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Rápido y furioso

26 Nov

El lado chino del llamado "pase amistoso" o Huu Nghi Quan en vietnamita

El llamado «pase amistoso» es una construcción de unos tres pisos de alto. Una vez atravesada, comienza el proceso de extranjería para abandonar territorio chino y adentrarse en Vietnam. Este cruce es, según el Lonely Planet, el cruce más transitado entre ambos países.

Los trámites de salida transcurren sin mayor novedad y el puente limítrofe debe cruzarse a pie. Sellado el ingreso a Vietnam, toca tomar un transporte para llegar a un puesto de camionetas que tienen a Ha Noi por destino. Sin nada que ver en el poblado de Dong Dang -que da la bienvenida a Vietnam-, inicia el recorrido de 164 kilómetros hasta la capital del país.

La vía es angosta, un canal de ida y otro de vuelta. Pese a la distancia, el camino no se completa en menos de tres horas. Buena parte del trayecto transcurre flanqueado por plantaciones de arroz, interminables, complementadas por las imponentes estampas de búfalos, quiénes se proyectan como manchas marrones en aquellos horizontes verdosos.

En medio de las cosechas se alzan algunos esporádicos edificios de no más de tres o cuatro pisos. Todos angostos, sólo llevan por ventilación los amplios balcones frontales. A los costados no hay ventanas ni puertas. Las antiguas estructuras, con sus decoraciones externas, se va repitiendo hasta llegar a la capital.

El conductor de la camioneta avanza rápido y furioso. Pasa camión tras camión sin el menor desparpajo. Por segundos es posible creer que juega a «gallina» con los automóviles que vienen en sentido contrario. Nunca recorta velocidad, nunca espera, ni siquiera cuando una manada de búfalos toma el asfalto por sorpresa.

Estudiantes en sus bicicletas pedalean en el escaso hombrillo, y aunque para el ojo foráneo parece un asunto de alto riesgo, es obvio que para ellos es una tarde cualquiera en sus vidas. Un atrevido motorizado con dos pasajeros repite, sin éxito, las arriesgadas piruetas del chófer de la camioneta de transporte público. El saldo? un casco despedazado.

Luego de adelantar, cual Mad Max, cuanta cosa con ruedas -o sin ellas- se atravesara en su camino, el chófer -casi pariente de algún conductor de camioneta caraqueño- hará una parada de más de media hora sin explicaciones ni motivos, en medio de la nada. Claro está, que una vez a bordo de su Max 5 personal, volverá a pisar el acelerador hasta el fondo para, nuevamente, zig zaguear sin tregua en aras de dejar atrás a los que durante su receso tuvieron la osadía de adelantarle. Y es que el hombre es el ejemplo de todo lo que no se debe hacer: hablar por teléfono al manejar, avanzar en curva, acelerar en curva, no ceder paso, no esperar, no utilizar luces de cruce, no sobrecargar de personas el vehículo.

En medio de situaciones no aptas para cardíacos y horizontes de verdes infinitos cae la temprana noche. Ha Noi aparece ante mis ojos con un tráfico endemoniado. Más motos que bicicletas, más motos que autos en realidad. La autopista es un enjambre en el que los motorizados predominan de lejos sobre los carros, las bicis y los rickshas.

De entrada recordé nuestra Francisco Fajardo o la ilustra Libertador, pero al quitarme el traje de pasajera y ponerme el de peatona, descubro que cruzar una calle requiere la destreza y la precisión de un acróbata del Cirque du Soleil. No hay forma de contar las motos, ni las que andan, ni las que están estacionadas. Ha Noi tiene unos 4 millones de habitantes, y desde la acera es fácil concluir que todos andan en dos ruedas.

Ya que nunca logro cargar mis videos por problemas técnicos, les dejo una pequeña muestra que encontré colgada en YouTube…

La frontera en tres platos

25 Nov

Ese pequeño punto rojo que se ve al fondo es la bandera de Vietnam ondeando en la frontera. De esto lado, China

La primera vez que vi uno de esos tradicionales sombreros vietnamitas fue en la película Pelotón. Aún muy niña, grabé en mi cabeza a Vietnam como un lugar verde, y lo relacioné con dos imágenes muy claras: el asesinato del noble sargento Elías y el sombrero beige en forma de cono.

Dicho esto, no resulta difícil imaginar que el «Non la» (nombre del sombrero en vietnamita) fuera la primera cosa que llamara mi atención en las calles de Dongxing, ciudad al sur de China en los límites con Vietnam. Como todo centro poblado de frontera, en la zona (perteneciente a la región autónoma de Guangxi) es usual sentir una fusión de culturas y de países. Restaurantes, idiomas, sistemas de escritura y, por supuesto, atuendos. De un lado a otro corren las vendedoras pertrechadas con estos sombreros y sendas cestas de idéntica forma que penden de una vara de madera equilibrada en un hombro. Ofrecen a todo mundo cigarrillos, frutas y brazaletes de madera. Al caminar las cestas, cargadas con cualquier cosa que pueda imaginar, se balancean en perfecta sincronía con sus pasos, al punto que de sólo verlas podrías escuchar la música que les marca el ritmo.

