algunas señas de que en la planificación urbanística se está considerando el factor universalmente identificado con un logo azul claro y blanco, en la práctica, Beijing aún está lejos de ser un lugar idílico para personas con problemas físicos.

Algunas ramas laborales fueron copadas en función de las deficiencias, por ejemplo, los hiper famosos «masajistas ciegos». En una cultura que acredita en el masaje una forma médica de tratar problemas, los masajistas ciegos se han hecho con unos cuántos adeptos bajo el lema de que a falta de visión desarrollan el sentido del tacto con mayor agudeza que el humano promedio.

El servicio de transporte que ofrece una especie de moto taxi con cabina para, máximo dos personas, también está copado por personas paralíticas o con problemas para caminar. Existe además un grupo de artistas discapacitados que han presentado su trabajo por más de dos décadas, pero fuera de estos ejemplos es poco común ver a alguien en la calle con menos de 60 años cojeando, usando muletas, andadera, silla de ruedas o con alguna otra complicación física.

De forma contradictoria, buena parte de los locales -dado el caso de interactuar o precisar- sí reaccionan con gestos de ayuda. Siempre habrá exepciones. Ya me cerraron un ascensor en la cara, mientras que otro día pasé media hora viendo taxi tras taxi negados a parar para llevarme, y cuándo uno al fin se detuvo me dijo «te vi hace rato esperando y decidí pasar a ver si seguías en la parada. Algunos choferes no paran porque les da miedo que vayas a reclamar que te lastimaste en sus carros».

Pero curiosamente, fueron extranjeros y no chinos quiénes me dieron la sorpresa. Unos días atrás salía de un hotel de la ciudad e ingresé a la fila para tomar taxi. Pensé que me cederían el paso por no tener donde sentarme y estar con muletas, pero en está línea llena de occidentales civilizados nadie ofreció su puesto, ni siquiera atendiendo las peticiones de los trabajadores del punto que en su inglés precario intentanban convencerles de darme la preferencia.

La normalidad de lo anormal

28 Jun

Hablando de comida unos días atrás, una chef china comentaba que «anormal es aquello con lo que no crecemos», así para nosotros comer carne perro es una idea grotesca, mientras que la primera vez de un chino frente a un carpaccio no es mucho más digerible.

Los primeros días en China transcurren en una onda de curiosidad extrema aderezada por sorpresas inmediatas. Todo es nuevo, todo es diferente, y sin duda todo va seguido de un «en mi país bla bla bla«. Pero con el paso del tiempo, los edificios dejan de parecer increíblemente altos, las patas de gallina en la sección de snacks no llaman más la atención, la costumbre de los locales escupir en cada cuadra hasta puede pasar desapercibida -con todo y lo sonora que es-, y ese olor, el que yo suelo llamar el olor a China, es tan parte de tu rutina que sin percibirlo ya te impregnó.

Es un exagero decir que se pierde la capacidad de asombro, porque el cielo azul aún es novedad -cuando aparece-, aún no consigo comprender porque es difícil servir agua fría en algunos restaurantes, y cada vez que salgo en la bicicleta insulto, por lo menos, a cinco personas. Mas es innegable que lo que en mi concepción de vida era anormal comienza a volverse cotidiano.

Nos acostumbramos a todo, no es una idea nueva. Historias que al principio habríamos corrido a contar, meses después no llegan ni a anécdotas. La visión del mundo cambia, y aunque uno no lo crea, es fácil terminar achinesándose un poquito – con la licencia poética que espero me dé la Real Academia Española.

Sí, en principio, es una disculpa tácita por no escribir en el blog con la regularidad inaugural, pero luego, es parte de la evolución lógica de cualquier extranjero. La diferencia más notaria en países como China, es que la mayoría de los foráneos -no me gusta mucho el término de expatriados, manías propias- tenemos presente, como recordatorio diario e involuntario, que la experiencia es temporal y que de cualquier manera no hay posibilidades, ni remotas, de ser asimilados en una sociedad en lo que, lo más evidente, es que no pertenecemos.

Pero la experiencia cambia y moldea. Supongo que cuando esté a miles de kilómetros de aquí, encontraré extraño que la lluvia huela a lluvia, que el sol esté presente, que nadie maneje bicicletas con tacones de vértigo, que los peces no estén vivos en la pescadería y que en el estante de los huevos no haya una variedad que coronan los de «mil años» -que por el color, bien parecen, y que hace parecer, a los tradicionales, los de gallina, unos aburridos convencionales.

El ortopedista

18 Jun

Hace casi un mes Fabiano (el esposo) se lastimó el pie derecho jugando fútbol. Hombre al fin de cuentas, siendo él zurdo, decidió que un dolor en fase continuada no afectaría su vida en mayor grado. Dos semanas después, tras acabar la segunda caja de Diclofenac, pensó que, quizás, sólo quizás, sería aconsejable ir a un médico.

