La Ciudad Prohibida

18 Sep

La Ciudad Prohibida desde dos perspectivas: Del lado izquierdo la vista de un día de semana por la tarde. Del lado derecho, un domingo de verano a las 9 de la mañana

«Y vaya que está prohibida, o por lo menos para mí lo va estando». Eso reflexionaba mientras veía la lluvia caer sin medida desde un recodo de una vieja taquilla fuera de uso en una de las entradas laterales de la Ciudad Prohibida. Era mi segundo inútil intento de entrar a aquella fortaleza que tan en detalle nos presentó «El Último Emperador» de Bertolucci.

No fue el primer lugar de la gigante Pekín que visité. Mis primeros días en China, de hecho, transcurrieron a miles de kilómetros del famoso Palacio y de la Plaza de la Puerta Celestial (Tian’anmen), su vecina al otro lado de la calle.

Pese al inusual comienzo, no pasaron muchos días antes de visitar los puntos turísticos más reconocidos de la capital. Digan que soy trivial, pero lo que más llamó mi atención en Tian’anmen fue que la bandera de la plaza más grande del mundo, el icono patrio más ensalzado del país, no tuviera mayores dimensiones que aquellas que usualmente vemos en cualquier casa de vecindad. Muy lejos está del enorme tricolor mexicano de El Zócalo en el Distrito Federal que ondea con tanta fiereza que hinche de patriotismo las venas de cualquiera que le contemple. He dicho, sonará trivial pero señores que decenas de personas se detienen a diario cada madrugada en este lugar para ver la ya tradicional ceremonia de izado.

La Chang’an Avenue exige un cruce subterráneo. Los automóviles tienen prohibido detenerse en la neurálgica arteria vial con la sola excepción que imponen los semáforos. Una vez del otro lado, es sólo asunto de dejarse llevar por la manada y navegar entre los vendedores de agua y helados -si visita el lugar durante el verano.

La inconfundible postal frontal de la roja fachada, con el retrato de Mao y sus siete arcos es la bienvenida, y las puertas que otrora sólo abrieran para los más nobles personajes, hoy son atravesadas por centenas de turistas -en su mayoría nacionales- que acuden al emblemático sitio.

Mi primer intento de recorrer el lugar se vio frustrado sin remedio por filas interminables de personas en la taquilla de entradas. Mi segunda tentativa, como ya dije, terminó con una intensa lluvia que arribó sin anunciarse al mismo tiempo que yo llegaba a una de las puertas laterales. Mi tercera vez fue un caluroso domingo del incipiente verano del año pasado.

Imaginen -dependiendo de su inmediato contexto- una final del Caracas-Magallanes, un concierto del último suceso del pop americano o un clásico Madrid – Barcelona. Luego sumen todos los asistentes de los tres eventos y tendrán la visual aproximada que yo tuve en aquella valiente incursión. No me añejé en la fila de los boletos porque un alma caritativa los había comprado con anticipo.

Lo cierto es que durante dos horas y media de caminata lo único que logré divisar fue parte del jardín imperial que, en su mayoría compuesto por extrañas formaciones rocosas, no es difícil de recordar. En semejantes circunstancias, entenderán que es inevitable pensar que en los tiempos que transitamos la Ciudad Prohibida es más fiel a su nombre que nunca.

Volví unos días atrás para acompañar a mi mamá hacer el recorrido obligatorio para todo turista que visita la ciudad. Un día de semana, del otoño de este año, que despunta con frío tempranero, escogimos el turno de tarde luego de escuchar que los turistas locales prefieren ir de mañana porque de tarde los fantasmas de tiempos pasados comienzan a desandar entre los recovecos del antiguo Palacio.

Un poco entre risas, y hallando descabellado el hecho de que la superstición fuera implacable, nos lanzamos pasadas las 2 de la tarde para encontrar que, fuera de unos cuantos turistas extranjeros, escasos visitantes recorrían el lugar. Cuando digo escasos hablo de pocas decenas. «Escasos» de acuerdo a las proporciones chinas vendría a ser «muchos» en las proporciones ordinarias.

Tip para el visitante: si quiere una real experiencia antropológica china, llegue a las 8 de la mañana armado de su ropa más cómoda y su dosis más alta de paciencia, y proceda a formarse en línea con la multitud. Si prefiere sentir la Ciudad Prohibida en sus dimensiones, apreciar más en detalle y sin apuros, refugiarse en el silencio que sus enormes patios internos pueden ofrecer, y percibir su efecto de encierro del resto del mundo, entonces opte por ir con los fantasmas.

Una respuesta hasta “La Ciudad Prohibida”

  1. Blanca Gonzalez octubre 1, 2011 a 12:26 PM #

    Te entiendo Pau…yo también estaría frustrada con tantos intentos… 😦

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