El hombre verde sonriente

29 May

Todo mundo escuchó hablar de la milenaria sabiduría china en asuntos medicinales. Tanto que todos los años miles de personas aterrizan en estos lares para tomar cursos sobre los medios alternativos para tratar enfermedades utilizados en China. Tomando en cuenta esto, entenderán que ir a la farmacia para comprar un Ibuprofeno o una Loratadina no es un asunto expédito.

No todas las farmacias trabajan con medicina occidental, y en muchos casos, el problema no es que no haya, es no saber como decir «Diclofenac Sódico» en chino.

«Dolor de cabeza» o «problemas estomacales» se resuelven fácil con el primer libro de clases, pero pedir anticonceptivos sin un diccionario a mano sólo puede concretarse con una buena mimíca. Aún así, una vez que explicas de forma gráfica que, literalmente, no quieres una barriga, vendrá el siguiente acto:  demostrar al vendedor, con señas, que no quieres condones, que lo tuyo son pastillas. Llegado este punto, sigue la decantación: no, no son las del día después, son las de todos los días. En ese momento aprendes que «Yasmin» se dice en chino «Yasmin», y verás que, después de todo, hay cosas que son iguales aquí y en la China.

Si frecuentas la misma farmacia, rápido memorizas los estantes donde colocan cada medicina, y los procesos serán más fáciles, por no decir mecánicos. Con mi precario chino ya superé retos como «collarín» y «jarabe para la tos». Dolencias más complejas, que ameriten evaluación del médico, por consecuencia vendrán con receta médica, en chino, obvio, lo cual será incluso más sencillo.

Pero, claro, cuando crees que la tienes dominada aparece la complicación: y qué haces cuando vas de noche, la puerta está cerrada y tienes que pedir por la ventana? (ah, sí, aquí no hay delincuencia pero también cierran las farmacias de noche y te toca pedir por la ventanita).

No basta decir «dolor de cabeza» porque analgésicos hay muchos, igual que para la tos la variedad de remedios es extensa. Cómo consigues explicar cuál Loratadina es la que tú tomas sin hacer al vendedor ir y venir cinco veces del mismo mostrador? Memorizas el diseño de la caja. Siempre será más simple explicar en mandarín el diseño de la caja que el nombre del componente. Así aprendes que Ibuprofeno es «la caja del hombre rojo», y Clarityne es «la caja azul con el hombre verde sonriente».

Hostilidad gratuita?

26 May

Ayer al mediodía llegaba a casa como cualquier otro día. Cuando iba a cruzar la reja de entrada le di paso a una señora que, a diferencia de mi, tenía tarjeta para abrir la puerta. Ella me hizo un dejo de molestia y al abrir me lanzó la puerta en la cara.

En otras circunstancias, resta quejarse y lamentar que momentos así te recuerden que no estás en casa. En circunstancias actuales, la experiencia será asociada a una suerte de campaña xenofóbica promovida por las autoridades luego de que un par de semanas atrás un británico fuera captado en cámara intentando abusar físicamente de una china en una zona de alto movimiento. Cercado por varios locales, el hombre fue golpeado e insultado.

Días después un ruso, miembro de la Orquesta Sinfónica de Pekín, fue grabado durante un viaje en tren cuando apoyaba sus piernas en el cabezal del asiento delantero. La pasajera del frente pidió retirar sus pies y él se negó con actitud poco cortés.

Ambos videos circulan como pólvora en la Internet china y generan comentarios infortunados en contra de la comunidad extranjera que vive aquí. La policía puso a la orden un número telefónico para denuncias en un aviso que bien podría resumirse en un gesto de «mano dura con ellos». Hay oficiales circulando en las áreas de mayor tránsito extranjero y algo de nerviosismo en las calles para aderezar la situación.

También hay extranjeros pidiendo no hacerse la vista gorda ante la «mala actitud» de muchos foráneos que llegan a China para hacerse con un harem de mujeres locales o tratar con desprecio a sus involuntarios anfitriones. Hay chinos pidiendo expulsar a esta horda de alienígenas que intentan crear zozobra en el «armonioso» gigante asiático, sí, así, para hacer la frase bien cliché.