La primera consulta fue tan básica como cualquiera podría esperarse, con la exepción de que el doctor se saltó el acostumbrado Rayos X y fue directo a la resonancia magnética. El estudio no sólo costaba una fortuna, sino que además sólo se hacía los lunes, y claro, era un martes. Pasó otra semana y llegó el día. El resultado estuvo listo pocos días después. Cuando fuimos a retirarlo pedimos una consulta para que el doctor pudiera ver las láminas, y el proceso fue tan rápido que ni siquiera tuvimos oportunidad de entrar al consultorio.

En uno de los pasillos del hospital el hombre ojeó las imágenes y aconsejó volver al día siguiente para buscar un ortopedista, por que había problemas en un hueso del pie. Y volvimos. La espera fue larga, no tanto por la cantidad de pacientes en fila como sí por la cantidad de pacientes que se saltaron la fila.

Cuando el ortopedista vio los resultados lanzó un «it’s all normal» que evidenciaba su precario inglés. En vista de que insistía que no pasaba nada, supuse que no sabía decir en inglés que había un problema, e intenté explicarle en chino que un día atrás otro doctor había recomendado la consulta porque había notado un problema en un hueso. En chino respondió que sí, sí hay un problema, «aunque no es muy grave«. El diálogo en chino prosiguió, más o menos así:

– Entonces, por qué dice que es normal?

Por qué no es muy grave. 

– Pero él lleva cuatro semanas con dolor…

Le puedo recetar un analgésico.

– Lleva cuatro semanas tomando analgésicos, no es mejor saber cuál es el problema?

Él bebe mucho?

– No.

Tiene algún examen de sangre?

– N0.

Entonces necesito un examen de sangre para ver su problema.

– Pero él se lastimó jugando fútbol, alguien lo golpeó y desde entonces no para el dolor.

Bueno, puede ser una enfermedad –cuyo nombre desconocí– y para diagnosticarla debo ver el examen de sangre.

– Pero fue jugando fútbol…

– Él sigue jugando fútbol?

– Sí.

– Debería parar y si le sigue doliendo debería usar zapatos que no le causen dolor. Los espero de vuelta con el examen de sangre. Siguiente en la fila!

El tecno-break motivacional

3 Jun

No es la primera vez que los veo. Parece una rutina establecida que durante algún momento del día los trabajadores de peluquerías, panaderías y otros comercios con una cantidad de personal considerable, salen al frente de sus negocios para ejercitarse, entonar palabras de ánimo o, por qué  no, echar un pie (bailar en coloquial venezolano). Desperezarse, mantenerse activos o un acto de energía para contagiar a potenciales clientes, quizás todas las anteriores sea parte de la motivación que en principio es trabajar con alegría.

«Yes Fashion» es el nombre internacional con el cual decidieron bautizar a la peluquería de dos plantas que abrió sus puertas justo al lado de la farmacia que frecuento. En una calle con tránsito afluente y compartiendo esquina con una sucursal bancaria, el negocio promete ser próspero. Comprar medicinas es un trámite que dejo para el turno nocturno, menos carros, menos gente, menos estrés.

Esta semana se me hizo evidente que cada vez que paso por el frente de Yes Fashion los empleados tienen alguna actividad recreativa, así que me quedé unos minutos contemplando sus prédicas eufóricas. Luego de unos aplausos y lo que parecía un cierre, los chicos conectaron un viejo reproductor, asumieron posiciones en un cuadrado imaginario y siguiendo los primeros acordes de la pista abrieron sus brazos y simularon un vuelo pausado. Una pausa de suspenso fue seguida por una explosión tecno simulada por una coreografía frenética.

Mientras grababa el momento, me parecía curioso que siendo nosotros expertos en breaks, algo así no se nos ocurriése antes. Les dejo el primer minuto de la coreografía para quienes quieran iniciar el movimiento en sus oficinas.

El hombre verde sonriente

29 May

Todo mundo escuchó hablar de la milenaria sabiduría china en asuntos medicinales. Tanto que todos los años miles de personas aterrizan en estos lares para tomar cursos sobre los medios alternativos para tratar enfermedades utilizados en China. Tomando en cuenta esto, entenderán que ir a la farmacia para comprar un Ibuprofeno o una Loratadina no es un asunto expédito.

No todas las farmacias trabajan con medicina occidental, y en muchos casos, el problema no es que no haya, es no saber como decir «Diclofenac Sódico» en chino.

«Dolor de cabeza» o «problemas estomacales» se resuelven fácil con el primer libro de clases, pero pedir anticonceptivos sin un diccionario a mano sólo puede concretarse con una buena mimíca. Aún así, una vez que explicas de forma gráfica que, literalmente, no quieres una barriga, vendrá el siguiente acto:  demostrar al vendedor, con señas, que no quieres condones, que lo tuyo son pastillas. Llegado este punto, sigue la decantación: no, no son las del día después, son las de todos los días. En ese momento aprendes que «Yasmin» se dice en chino «Yasmin», y verás que, después de todo, hay cosas que son iguales aquí y en la China.