La postal más común de la zona. El aperitivo de estar a punto de entrar a Vietnam. Cómo verán en esas cestas cabe cualquier cosa, incluso se puede prender un fogón y asar unos pasapalos

No paraba de contemplar sus menudas figuras hasta que en un restaurante otra estampa cautivó mi sorpresa. Peces, moluscos y cretáceos a la venta, frescos, vivos, a un lado de las mesas, como ya es costumbre. Escoger el menú era cuestión de señalar la pecera e indicar la cantidad. Luego de ignorar a los pulpos miniatura y sentenciar a los langostinos a la muerte por caldero, el mesero se sintió en libertad de ofrecer un extraño animal de caparazón duro y patas arañosas. ‘Un cangrejo gigante con cola’ pensé a la primera, pero no, realmente nunca vi nada parecido. Con un poco de traducción, me explicaron que se trataba de un «Heo», pero no importa cuántas veces busqué la palabra, no encontré una foto de un ser vivo con ese nombre de pila.

El menú! Podrán decir que es excesivamente gráfico, pero por lo menos no exige hablar mandarín ni cantonés

El supuesto "Heo" en su fase viva, del otro lado no era más que un gran caparazón

Primer plato: El cretáceo vuelto comida. El fin no justificó los medios

Descuartizado, el cretáceo (supongo) llegó a la mesa vuelto un amasijo entre gris y amarillo con vestigios de lo que alguna vez fueran sus patas. Es justo decir que el sujeto murió en vano, puesto que no podía tener peor sabor. Sus restos descansaron en paz en el plato, fue imposible comerlo, menos cuando al lado destacaban los langostinos, ahora sonrojados y al ajillo. El café pos almuerzo fue sustituido por un té, y el postre por una caminata junto al río que separa a China de Vietnam.

Si bien al sur, pero no tanto como para probar los famosos «noodles cruzando el puente» (plato tradicional de la vecina provincia de Yunnán), o para degustar en casa el dim sum cantonés, me limité a desayunar unos noodles de carne, que como sabrán, no es más que una sopa con espagueti y trocitos de carne condimentada con cuanta especie tenga a bien servirse cada comensal. Yo, que como Mafalda odio la sopa, no eché más que cebollines picados. Mis prejuicios aparte, la opción resulta económica y completa para primera ración de un día frío como los que ya comenzaban a despuntar en la ciudad.

Segundo plato: Noodles de carne, un desayuno completo!

La carretera hacia el sur de China premia con panorámicas verdes y de horizontes azules, marcados consecuentemente por formaciones rocosas de diversas formas, tamaños y colores. Los llamados «karst» del sur del país figuran en la lista del patrimonio mundial de la Unesco, y sorprenden felizmente al ojo que durante meses ha tenido las moles de concreto de Pequín como vista principal.

Una visual de las formaciones rocosas del sur conocidas como "karst". Desde la carretera es posible verlas aparecer una tras otra de lado y lado del asfalto (Foto tomada de http://www.panoramio.com/photo/800056)

Al arribar a Pingxiang, reaparecen las grúas de construcción que, evidentemente, no paran de esparcirse por el país. Sin embargo, la vegetación siendo una constante de la visual.

Un modesto restaurante vietnamita es la última parada gastronómica antes de completar el camino a Huu Nghi Quan o, en castellano, «paso amistoso», el más concurrido de los tres cruces fronterizos que comparten China y Vietnam. Sin el menor conocimiento de cantonés y un mandarín indecente, la elección de platos termina siendo decisión de la casa.

El local no exhibe en peceras lo que minutos más tarde será comida, pero si expone una amplia selección de animales macerados en alcohol. No me sorprendieron las serpientes, pero confieso que tanto bicho dispuesto en frasco no es el mejor aperitivo.

Mientras apreciaba la exhibición, comenzó a llegar el botín. Más langostinos, más noodles, pez asado, ensaladas y los mejores rollos primavera que en mi vida haya comido. No quedó espacio ni voluntad para el café o para el postre. Luego de reconfirmar mi novísima pasión por la comida vietnamita, el banquete sólo invitaba a una cosa: recorrer los 20 kilómetros faltantes para cruzar el puente fronterizo que desemboca en Dong Dang, el pueblo limítrofe de Vietnam, ubicado a 164 kilómetros de la capital, Ha Noi.

Tercer plato: Uno de los mejores banquetes de comida vietnamita y la antesala a Ha Noi