Hasta un ancla de televisión expuso públicamente que la «basura extranjera» debía ser expulsada y los medios de comunicación críticos al Gobierno, cerrados.

En lo personal, no creo que la xenofobia o algunas actitudes reprochables de extranjeros sean procesos nuevos en China o en otros países. Muchos locales resumen la experiencia pensando que los foráneos vengan con dinero a darse una vida, en apariencia, más relajada en su país. No sólo en China es así.

Desde que llegué a Pekín, me encuentro con personas que no vacilan en recordarme que no soy de aquí y que más me vale ubicarme, y con otras que a pesar de las diferencias no sólo tratan de entenderse conmigo sino que parecen hacerlo con voluntad genuina. No me siento insegura, ni nerviosa, ni creo que una campaña oficial genere un sentimiento antes inexistentes en ambos bandos, simplemente creo que sólo sirve para exacerbar lo que ya existía.

Para los curiosos, sigue el video que prendió la mecha de la polémica.

 

Una mañana cualquiera

22 May

Salí de la universidad algunos años atrás, los suficientes como para haber olvidado cuanto odiaba levantarme temprano y correr con la taza de café en la mano porque, para variar, iba tarde. Siempre fui tarde, al liceo, a la facultad, a la graduación y hasta al matrimonio. Sólo se salvó la primera etapa de mi educación por la estricta intervención de mi madre (quien si leyera estas líneas seguro diría «tú siempre impuntual»).

Por qué iba a ser diferente ahora? Lo fue, mi primera semana en la universidad estaba tan impresionada con que fuese un hecho que iba a estudiar con caracteres que salía de casa temprano, o más bien a tiempo, y llegaba justo detrás de la profesora. La segunda semana la cosa mudó un poco, y señores, ahora que faltan cinco semanas para terminar el semestre, estoy 15 minutos atrás en el reloj.

Como todo quien tiene hábitos incorregibles, prometo que mañana intento madrugar. Mañana porque hoy me tomé el café de un sorbo, y comí un sándwich corriendo de un lado a otro en la casa. Todos los días la misma rutina antecede a mi carrera de 50 metros planos hasta la estación de metro.

Ya aprendí a sortear con rápidez la máquina de rayos x que escanea los bolsos. Tarea ardua porque siempre hay una veintena de personas en lo mismo, y fila es un concepto que aún no cala en estas tierras no importa que aquí se vanaglorian de tener 5 mil años de civilización.

Al principio dejaba pasar uno y otro tren porque ni el aire entraba en los vagones. Ahora desarrollé una estrategia, eso o pasar media hora en un andén esperando por algo que no llega. El truco está en ir a la puerta del último vagón, y una vez que se abra, ignorar lo que tus ojos y el sentido común indican: cuando crees que no entraría nada más allí debes tomar impulso, abrazar el bolso y entrar al vagón presionando por tu vida. Como por arte de magia las personas se mueven un centímetro y habrás ganado un puesto. Claro mueres de calor, el olor es imposible de describir y, en resumen, te sentirás como una calcomanía de la puerta. Detalle importante, en la próxima estación debes tener equilibrio y control para que, una vez las puertas se abran, consigas hacerte a un lado y no te lleve la marea de personas.

Todos los días lo mismo. He desarrollado un nivel de pericia tal que en estas circunstancias consigo hacer las tareas que tengo pendientes o leer un libro. Hoy mientras escribía mi set de oraciones en pasivo (tipo «mi perro fue llevado por mi a caminar») desvié mi vista hacia un hombro vecino. Era una chica que estaba en mis mismas circunstancias, haciendo tareas de última hora, sólo que al parecer ella estudiaba inglés. Cuando eché un indiscreto vistazo a su set de oraciones palidecí. Mientras yo completaba «esta ropa fue lavada por mi», ella repasaba su «El Gobierno garantiza nuestros derechos civiles».