Si frecuentas la misma farmacia, rápido memorizas los estantes donde colocan cada medicina, y los procesos serán más fáciles, por no decir mecánicos. Con mi precario chino ya superé retos como «collarín» y «jarabe para la tos». Dolencias más complejas, que ameriten evaluación del médico, por consecuencia vendrán con receta médica, en chino, obvio, lo cual será incluso más sencillo.

Pero, claro, cuando crees que la tienes dominada aparece la complicación: y qué haces cuando vas de noche, la puerta está cerrada y tienes que pedir por la ventana? (ah, sí, aquí no hay delincuencia pero también cierran las farmacias de noche y te toca pedir por la ventanita).

No basta decir «dolor de cabeza» porque analgésicos hay muchos, igual que para la tos la variedad de remedios es extensa. Cómo consigues explicar cuál Loratadina es la que tú tomas sin hacer al vendedor ir y venir cinco veces del mismo mostrador? Memorizas el diseño de la caja. Siempre será más simple explicar en mandarín el diseño de la caja que el nombre del componente. Así aprendes que Ibuprofeno es «la caja del hombre rojo», y Clarityne es «la caja azul con el hombre verde sonriente».

Hostilidad gratuita?

26 May

Ayer al mediodía llegaba a casa como cualquier otro día. Cuando iba a cruzar la reja de entrada le di paso a una señora que, a diferencia de mi, tenía tarjeta para abrir la puerta. Ella me hizo un dejo de molestia y al abrir me lanzó la puerta en la cara.

En otras circunstancias, resta quejarse y lamentar que momentos así te recuerden que no estás en casa. En circunstancias actuales, la experiencia será asociada a una suerte de campaña xenofóbica promovida por las autoridades luego de que un par de semanas atrás un británico fuera captado en cámara intentando abusar físicamente de una china en una zona de alto movimiento. Cercado por varios locales, el hombre fue golpeado e insultado.

Días después un ruso, miembro de la Orquesta Sinfónica de Pekín, fue grabado durante un viaje en tren cuando apoyaba sus piernas en el cabezal del asiento delantero. La pasajera del frente pidió retirar sus pies y él se negó con actitud poco cortés.

Ambos videos circulan como pólvora en la Internet china y generan comentarios infortunados en contra de la comunidad extranjera que vive aquí. La policía puso a la orden un número telefónico para denuncias en un aviso que bien podría resumirse en un gesto de «mano dura con ellos». Hay oficiales circulando en las áreas de mayor tránsito extranjero y algo de nerviosismo en las calles para aderezar la situación.

También hay extranjeros pidiendo no hacerse la vista gorda ante la «mala actitud» de muchos foráneos que llegan a China para hacerse con un harem de mujeres locales o tratar con desprecio a sus involuntarios anfitriones. Hay chinos pidiendo expulsar a esta horda de alienígenas que intentan crear zozobra en el «armonioso» gigante asiático, sí, así, para hacer la frase bien cliché.

Hasta un ancla de televisión expuso públicamente que la «basura extranjera» debía ser expulsada y los medios de comunicación críticos al Gobierno, cerrados.

En lo personal, no creo que la xenofobia o algunas actitudes reprochables de extranjeros sean procesos nuevos en China o en otros países. Muchos locales resumen la experiencia pensando que los foráneos vengan con dinero a darse una vida, en apariencia, más relajada en su país. No sólo en China es así.

Desde que llegué a Pekín, me encuentro con personas que no vacilan en recordarme que no soy de aquí y que más me vale ubicarme, y con otras que a pesar de las diferencias no sólo tratan de entenderse conmigo sino que parecen hacerlo con voluntad genuina. No me siento insegura, ni nerviosa, ni creo que una campaña oficial genere un sentimiento antes inexistentes en ambos bandos, simplemente creo que sólo sirve para exacerbar lo que ya existía.

Para los curiosos, sigue el video que prendió la mecha de la polémica.

 

Una mañana cualquiera

22 May

Salí de la universidad algunos años atrás, los suficientes como para haber olvidado cuanto odiaba levantarme temprano y correr con la taza de café en la mano porque, para variar, iba tarde. Siempre fui tarde, al liceo, a la facultad, a la graduación y hasta al matrimonio. Sólo se salvó la primera etapa de mi educación por la estricta intervención de mi madre (quien si leyera estas líneas seguro diría «tú siempre impuntual»).