Sé decir y escribir perro, tomate, carne, Beijing, Venezuela (es bien difícil ésta) y hasta fútbol, pero Gobierno y derechos civiles no están en mi vocabulario. Antes de desmoralizarme por completo, traté de consolarme pensando que -aplicando criterios prácticos- en la China contemporánea me es más útil saber decir «tomate» que «Gobierno», y «carne que «derechos civiles».

Laowai

7 May

Una de las cosas que se hacen más evidentes a quien pasa un tiempo en China es que extranjero siempre es extranjero. El asunto físico no es la única razón, pero sin dudas es una de las más determinantes. Mi caso no es el más representativo, no he intentado nunca asimilarme, no hay forma de que tome agua caliente, el té no es lo mío y el qipao -vestido tradicional chino- no es apto para las caderas latinas.

Veo a otras personas que están más abiertas a que la experiencia asiática quede reflejada en su cotidianidad, pero no importa cuanto hagas o dejes de hacer, aquí eres laowai (老外), jerga en mandarín para decir «extranjero». Hay quiénes lo ven como una palabra despectiva, mas en la práctica define a alguien diferente, que vino de afuera, desde otro lugar donde la gente es diferente.

Ser diferente puede ser genial, como puede ser incómodo. Todo depende del día, el momento o la circunstancia. También depende si metes en la ecuación cuánto tiempo llevas siendo diferente y cuán lejos está ese lugar de donde sale la gente que es como tú.

El fin de semana salí a un almuerzo tardío. De esos de media tarde. A falta de apuros, fui pedaleando, con la tranquilidad que ofrece un sábado perezoso y sin compromisos. Mientras aguardaba en un cruce, un grupo de locales me abordó en mandarín para preguntarme donde estaba la estación de metro más cercana. Era obvio que los lentes de sol me estaban, sin querer, camuflageando, porque un chino nunca preguntaría, en mandarín, una dirección a un extranjero.

Respondí, no sólo porque sabía donde estaba la estación más cercana, sino porque mi precario aprendizaje me alcanza para completar esas pequeñas oraciones de supervivencia. Tan corta era la sentencia que alcancé a decir un par de orientaciones más antes de ser descubierta.

Cuando mis interlocutores notaron mi acento, se vino la risa colectiva y el comentario obligatorio:  «es un laowai!«. Las carcajadas aderezaban los espontáneos «le preguntamos a un laowai!» que salían en las pausas para tomar aire.

El chiste me hizo el día, no porque pasara por china, sino porque, por un extenso minuto, dejé de ser diferente.

La vida sin cortes

30 Abr

Una noche cualquiera estaba intentando capturar el sueño o que él me capturara a mi, cuando de pronto, blackout. El aire acondicionado apagó en seco. «Se fue la luz! c***» fue el espontáneo e inmediato pensamiento que cruzó por mi cabeza. La cabeza de alguien que viene de un país que durante los últimos años ha tenido que aprender a vivir con racionamientos de electricidad y agua. Donde los cortes no son la excepción, mas bien la infortunada regla.

Volví a la almohada mentando madres y esbozando palabrotas, porque el verano pequinés alcanza esas temperaturas que te derriten el buen humor. Allí recordé que esto es la China, aquí no hay apagones, o por lo menos no es un asunto rutinario. Lo que si hay aquí es un sistema de electricidad prepago. Pagas, luego consumes. Se acaban los créditos, se acaba la luz.

Reincidir

27 Mar

Entonces. Volví a la peluquería como quien vuelve a fumar luego de jurar -tras un horrible episodio de bronquitis- que abandonaría el vicio: una tarde de domingo cualquiera sin mucho para hacer, arrastrada por el marasmo y olvidando los efectos desagradables registrados en el espejo tras el mal paso del secador, digo de la bronquitis.

Durante mi breve estadía en Caracas hace tres meses cumplí con el obligatorio trámite de reconciliarme con las tijeras y el olor a químicos que, por extraño que parezca, tiene un encanto indescriptible. La peluquera observó mi cabello con la mirada científica de quien evalúa un vestido manchado, casi insalvable. Abstraída por un par de minutos se lanzó a toda máquina con el diagnóstico, clínico, implacable.

– Quemado. Mal uso del agua oxigenada. Hay que eliminar al menos dos dedos de puntas para recuperar el resto. Más corto atrás para dar volumen. Más largo adelante para enmarcar el rostro. No, no te va el flequillo corto, te alarga el rostro, mejor algo más largo, a un lado que pueda dar balance y garantice la movilidad.

Con tamaña dedicación, y sabiendo que si en algo los venezolanos somos buenos es en asuntos de belleza, está de más contar que salí de allí escuchando en mi cabeza a Roy Orbison cantándome «Pretty woman don’t walk away…«. Quizás poseída por los buenos recuerdos, o tal vez porque la credulidad es una característica innata en las mujeres -no importa cuántas veces reneguemos de ello- crucé el umbral de la peluquería en Beijing llena de optimismo.

La primera parte de la cita terminó sin complicaciones. A la hora del secado, Jhon -así me contó que se llamaba- se detuvo a contemplar mi cabello por unos minutos sin decir palabra. Fue allí que, a través del espejo, reconocí la mirada abstraída, la observación científica, el destello de interés.

Es un corte inusual – en inglés, porque aún no llego a inusual en mi vocabulario chino. – Hay intención de volumen, no cortaron de forma recta. Dónde te hiciste esto? 

Los ojos brillaban con curiosidad. Cuando le conté que en Venezuela, pestañeó varias veces y sin mirarme, continuó,

Hmmm, está asimétrico, hay caída, hay capas, hay volumen, y el flequillo no cubre toda la cara. Es un buen trabajo. 

Tras la validación de lo para mi obvio, encendió el secador y con la pericia de quien reconstruye la escena del crimen, armó cada capa del corte que recién había estudiado. Veinte minutos más tarde me dio su tarjeta para que preguntara por él la próxima vez. Claro que habría una próxima vez, tal aparición me había devuelto la fe.

Volví con la confianza con la cual entraría a casi cualquier peluquería de Caracas, pero Jhon, el elegido, no estaba más entre nosotros, o al menos entre ellos, los peluqueros. Un «él no trabaja más aquí» me cayó como el choque de realidad que siempre aparece en cada etapa de nuestras vidas para demostrarnos que la ingenuidad es una condición que nunca se pierde.

Ya allí, cerré los ojos y esperé por lo mejor. Apenas vi la forma en que Iván, el nuevo peluquero, tomaba el secador y supe que era demasiado tarde para huir. Los siguientes diez minutos fueron una confirmación de que los milagros son milagros precisamente porque no se repiten de forma previsible.

Cuando estaba por irme, volví a preguntar por Jhon. Las miradas cómplices me dejaron claro que, al igual que mi cabello, él no había salido en buenos términos de esa peluquería. Ésta vez mientras abría la puerta y enfrentaba la masa que se congrega al caer la tarde en el barrio de expatriados, volví a escuchar a Roy Orbison, pero esta vez en medio del solo de guitarra sólo me decía «Mercy!«.

Notal al pie de página: Hay progresos, 90 % del diálogo fue en chino.

Love is on the air

24 Mar

En los tiempos que corren, las novias trajeadas de blanco parecen salir de cada esquina en la China contemporánea

La semana pasada fui al parque. En los días de cielo gris -la mayoría del año- el encuentro con la naturaleza no es refrescante. Es, más bien, como ver el mundo con cataratas, una nube color plomo que se atraviesa entre los ojos y el escenario. El gris del agua se funde con el gris del cielo y transforma el horizonte en algo borroso e impreciso.