Por qué iba a ser diferente ahora? Lo fue, mi primera semana en la universidad estaba tan impresionada con que fuese un hecho que iba a estudiar con caracteres que salía de casa temprano, o más bien a tiempo, y llegaba justo detrás de la profesora. La segunda semana la cosa mudó un poco, y señores, ahora que faltan cinco semanas para terminar el semestre, estoy 15 minutos atrás en el reloj.

Como todo quien tiene hábitos incorregibles, prometo que mañana intento madrugar. Mañana porque hoy me tomé el café de un sorbo, y comí un sándwich corriendo de un lado a otro en la casa. Todos los días la misma rutina antecede a mi carrera de 50 metros planos hasta la estación de metro.

Ya aprendí a sortear con rápidez la máquina de rayos x que escanea los bolsos. Tarea ardua porque siempre hay una veintena de personas en lo mismo, y fila es un concepto que aún no cala en estas tierras no importa que aquí se vanaglorian de tener 5 mil años de civilización.

Al principio dejaba pasar uno y otro tren porque ni el aire entraba en los vagones. Ahora desarrollé una estrategia, eso o pasar media hora en un andén esperando por algo que no llega. El truco está en ir a la puerta del último vagón, y una vez que se abra, ignorar lo que tus ojos y el sentido común indican: cuando crees que no entraría nada más allí debes tomar impulso, abrazar el bolso y entrar al vagón presionando por tu vida. Como por arte de magia las personas se mueven un centímetro y habrás ganado un puesto. Claro mueres de calor, el olor es imposible de describir y, en resumen, te sentirás como una calcomanía de la puerta. Detalle importante, en la próxima estación debes tener equilibrio y control para que, una vez las puertas se abran, consigas hacerte a un lado y no te lleve la marea de personas.

Todos los días lo mismo. He desarrollado un nivel de pericia tal que en estas circunstancias consigo hacer las tareas que tengo pendientes o leer un libro. Hoy mientras escribía mi set de oraciones en pasivo (tipo «mi perro fue llevado por mi a caminar») desvié mi vista hacia un hombro vecino. Era una chica que estaba en mis mismas circunstancias, haciendo tareas de última hora, sólo que al parecer ella estudiaba inglés. Cuando eché un indiscreto vistazo a su set de oraciones palidecí. Mientras yo completaba «esta ropa fue lavada por mi», ella repasaba su «El Gobierno garantiza nuestros derechos civiles».

Sé decir y escribir perro, tomate, carne, Beijing, Venezuela (es bien difícil ésta) y hasta fútbol, pero Gobierno y derechos civiles no están en mi vocabulario. Antes de desmoralizarme por completo, traté de consolarme pensando que -aplicando criterios prácticos- en la China contemporánea me es más útil saber decir «tomate» que «Gobierno», y «carne que «derechos civiles».

Laowai

7 May

Una de las cosas que se hacen más evidentes a quien pasa un tiempo en China es que extranjero siempre es extranjero. El asunto físico no es la única razón, pero sin dudas es una de las más determinantes. Mi caso no es el más representativo, no he intentado nunca asimilarme, no hay forma de que tome agua caliente, el té no es lo mío y el qipao -vestido tradicional chino- no es apto para las caderas latinas.

Veo a otras personas que están más abiertas a que la experiencia asiática quede reflejada en su cotidianidad, pero no importa cuanto hagas o dejes de hacer, aquí eres laowai (老外), jerga en mandarín para decir «extranjero». Hay quiénes lo ven como una palabra despectiva, mas en la práctica define a alguien diferente, que vino de afuera, desde otro lugar donde la gente es diferente.

Ser diferente puede ser genial, como puede ser incómodo. Todo depende del día, el momento o la circunstancia. También depende si metes en la ecuación cuánto tiempo llevas siendo diferente y cuán lejos está ese lugar de donde sale la gente que es como tú.

El fin de semana salí a un almuerzo tardío. De esos de media tarde. A falta de apuros, fui pedaleando, con la tranquilidad que ofrece un sábado perezoso y sin compromisos. Mientras aguardaba en un cruce, un grupo de locales me abordó en mandarín para preguntarme donde estaba la estación de metro más cercana. Era obvio que los lentes de sol me estaban, sin querer, camuflageando, porque un chino nunca preguntaría, en mandarín, una dirección a un extranjero.

Respondí, no sólo porque sabía donde estaba la estación más cercana, sino porque mi precario aprendizaje me alcanza para completar esas pequeñas oraciones de supervivencia. Tan corta era la sentencia que alcancé a decir un par de orientaciones más antes de ser descubierta.

Cuando mis interlocutores notaron mi acento, se vino la risa colectiva y el comentario obligatorio:  «es un laowai!«. Las carcajadas aderezaban los espontáneos «le preguntamos a un laowai!» que salían en las pausas para tomar aire.

El chiste me hizo el día, no porque pasara por china, sino porque, por un extenso minuto, dejé de ser diferente.