Pero no todos nacen en tierras donde el tecnicolor marca la perspectiva, y supongo que aplicando la máxima de «esto es lo que hay», una tarde de sábado es propicia para que novias y novios se lancen a los parques a retratarse para armar su álbum de bodas.

En China todo es acerca del rojo, la buena suerte está teñida de escarlata, pero con la apertura y las oleadas de extranjeros pisando suelo oriental, el blanco se ha convertido poco a poco en un gusto adquirido, un ritual prenupcial que luce bien ante el lente. El rojo, como la procesión, va por dentro, o por debajo, para la buena suerte. No hay ceremonia eclesiástica, sólo fotos posadas en exteriores naturales o de concreto.

Un ejercicio realista o una total dislocación de sentido? Dejando a un lado el debate sobre banalidades y espiritualidades, lo cierto es que el amor no escasea por estos lares -o la disposición al compromiso- y que las mujeres están en la onda de Rocío Durcal y su grito musical de querer casarse «vestida de blanco».

Éste es un país de proporciones grandes, y en temas conyugales parece no ser la excepción. La semana pasada, mientras viraba la vista del gramado al lago pude contar cinco novias posando ante las cámaras. Otras tres aparecieron en mi ángulo como si de un déja vu se tratase: una salía de un ritual para la buena suerte, otra caminaba por la vera del parque y una tercera arrojaba ofrendas al agua.

Las novias a la orden del día. Y es que hay tardes en la China contemporánea donde la contaminación no es lo único que está en el aire.

Desplazarse

23 Mar

Parada de autobus en la avenida Guanghua de Pekín

En materia de transporte urbano, andar en Pekín tiene sus conveniencias, mas si antes se anduvo por Caracas, la caótica capital venezolana, como fue mi caso. Es un tema variopinto, no hay que dejar de lado que aquí, día a día, más de 20 millones de personas se mueven entre los cinco anillos que marcan a la ciudad desde Tiananmen hacia las afueras. Sentirse solo deriva en un asunto mental.

El sistema de metro cruza de este a oeste la ciudad y despliega sus ramales cual epidemia colorida sobre el circular mapa pequinés. Es una alternativa económica: sólo 2 RMB (0,32 USD) para concretar cualquier ruta, no importa la distancia. La excepción es el tren expreso hacia el aeropuerto que de ida o vuelta cuesta 25 RMB (3,97 USD). Vale la pena pagar puesto que el trecho que cubre sin paradas ni tránsito se pagaría en un taxi por no menos del doble.

El asunto está en los detalles. Conseguir un asiento en los vagones que cruzan la línea 1 del sistema es un desafío que exige rapidez, poca cortesía y un toque de sexto sentido para reconocer en miradas cansadas o ansiosas que la parada ha llegado y están próximos a levantarse. Siempre repleta de personas que todavía no entienden la ley básica del asunto: dejar salir para poder entrar. Es una máxima que los pasajeros van a intentar entrar mientras varios desesperados empujan por salir. Ya vi gente caer, golpeé y fui golpeada, y no, nadie se inmuta, es normal.

Las transferencias no son aptas para personas claustrofóbicas, mas si hablamos de horas pico cuando ni siquiera es posible tener un campo de visión despejado a un metro de distancia, «vacas al matadero» es una figura literal en esos momentos.

Un día, tarde para un encuentro, aproveché mis 20 minutos de metro -porque eso sí, un retraso es más improbable que una silla vacía a las 9 de la mañana- para maquillarme ligeramente. Mis compañeros de ruta me obsequiaron con miradas de total asombro, como si estuviesen en un capítulo de la dimensión desconocida viendo al hombrecito verde que come los cables del ala del avión. Reacción desmesurada podría yo pensar luego de ver a un niño de unos 3 años orinando en el piso del vagón sin despertar la menor curiosidad. La madre limpió el «desastre» con una toalla que volvió a colocar en su bolsa, y nadie paró de conversar, textear o jugar en los dispositivos táctiles.

El autobús no es de mis favoritos. Nada especial contra China, es sólo un asunto personal, hace años que tomé aprehensión contra los autobuses. Centenas de rutas cubiertas por autobuses dobles sacuden el pavimento de Pekín cada día. Ninguno vacío, ninguno sin pasajeros en las miles de paradas distribuidas por la ciudad. El 338, 441, 326, totales anónimos para mi distinguibles a distancia por un parlante que emite una melodía repetitiva de funcionario que pide hacerse a un lado. Choferes rápidos y furiosos. Siempre dudo que van a frenar, porque en Pekín «la derecha tiene vía libre» significa eso, libre, no hay que detenerse para ver a los lados ni frenar si un peatón cruza el rayado, es libre.

Los taxis son baratos. Los primeros tres kilómetros cuestan poco más de un dólar y con taximetro encendido resulta difícil no caer en la tentación. Es eso lo que ha hecho que cada día escaseen más y más, y siendo extranjero, algunos choferes seguirán de largo aunque pongas cara de gato con botas. El tráfico tampoco es motivante. Miles de carros han salido a las calles a diario en los últimos años. Algunas trancas e incomprensiones de un país que aprende a manejar pueden dificultar aún más la situación.

Mototaxis? los tenemos. No son propiamente motos, pero si taxis. Mini carritos de metal que no dan abasto para más de dos personas avanzan en medio de bicicletas y motos, y los más osados, entre carros y autobuses. Una vez más se impone la regla de la economía básica en estos lares: cara de laowai (extranjero) y pagas más. Pero ver la cara de conductores invadidos por la frustración mientras tú te mueves a una velocidad nada despreciable de 40 kilómetros por hora es de esas cosas que no tienen precio, cierto? Para todo lo demás existe… una bicicleta, de preferencia con motor.

La oficina de correos

10 Mar

No soy de la generación www, viví sin celular hasta los 24, y las pantallas táctiles sí son novedades para mi. Mas, habré acudido a los servicios postales no más de 20 veces en 30 años. Es poco, tomando en cuenta que ocho de esos -los de la vida adulta- los he vivido fuera de lo que nuestros padres nos enseñan a llamar «casa».

En estos tiempos de redes sociales, de celulares que toman fotos y las distribuyen en un sinfín de páginas vistas por un sinfín de amigos y conocidos, de aparatos con vida propia, lo suficiente como para mantener una conversación independiente contigo, de e-mails, twitter e inalámbricos, la oficina de correo postal parece un registro de otros tiempos. No lo es. Documentos con sellos originales y firmas a mano viva son exigidos en cualquier oficina gubernamental. Los objetos aún no se teletransportan y hay requerimientos que no pueden decodificarse en unos y ceros.

Nunca estuve más al corriente de lo necesario de una oficina postal que aquí en China. No por qué la utilice: en dos años apenas una vez tuve que enviar documentos por vía aérea y no virtual. El hecho es que no es posible estudiar mandarín sin toparse con la oficina postal antes de la quinta lección. Cuando comencé a tomar clases de mandarín, aprendí los caracteres que definen a la oficina de correos -邮局- 10 lecciones antes que los de taxi, primer artilugio que uno enfrenta al salir del aeropuerto.

Están allí mucho antes que palabras clave como «servilleta», «idioma chino», «autobús» o «banco». Ligeramente después de «agua», «embajada», «comer» o «nombre». No pregunté para ninguna de las varias profesoras que ya he tenido a qué se deberá la esquematización, pero supongo que obedece a la lógica de que todo extranjero necesita ir al correo de cuando en cuando. Y sí, no es irracional que sí, mas por experiencia propia voy sintiendo que es momento de re pensar el orden de prioridades al definir la secuencia del vocabulario por aprender.

En plan de supervivencia, de los primeros caracteres que logré memorizar fueron los de agua, arriba, abajo, números, salida, baño y, obvio, uno trascendental: metro. Aunque los dos de correo postal figuran en -al ojo por ciento- una cuarta parte de los ejercicios que toca resolver en clases, sólo por fuerza de necesidad académica los conseguí conservar en mi cerebro.

La ecuación es simple: aunque en mi cotidianidad nunca pise este departamento, si quiero aprobar un examen de mandarín tengo que saber que hay un alto porcentaje de probabilidades de toparme con la oficina de correos a la vuelta de la esquina y si no estoy preparada para reconocerla, mi vida no muda, pero sí mi evaluación.

Ah, es conmigo

1 Mar

Kekoukele o "sabrosa y divertida", así es la Coca Cola en China

Ya escuché a alguien decir que una de las ventajas de vivir en China es que puedes volver a bautizarte. El asunto va más allá de aquella transformación que muchos sufren al mudarse a un país donde nadie nunca escuchó de ellos. Este completo anonimato es, para algunos, un sinónimo de «volver a nacer» o de «reinvención». En China, debido a la diferencia fonética y escrita que supone el mandarín, toca, además, «achinesar» la identidad. El mismo proceso funciona, a la inversa, para quiénes han ido a morar en nuestras latitudes.

Este sencillo detalle te traduce para los locales. Aquí nadie se salva, si quieres rodar en la boca de los nacionales, tienes que producirte en mandarín. No es un asunto sencillo. Existen empresas dedicadas a confeccionar identidades chinas para las grandes marcas internacionales que quieren incursionar en este mercado. La clave es juntar los caracteres de forma que el resultado suene parecido a la identidad de pila y que, a la vez, tenga un buen significado para adentrarse en la voluntad de los consumidores. Se habla de Coca-Cola como un ejemplo exitoso: no sólo su traducción suena muy similar sino que además es la bebida «sabrosa y divertida».

En la vida cotidiana, muchos extranjeros no se complican a más y sólo hacen la traducción fonética, en tanto que otros si juegan un poco más con su nueva identidad. También hay quiénes optan por sustantivos simpáticos como «mariposa», «flor» o «gato volador». Yo? no fui de nada. Me quedé tan Paula como siempre fui, y nunca me fue muy necesaria la transformación. Pero nunca hay nuncas y, cuando me inscribí en la Universidad unos días atrás, la funcionaria exigió un nombre en caracteres para completar el trámite. Pedí asemejar el asunto lo más posible sin mucha creatividad y pasé a llamarme «Baola», que pronunciado de otra forma puede entenderse como «estoy lleno». Fácil.

El primer día de clases resultó que -por increíble que parezca- otra Paula, venezolana, estaba inscrita en la institución, y la funcionaria sugirió un cambio inmediato de nombre para evitar confusiones. Imposibilitada a hacer algo productivo con mis apellidos, negada a llamarme «conejo» o «árbol bonito» y presionada por la fila de gente que esperaba tras de mi para arreglar otros asuntos, acepté un experimento que intenta -de forma poco exitosa- parecerse a mi segundo nombre.

No sólo no tenía idea de cómo me llamaba cuando entré a mi salón de clases, sino que mucho menos sabía escribirlo. Y claro, recuerdan sus primeros días de clase en cualquier lugar? toca presentarse a la clase, no es? He pasado algunos escenarios graciosos en estos años, pero pararme frente a un grupo de adultos y preguntarle a una completa desconocida -mi profesora- «cómo es que me llamo?» clasifica, de lejos, para el top ten de mis situaciones absurdas.

Como quien cambió el tono de su celular y no contesta las llamadas con rapidez porque no reconoce la música, así me quedo yo cada vez que toman la lista. En blanco, cuando algún compañero de clases se acerca a hablarme, y casi fingiendo demencia cuando me piden leer o responder preguntas. No puedo evitar quedar unos segundos sin entender qué pasa hasta que recuerdo y capto que, en efecto, es conmigo.

Pero todo tiene dos lados, y éste no es excepcional. El positivo? ya aprendí a trazar los tres caracteres que me identifican en el mundo escolar. El negativo? después de tanto esfuerzo, la certificación al final del año se la va a llevar otra que no soy yo.